20 de noviembre de 2007
 
 
Crónica            
20 de noviembre de 2007

Otra revista literaria

Miguel Iturria Savón



LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - En el ámbito de la cultura artística y literaria nombrar es crear, lo cual contrarresta la ambigüedad y el carácter polivalente del arte, al menos en Cuba, donde la fuerza de la palabra es enorme y el soporte escrito goza de amplia representación desde el surgimiento del Papel periódico de La Habana, en 1790, momento augural para revistas y semanarios que bordaron la vida insular durante el siglo XIX, entre estas La Siempreviva, fundada en 1838 por Domingo del Monte y Antonio Bachiller y Morales, patriarcas de nuestras letras.

El escritor Reynaldo González ha revivido La Siempreviva bajo el paraguas del Instituto Cubano del Libro. El primer ejemplar evoca y rinde homenaje a las publicaciones decimonónicas, en especial las nacidas en 1838, auspiciadoras de un periodismo cultural que llega al presente.

En la nota introductoria, González declara a la nueva revista literaria heredera de “una cultura que ha sobrevivido a sucesivas tormentas, brumas, eclosiones y eclipses tan insoslayables como aleccionadores”. La misma estudiará “aspectos de la literatura pasada y actual, incluidas obras de ficción, de análisis y el bullente mundo editorial”. Anota que sus páginas “se ofrecen a una comprensión inclusiva y respetuosa de las diversidades…, sin soslayar “los debates necesarios, pero sí los conflictos estériles donde pugnan personalismos y grupos con filias y fobias obstaculizadoras del desarrollo…”

El primer número de La Siempreviva acredita un acertado balance entre los escritos de ficción, de análisis y las reseñas de libros actuales. Contiene, sin embargo, dos textos con “filias y fobias” ajenos a “debates necesarios”, que registran la complacencia extra literaria de la nueva revista, la cual aplica la vieja fórmula de “contemporizar con el censor”, como advertía Del Monte a José M. Heredia a principios del XIX.

Me refiero a “El corazón del humanismo revolucionario”, del sociólogo y religioso belga François Houtart, autor fascinado por el marxismo y por la utopía social cubana, de la que expresa maravillas en seis páginas que parecen escritas en 1960. Como si fuera poco, Aurelio Alonso dedica un texto apologético al sacerdote rojo.

Más deplorable aún es la entrevista de Lisandro Otero al escritor y político norteamericano Gore Vidal, cuyo título (“Bush es un nuevo tipo de delincuente”) dispone de 11 páginas para desacreditar al actual mandatario de los Estados Unidos y a personalidades de esa nación, como Abraham Lincoln –“el primero de los tiranos modernos”-, F.D Roosevelt –“un gran maquiavélico”-, Harry Truman – “un estúpido que no sabía nada; separó a Alemania en dos y traicionó a Stalin”-. Al leer los juicios a contracorriente de “ese chico amedrentado por los lobos”, cabe preguntar ¿Qué aporta la entrevista de Lisandro Otero a la nueva publicación?

La respuesta es obvia. Pero no hay que culpar a Reynaldo González ni a La Siempreviva. Ahora, como en 1838, la censura es rigurosa y es preciso “contemporizar con el censor”. Quien paga manda.

El resto de los textos cambian la data. Es el caso de “La burundanga de Pedro Luis Ferrer en la conga del idioma”, de la filóloga Margarita Mateo Palmer, quien desentraña elementos de la tradición y la picaresca del sonero popular. En la misma cuerda de análisis se inscriben las contribuciones de Antón Arrufat sobre Gertrudis Gómez de Avellaneda, y de la investigadora Cira Romero en torno a los dilemas y aprensiones del gran narrador Lino Novás Calvo.

El plato fuerte son dos fragmentos del libro en proceso editorial Yo, Publio. Confesiones, del pintor Raúl Martínez (1927-1995), quien relata con desenfado sus relaciones homosexuales y artísticas con el dramaturgo Abelardo Estorino, el pintor Servando Cabrera y otras figuras del arte, en un período de dudas y afirmaciones en que chocaron el vanguardismo más atrevido y el pensamiento dogmático.

Resultan elogiables, además, el relato “Asesinato con suegra”, de Arturo Arango, y el fragmento de novela “Un joven católico irlandés”, de Ena Lucia Portela; así como algunos poemas de Wendy Guerra, muy superiores a los del narrador y etnólogo Miguel Barnet.

El primer número de la nueva Siempreviva finaliza con un delicioso monólogo provocado por Inés M. Martiatu a Leonardo Acosta, ese músico que ensaya sobre la música y el arte; el más peculiar Premio Nacional de Literatura. Vale.

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