2
 
 
 
             
27 de febrero de 2008

Ni un paso adelante

Armando Añel

Finalmente, este domingo arrojó algo de claridad sobre lo que le espera a Cuba en un futuro inmediato, tras la conformación del nuevo –pero más arqueológico que nunca- Consejo de Estado. Fidel Castro sigue vivo. Y no se trata siquiera de que su agónica supervivencia implique un ejercicio efectivo del poder: se trata de que su agonía desemboca en un remake institucionalizado de su estilo de gobierno. Su conservadurismo, su soberbia y sobre todo, su implacable ignorancia, continúan rigiendo la praxis política de la dirigencia. Los cambios –los profundos y estructurales, que son los que realmente cuentan- tendrán que esperar.

En este sentido, la “solicitud” de Raúl Castro a la tragicómica Asamblea Nacional de que le permita consultar con su hermano mayor “las decisiones de especial trascendencia para el futuro de la nación, sobre todo las vinculadas a la defensa, la política exterior y el desarrollo socioeconómico del país”, es de manual.

Entiéndase en el contexto adecuado: la conformación de un primer anillo de poder signado por la vieja guardia, con un ideólogo reaccionario –José Ramón Machado Ventura- como vicepresidente primero, no pospone necesariamente la implementación de reformas o la asunción de ciertas rectificaciones. Más bien las reduce al ámbito de lo cosmético, de lo superficial, como en su momento hiciera el propio Fidel Castro. Es lo que ya había insinuado la clase gobernante, de manera que si de algo no hay que acusarla aquí es de engañar a la población o a la comunidad internacional. Maquillan a la muñeca y le dan cuerda, pero desde el presupuesto de que no puede convertirse en mujer.

¿Qué cabe esperar en los próximos meses de la antigua criatura desovada este domingo? Ajustes, reprogramaciones, la recurrente táctica de la zanahoria y el palo. Movidas que trasladen a la sociedad cubana, pero también a los observadores internacionales, la sensación de que una transición organizada y paulatina está en curso, bajo el auspicio de la vieja guardia. Así, resulta improbable que el sector tímidamente aperturista que pulula en la nomenklatura o en los mandos intermedios pueda imponerse al corto plazo. Ha prevalecido el instinto de conservación. La clase alta cubana -esto es, la clase dirigente o funcionaria- prioriza sus ambiciones y su seguridad. La transición, la verdadera, no sobrevendrá como resultado de un reajuste en la cima del poder totalitario, como ocurrió en la antigua Unión Soviética. La elite gobernante no generará el cambio.

De manera que permitir que los cubanos ingresen a los centros recreativos de su propio país, o que sean propietarios reales de sus domicilios o de sus achacosos automóviles –por aventurar algunas de las reformas que podrían ser implementadas por la dirigencia a partir de ahora-, no supone que el sistema vaya a desmantelar su superestructura represiva. No obstante, éstos podrían ser los primeros ladrillos sustraídos a un edificio que, como el totalitario, no suele sostenerse por mucho tiempo en ausencia de alguno de sus componentes. Y tampoco parece realista menospreciar la presión ciudadana, la punta de lanza de la expectativa contenida.

La sesión “parlamentaria” de este 24 de febrero volvió a mostrar la cara dura del poder cubano, aunque con ligeros retoques. Por el estilo de lo acontecido a mediados de los años noventa. En lo inmediato, la nomenklatura intentará aquietar las aguas de la exasperación social apuntando, al unísono, hacia un eventual subsidio estadounidense. El castrismo es plano y, sin embargo, se mueve. Se agita, pero no avanza. Ni un paso adelante.

 

 
 
CubaNet no se responsabiliza por el contenido de las páginas externas