Crónica           IMPRIMIR
25 de enero de 2008

Tarea para loqueros


José Hugo Fernández


LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - Más que para historiadores, el presente histórico de Cuba deberá ser en el futuro materia de estudios para los psiquiatras. Alguien dijo que la historia no es si no tiempo que se deshace entre las manos. Aquí ni siquiera es eso. No se deshace porque no se ha hecho. Es apenas espejismo descrito por un orate, o por varios.


A ver en qué otro sitio o en qué otro momento de la civilización humana ha sido electo en escrutinio un mandatario moribundo. Como antecedente quizás parecido, cuya explicación podrían argumentar sólo los psiquiatras, se recuerda a Calígula, que nombró cónsul a su caballo. Pero hay una diferencia que facilita la comprensión en aquel caso: el caballo fue elegido por un solo voto, no por más de 8 millones.


Se ha dicho también que más de la mitad de los hechos que conforman la historia son obra del miedo, el cual no funciona únicamente de purgante natural, como suele creerse, sino que además dispara y adereza las ideas, produciendo toda clase de teorías y comportamientos: ingeniosos, sutiles, absurdos, supersticiosos, alucinantes...


Pues de ser cierta, tampoco esta hipótesis podrá ayudar en mucho a los psiquiatras que deben encargarse de escribir nuestra historia. Ya que a juzgar por la falta general de ideas que los sustentan, es obvio que los resultados de estas últimas elecciones en la Isla no pueden responder al miedo, aunque tampoco respondan a otro tipo de comportamiento reconocible como algo que se piensa con el cerebro. 


A ciertos sabios chinos, no del Comité Central del Partido (donde sólo hay explotadores de la nueva empresa), sino de finales de la dinastía Zhou, les gustaba pensar que el miedo surge cuando eludimos el hecho, cuando le jugamos cabeza, ya que, decían ellos, el escape mismo es el miedo. Tal vez encuentren ahí una pista los psiquiatras. Todo depende de que consigan clarificar nuestra rara manera de eludir el hecho: consumándolo, que es justo lo contrario de lo que manda el miedo.    


Asimismo, sostenían aquellos sabios que cualquier cambio originado no por decantación histórica, sino por una reacción apresurada de los agentes que en ella intervienen, no llega a ser un cambio radical, en tanto desemboca en simple sustitución de los patrones dominantes. Eso es ya otra cosa. Y hasta podría reportarle una gran utilidad a los psiquiatras del futuro, ayudándoles a comprender por qué nuestros salvadores de la patria nos impiden hoy, a fuete y mazmorra, todo tipo de cambios que, frutos de la aplastante ansiedad, resultarán siempre apresurados.


Igual podría ayudarles otra máxima china según la cual ningún razonamiento, por sabio que sea, puede absolver la responsabilidad del hombre ante los torcimientos de su propia existencia. El hombre es la conciencia de la historia, y todo razonamiento no es sino un subproducto elaborado con la influencia, el conocimiento y la experiencia, que son a su vez, juntos y por separado, hijos de la conciencia, que es el hombre (dicen aquellos sabios), que es la historia sobre dos patas. 


En cualquier caso, y aun cuando cuenten con el apoyo de tan milenaria sabiduría, no será tarea fácil la que toque a nuestros loqueros como historiadores del mañana. Pero tal vez les sirva de consuelo no haber nacido en el hoy que deberán refrendar. 

 

 
 
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