11 de febrero de 2008

CRONICA DE DOMINGO

Días enteros en las ramas

RAUL RIVERO

Madrid -- Los anuncios, cábalas, apuestas, ruegos y vaticinios sobre posibles aperturas en Cuba de franjas de la vida elementales en cualquier país democrático, son parte --por el momento-- de una ración de anestesia que administran los pícaros desde los medios de comunicación para producir, a escala internacional, el síndrome de la jaca. Es decir, la alegría del caballo castrado cuando ve pasar, al atardecer hacia el palmar, una yegua careta con las cuatro patas blancas.

Esa felicidad inducida, falsa y peligrosa, está basada en pequeños gestos que no responden a una voluntad liberadora de las estructuras del poder. Son necesidades de la burocracia presionada por circunstancias puntuales, por ciertos reclamos que llegan de las bases y les obliga a entreabrir una puerta y levantar, por una esquina neutral, la tapa de la olla.

Se presenta, en medio de ese proceso al que contribuyen viajeros y enviados especiales, como una heroicidad que se permita poner en escena una obra de teatro que escribió y fue premiada hace cuarenta años.

Aparece en el inventario liberador, aperturista y profundamente democrático del régimen, que se pueda mencionar en público (una noche, una vez) a escritores como Guillermo Cabrera Infante, Reinaldo Arenas, Antonio Benítez Rojo y Gastón Baquero. Como si se tratara de una banda de criminales que, de repente, ya entregados a la muerte, la dictadura tiene la condescendencia de permitir que se les nombre sin que se trace una cruz de ceniza y olvido sobre quien los convoque en medio de la noche y las estrellas.

Otro punto clave en la atmósfera de regocijo socialista es que se pueda ver en la televisión la película Fresa y chocolate, un clásico del cine nacional, la obra más importante del gran cineasta Tomás Gutiérrez Alea, casi tres lustros después de haber recorrido el mundo.

En esa misma línea apasionante de concesiones, está la proyección de un documental sobre un tema decisivo para la seguridad nacional: la pelota. Después de sufrir y de triunfar, una parte de los aficionados que lo admiran y respetan han podido escuchar y ver a Orlando el Duque Hernández.

Algunos medios internacionales y ciertos cómplices que están residenciados en países libres como España o Francia comentan con entusiasmo apenas contenido que en las asambleas preparatorias del Congreso de la Unión de Escritores y Artistas, señalado para abril venidero, se comienza a pedir el acceso a internet, la posibilidad de comprar y vender casas y vehículos y libertad para entrar y salir del país.

Se supone que, ya bajo ese ensueño de oxígeno, se solicite, además, la posibilidad de hospedarse en los hoteles, comer en los restaurantes y de adquirir un teléfono celular.

Todo esto, claro está, todavía en el plano de las actas labradas en las reuniones de las bases, allá lejos bajo el sopor del mediodía municipal, sin que los funcionarios (los musulungos, les llamaba José Antonio Méndez) hayan dicho ni esa boca es de ustedes.

Hace poco, en ese mismo brote de ensanchamientos y aperturas, el ministro de Cultura, Abel Prieto, dijo que está completamente seguro que no se repetirían errores del pasado y que cada día sería más ridículo que alguien diga que lo persiguen por su ideas políticas.

Pueden estar conjurados los errores del pasado, pero no los horrores del presente, un tiempo en el que están cumpliendo condenas de hasta 26 años 234 hombres, entre ellos 24 periodistas y, al menos media docena de poetas.

Para ninguno de ellos, ni para sus familiares y amigos, ni para el mundo democrático y las personas libres, es ridículo pensar que están en los calabozos por sus ideas políticas. Lo están.

Permitir, autorizar, consentir, condescender, aprobar son símbolos de fuerza y dominio. Que se mencione a un escritor muerto en el exilio no es un signo de cambio. Es una obscenidad. Lo que hay que hacer es liberar a los presos políticos y al pueblo cubano. En libertad, todo lo demás encuentra sus caminos.

 

 

 
 
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