Otra
revista literaria
Miguel Iturria Savón
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org)
- En el ámbito de la cultura artística y literaria
nombrar es crear, lo cual contrarresta la ambigüedad y el carácter
polivalente del arte, al menos en Cuba, donde la fuerza de la palabra
es enorme y el soporte escrito goza de amplia representación
desde el surgimiento del Papel periódico de La Habana, en
1790, momento augural para revistas y semanarios que bordaron la
vida insular durante el siglo XIX, entre estas La Siempreviva, fundada
en 1838 por Domingo del Monte y Antonio Bachiller y Morales, patriarcas
de nuestras letras.
El escritor Reynaldo González ha revivido
La Siempreviva bajo el paraguas del Instituto Cubano del Libro.
El primer ejemplar evoca y rinde homenaje a las publicaciones decimonónicas,
en especial las nacidas en 1838, auspiciadoras de un periodismo
cultural que llega al presente.
En la nota introductoria, González declara
a la nueva revista literaria heredera de “una cultura que
ha sobrevivido a sucesivas tormentas, brumas, eclosiones y eclipses
tan insoslayables como aleccionadores”. La misma estudiará
“aspectos de la literatura pasada y actual, incluidas obras
de ficción, de análisis y el bullente mundo editorial”.
Anota que sus páginas “se ofrecen a una comprensión
inclusiva y respetuosa de las diversidades…, sin soslayar
“los debates necesarios, pero sí los conflictos estériles
donde pugnan personalismos y grupos con filias y fobias obstaculizadoras
del desarrollo…”
El primer número de La Siempreviva acredita
un acertado balance entre los escritos de ficción, de análisis
y las reseñas de libros actuales. Contiene, sin embargo,
dos textos con “filias y fobias” ajenos a “debates
necesarios”, que registran la complacencia extra literaria
de la nueva revista, la cual aplica la vieja fórmula de “contemporizar
con el censor”, como advertía Del Monte a José
M. Heredia a principios del XIX.
Me refiero a “El corazón del humanismo
revolucionario”, del sociólogo y religioso belga François
Houtart, autor fascinado por el marxismo y por la utopía
social cubana, de la que expresa maravillas en seis páginas
que parecen escritas en 1960. Como si fuera poco, Aurelio Alonso
dedica un texto apologético al sacerdote rojo.
Más deplorable aún es la entrevista
de Lisandro Otero al escritor y político norteamericano Gore
Vidal, cuyo título (“Bush es un nuevo tipo de delincuente”)
dispone de 11 páginas para desacreditar al actual mandatario
de los Estados Unidos y a personalidades de esa nación, como
Abraham Lincoln –“el primero de los tiranos modernos”-,
F.D Roosevelt –“un gran maquiavélico”-,
Harry Truman – “un estúpido que no sabía
nada; separó a Alemania en dos y traicionó a Stalin”-.
Al leer los juicios a contracorriente de “ese chico amedrentado
por los lobos”, cabe preguntar ¿Qué aporta la
entrevista de Lisandro Otero a la nueva publicación?
La respuesta es obvia. Pero no hay que culpar a Reynaldo
González ni a La Siempreviva. Ahora, como en 1838, la censura
es rigurosa y es preciso “contemporizar con el censor”.
Quien paga manda.
El resto de los textos cambian la data. Es el caso
de “La burundanga de Pedro Luis Ferrer en la conga del idioma”,
de la filóloga Margarita Mateo Palmer, quien desentraña
elementos de la tradición y la picaresca del sonero popular.
En la misma cuerda de análisis se inscriben las contribuciones
de Antón Arrufat sobre Gertrudis Gómez de Avellaneda,
y de la investigadora Cira Romero en torno a los dilemas y aprensiones
del gran narrador Lino Novás Calvo.
El plato fuerte son dos fragmentos del libro en proceso
editorial Yo, Publio. Confesiones, del pintor Raúl Martínez
(1927-1995), quien relata con desenfado sus relaciones homosexuales
y artísticas con el dramaturgo Abelardo Estorino, el pintor
Servando Cabrera y otras figuras del arte, en un período
de dudas y afirmaciones en que chocaron el vanguardismo más
atrevido y el pensamiento dogmático.
Resultan elogiables, además, el relato “Asesinato
con suegra”, de Arturo Arango, y el fragmento de novela “Un
joven católico irlandés”, de Ena Lucia Portela;
así como algunos poemas de Wendy Guerra, muy superiores a
los del narrador y etnólogo Miguel Barnet.
El primer número de la nueva Siempreviva finaliza
con un delicioso monólogo provocado por Inés M. Martiatu
a Leonardo Acosta, ese músico que ensaya sobre la música
y el arte; el más peculiar Premio Nacional de Literatura.
Vale.
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