El mal del exilio
Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba, enero (www.cubanet.org) - Para Luis
Báez, destacado periodista incondicional del régimen
castrista, el exilio provocado por la dictadura de Fidel Castro
es un mal que lucha contra una gran frustración, que lentamente
consume al enfermo, como si estuviera invadido por un virus incurable,
tan mortal como el SIDA. Lo llama el colega: el mal del exilio.
Pero, ¿realmente los millones de cubanos que
viven en los lugares menos pensados, Alaska, Australia, por ejemplo,
piensan como él? ¿Se sienten frustrados y minados
por el mal del exilio?
Un amigo que vive en Miami me envió el otro
día un e-mail, comentándome sobre “la laboriosidad,
perseverancia y status social de los cubanos en esa ciudad, el florecimiento
de la cultura, las costumbres y el modo de vida cubano dentro de
los propios Estados Unidos”.
Y es cierto todo lo que me dice, cuando señala
que aunque las leyes de Fidel Castro les arrebataron todo a los
que se fueron fincas, fábricas, bancos, centrales azucareros,
casas, dinero, hasta las joyas, zapatos, ropas, lámparas,
muebles, tazas y cucharitas de café…, y llegaran a
Estados Unidos en cueros, se abrieron paso en una sociedad competitiva
y próspera y poco a poco recuperaron mucho de lo perdido,
sobre todo, su condición de personas.
Por sólo poner un dato interesante que me
ofrece mi amigo, el último censo económico de Estados
Unidos arroja que existen cientos de empresas cubanas, con un volumen
de ventas de miles de millones de dólares.
Ante estos éxitos no sólo económicos,
sino además sociales, se hace necesario analizar si el mal
del exilio es realmente un mal o una fuerte inyección de
vida para aquellos que fueron humillados bajo las ofensas de gusanos,
traidores a la patria, escoria, etc.
Hay quien ve como un favor del cielo haberse podido
abrir paso en un país muy distinto, con otro idioma, con
otra idiosincrasia y un castigo para el régimen castrista
que, luego de desterrarlos, ha tenido que sufrir la realidad de
los éxitos económicos del exilio; un castigo sobre
todo para el régimen, con sus fracasos año tras año,
que sólo puede brindar al pueblo una lastimosa y deprimente
calidad de vida.
Pero, ¿ha aceptado alguna vez el régimen
castrista que ese exilio de compatriotas está compuesto por
hombres que pelearon como gigantes para demostrar su amor por el
trabajo, en un país donde el trabajo conduce a la prosperidad
individual y social?
Mi amigo me cuenta que comenzaron como cocineros,
limpia pisos, barre calles, empleados de tiendas, de fábricas
y gasolineras, y nada los detenía, porque no cejaron hasta
vivir decorosamente. Me cuenta, ya para finalizar, que “la
escoria de Mariel”, llamada así por Fidel Castro y
que llegó a Miami en 1980, hoy disfruta de un promedio anual
de ingresos de 37 mil dólares.
Y por último, me pregunto: ¿cuántos
cubanos de la Isla no desearían contraer el mal del exilio?
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