Nefasto y ¿no sabe hablanero, señorita?
Víctor Manuel Domínguez, Sindical Press
LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - Es trigueña y obesa;
carnosa, en síntesis. Domina el idioma bayamés y el
ciego (de Ávila), además del tunés (de Las
Tunas), su lengua natal. Pero craso error: no sabe hablanero (hablandés)
Cuando un policía oriental le hizo una pregunta
en hablanero, Miss Tunas pidió que se la repitieran en tunés.
Y allá fueron los interrogatorios y el decomiso de sus pertenencias
ante el público, que sospecho (por la fuerza de la costumbre)
no deben haberla desconcertado.
Y no ocurrió el sábado pasado en Amberes,
la ciudad portuaria de la región de Flandes, al norte. Sucede
cada día en la Estación Central de La Habana al arribar
el tren que proviene de las provincias orientales, o en cualquier
calle de la capital.
Se suponía que la muchacha, descendiente de
un habanero y una tunera se podría comunicar en hablandés
(es decir, pronunciar “Oga” por Olga, “pakque
o “Joge” en lugar de parque o Jorge), entre otros vocablos
que separan a la chusma capitalina de quienes se expresan en la
jerga oriental, por lo que ante su petición, estallaron las
recriminaciones.
Pero no obstante esa pequeña y reiterada discriminación
por habitar fuera de la capital, Miss Tunas tiene garantizada su
deportación en tren hacia su lugar de origen, mientras que
la Miss Bélgica descrita por Luís Luque Álvarez
en su artículo ¿No sabe flamenco, señorita?,
es abucheada ante las cámaras de la televisión de
su país.
Resulta insultante el nivel de separatismo que existe
entre quienes habitan la norteña Flandes, de habla neerlandesa,
y la sureña región de Valonia, de habla francesa,
en Bélgica, según el cronicón.
Es inadmisible, violatorio de los derechos ciudadanos,
que quienes habiten la región más pobre de ese perdido
país tengan que hablar en el dialecto de la zona más
rica o como los de la capital.
Por eso es que como Cuba no hay dos. Aquí
se habla un solo idioma, el revolucionario, y aunque se admiten
algunos dialectos como el solariego, el académico y el de
llega y pon, quien no se ajuste al léxico hablanero se encuentra
listo para ser deportado.
Y no es porque diga cubo por balde, cutara por chancleta
o zapote por mamey, sino porque su presencia en la capital desborda
los camellos, seca las fuentes de agua, altera el hábitat
de los solares, repleta las aceras; en fin, viola el decreto ley
217 que impide trasladarse desde el lugar de origen hacia La Habana
sin previa autorización.
La Habana no aguanta más, dijo el filósofo
Juan Formel, y ese precepto es de obligatorio cumplimiento para
todos los nacionales que vivan fuera de la capital.
No podemos hacerle el juego al enemigo en su pretendida
imposición de una democracia que permita entrar, salir o
permanecer, como Pedro por su casa, a cualquier ciudadano del país.
Acá sólo podrán permanecer gobernantes,
policías, constructores o profesionales de interés
nacional.
¿Quién puede asegurar haber visto un
chino en Nueva York? ¿Un turco en París? ¿Una
nigeriana en Berlín o un haitiano en Londres?
¿Alguien puede mostrarnos la presencia de
un chileno en Gotemburgo, de un guatemalteco en Amsterdam o de un
senegalés en Madrid? ¿Puede el gobierno de cualquier
país demostrarnos que a su capital pueden ir a vivir ciudadanos
de otra zona o estado de la nación?
No. Y como es así, no permitiremos un pinareño
vendiendo tabacos en Prado y Colón, a un holguinero ajos
en San José y Belascoaín, ni a un camagüeyano
quesos en Salud y Porvenir.
¿O es que piensan que el tren sólo se inventó
para provocar infartos en los pasajeros por la demora en llegar
a su destino?
No, señores capitalistas, no. También
para trasladar reclutas y carneros, además de enviar de regreso
a su lugar de origen a jineteras y proxenetas, o a quienes no vivan
o hablen hablanero en nuestra capital. Con los nuestros nos sobran.
Porque como dijera el invicto Zoilo Máximo:
Éramos mucho y parió catana.
Así que si no sabe hablanero, señorita,
aléjese de la capital
Eso se lo aconsejo yo, Nefasto “El aduanero”
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