Mensaje
desde la tumba
Jorge Olivera Castillo, Sindical Press
LA HABANA, octubre (www.cubanet.org) - Podría
confundirse con algún acontecimiento paranormal. ¿El
nudo de un relato escalofriante? ¿Una carta encontrada dentro
de la vestimenta del cadáver que desentraña un mar
de especulaciones y conflictos? Nada de eso. El que escribe lo hace
en tiempo real entre humedades y sombras.
Se pasea por el sepulcro con la hidalguía
de un guerrero acostumbrado al éxtasis que producen las victorias.
Es hábil en el manejo del bolígrafo y el lápiz.
Con ellos aprendió a matar la desesperanza y las angustias.
De día establece contacto directo con las
cuartillas. Le pone letras a sus anhelos. Consigue con un par de
párrafos el boleto para respirar el aire puro del amanecer
e ir a visitar el parque junto a su esposa de siempre.
Apenas hay iluminación dentro del sarcófago.
Es común la neblina y el moho, el ruido de los enterradores
y el ajetreo de la supervivencia de quienes aprenden el duro oficio
de imitar la muerte.
En la bóveda hay una decena de inquilinos.
La mayoría con el color cenizo de los difuntos, despojados
del mundo real y sujetos a los azares de las catacumbas.
Dentro del perímetro prevalecen la monotonía,
la crispación y cierta costumbre por cambiar los códigos
humanos por la legislación innata de la jungla.
Las tensiones, los calores africanos, los alimentos
corrompidos, las controversias banales y los últimos suicidios.
Casi 5 años sembrado en esos espacios flanqueados
por la incertidumbre. Horas interminables, noches como parte del
infinito, días tan grises como las peores tormentas.
La historia que leo es creíble, impactante
y triste. Lo sé porque conozco al autor. Un hombre que se
resiste adoptar la horizontalidad de los cadáveres y tiende
a alumbrar con su testimonio lo que han convertido en su sepultura.
Desde cualquier ángulo se observa el atropello, la maldad
en toda su pureza, el afán por la tortura y el olvido que
elevan como murallas los administrados del cementerio.
A través de cualquier página se llega
al mismo sitio. El lector choca con otra Cuba. Tropieza, aunque
use maniobras aparentemente eficaces, con la maldita necrópolis
poblada por miles de seres humanos situados en un limbo existencial.
La cárcel, el drama de los condenados, sus
ingentes esfuerzos por sobrevivir, las grotescas sentencias, el
juicio sin garantías.
Puedo avalar las descripciones, traducir el dolor
y los sentimientos de la obra que me hace recordar experiencias
de similar factura. El texto rebasa la autenticidad y se suma a
esas lecturas que sirven para retratar el país que desentona
con el discurso humanista y revolucionario del poder totalitario.
Más allá de valoraciones literarias,
el libro demuestra el esfuerzo por documentar la ancha senda de
las arbitrariedades, los instintos de un régimen por anular
las voces discrepantes utilizando métodos fascistas.
Héctor Maseda está aún como
un muerto que se resiste a claudicar. Concibió el texto durante
su peregrinar por varias centros penitenciarios. Ahora permanece
sepultado en Agüica, una tenebrosa cárcel situada en
la provincia de Matanzas a unos 100 kilómetros de Ciudad
de La Habana.
Según el título del libro: "Enterrados
vivos", Maseda no tuvo que resucitar para contar sus vicisitudes
y posturas dignas. Vive, a pesar de los deseos de los verdugos que
lo condenaron a 20 años de privación de libertad por
disentir de las políticas oficiales.
Está seguro que no va morir por el momento.
La necesidad de denunciar y de expresarse es más fuerte que
el hábito de los asesinos.
Este libro se encuentra en nuestro sitio gratuitamente
a la disposicion de los lectores.
Enterrados
vivos (pdf/10.2mb)
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