Crónica           IMPRIMIR
24 de enero de 2008
Las baratas
José Hugo Fernández

LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - No es cierto que en el mercado cubano del sexo solamente se aceptan dólares, chavitos o euros. Este tema, como casi todos los relacionados con el mísero día a día en nuestra Isla, está repleto de tópicos, falsos por lo general, que se repiten hasta el aburrimiento, a veces por desidia, pero otras veces, la mayoría, por ambigua intención de quienes juegan a decir (o hacer creer que dicen) la verdad mencionando apenas sus constituyentes menos graves. 

No resulta raro entonces que entre los múltiples despachos que desde La Habana abordan el tema de la prostitución, queden siempre al margen ciertas infelices flores del chiquero que abundan (posiblemente en número mayor que las dolarizadas) no ya en los sitios del turismo internacional, sino en la ciudad profunda, junto a mostradores de mala muerte, en el entorno de las pipas de ron peleón y cerveza a medio cocinar, en las congestionadas terminales y paradas para pasajeros categoría zeta, en las calles, en las aceras de la gandulería, en los suburbios, a la vera de cualquier sucia oscuridad.

Es muy difícil que en cada cuadra de las barriadas pobres capitalinas no encontremos por lo menos a una de estas meretrices de bajo perfil, lista para desempeñar su arte del “francés” (felación) por unos cuantos pesos, o para prodigarle un calentón al más pinto a cambio de un plato de comida o de un par de tragos.

Especialmente entre los ancianos solitarios suelen disponer de un mercado estable y que no les demanda extraordinarios esfuerzos. Poco parece importarles que este tipo de usuario sea por lo general muy descuidado en materia de aseo. Ellas tampoco se distinguen por ser limpias. En compensación, los ancianos resultan menos violentos, a la vez que más generosos que el resto de su clientela. Sin contar que muchos les brindan sus cuartos inmundos en oportunidad de privilegio para pasar la noche bajo techo.        

Excluidas entre los excluidos, abandonadas, indigentes, brutas, sin horizonte más allá de sus narices y sin santo al cual encomendarse, estas prostitutas baratas resultan tan poco atractivas que ni siquiera han llamado la atención de los cronistas, que cuando no encuentran otro asunto poco peligroso de qué ocuparse, vuelven a incurrir en la fábula de nuestras rameras respetuosas, cultas y saludables, sobre las que han llegado a escribirse boberías tales como que no jinetean para satisfacer necesidades económicas de primer orden, sino por amor al arte o por el afán consumista, en fin, movidas por influencias, gustos y aspiraciones que les llegan desde el extranjero.  

Otros clichés de mala factura aseguran que las prostitutas cubanas visten al último grito de la moda, como muy pocas personas pueden hacerlo en la isla. Y otros mienten, al sostener que el ejercicio de la prostitución se circunscribe a ciertos lugares de la capital que la mayoría de los habaneros no frecuenta, por lo cual no tenemos que sufrir su espectáculo. Incluso hay quienes caen en la mentecatada de afirmar que actualmente se registra una apreciable disminución en los índices de putería, debido a la eficacia de la acción policial; y lo que es el colmo, a que nuestra recuperación económica está incidiendo en la mejoría de los ingresos familiares.

Más les valiera conocer a las baratas. Así tendrían argumentos para reflejar la realidad de nuestra Isla de manera un tanto menos frívola que como se cuentan los detalles de un paseo exótico por un zoológico de cristal. Claro, hay un problema que quizás no todos estén dispuestos a enfrentar. Y es que para conocer a las baratas hay que amarrarse bien los pantalones y salir a recorrer de noche los andurriales de La Lisa o de San Miguel del Padrón. 

 

 
 
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