El
llanto de las rosas
Yosvani Anzardo Hernández, Jóvenes
sin Censura
HOLGUÍN, Cuba, noviembre (www.cubanet.org)
- Enigma se llamaba la máquina alemana de encriptación
con la que se codificaba la información que circulaba entre
sus tropas y servicios de inteligencia. Los ingleses tenían
la Colossus y les fue muy útil también, incluso lograron
decodificar con su ayuda mensajes de factura Enigma. Los americanos
tenían la máquina Magic y en determinado momento hizo
trizas al código púrpura japonés, que no era
malo.
Como ven, durante la Segunda Guerra Mundial, tanto
agredidos como agresores cuidaban la información, pero esto
es propio de los seres humanos. Los perros no lo hacen, a pesar
de que yo no siempre los entiendo.
Los judíos, para disfrazar sus textos utilizaban
el atbash como método de encriptación y como en mis
años de adolescencia tenía yo manía de guerra
y conocía la Segunda Guerra Mundial de punta a cabo, pues
creé mi propio método para comunicarme con mi novia,
y es que las cosas que le decía me salían de los órganos
genitales, pero yo creía que eran del corazón.
Mi adolescencia duró poco, me casé,
el dinero casi había que fabricarlo, tener casa propia se
volvió una obsesión y así entre muchos logros
y sacrificios me pegaron los cuernos, cosa que mi código
de amor no pudo descifrar, y lo que me permitió comenzar
una nueva vida.
La única secuela que me quedó fue que
como mi antigua novia hablaba el inglés nunca más
pronuncié una palabra en ese idioma y comencé a aprender
francés.
Alguien me dijo que la mejor forma de aprender es
practicar la lengua, y entonces yo dije: “si ser bilingüe
es tan sencillo, introducirle la lengua en la boca de una extranjera
me permitiría hablar su lengua”. Eso quise creer, y
con el tiempo lo hice, pero no resultó, porque siempre me
engañaron.
La primera vez ella era española y salvo aprender
a pronunciar la zeta no me aportó nada. La segunda era venezolana
y la tenía enganchada con la palabra coger. La tercera fue
una checa pero no aprendí ese idioma porque me engañó,
nadie me dijo que además de su idioma hablaba español,
así que no dio resultado.
Y entonces abandoné el método de aprendizaje
rápido porque aquello era una especie de jineteo idiomático
y yo no tenía licencia para ejercerlo. Fue cuando vi a mi
alrededor un rosal castellano con tanta angustia acumulada y necesitadas
de las caricias de mis palabras que fui novio de muchas a la vez
y no por maldad, pues todas aún hoy se llevan bien conmigo
y entre ellas, es como una especie de club del consuelo que me devolvió
el idioma perdido.
Hoy cumplo una condena de prisión domiciliaria
voluntaria auto impuesta que me permite no ver el sufrimiento de
tantas personas que no hablan, y cuyo código es la resignación,
que esperan una palabra de consuelo y anhelan encontrar una luz
que las guíe entre tanta desolación, que sienten miedo
pero no ya de los represores, sino del hambre y el abandono, y no
creen en el futuro porque su cielo se tornó gris.
El martillo no sufre cuando machaca al dedo,
pero mis rosas sufren cuando hincan con sus espinas porque con cada
pinchazo mueren un poco como las abejas, pero no tienen opción,
pues definitivamente aquí nadie escucha el llanto de las
rosas.
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