Las
Cumbres inaccesibles
Por Miguel Saludes.
La imputación hecha por Oswaldo Payá
a la XVII Cumbre Iberoamericana sobre la renuencia de la cita a
tratar el tema cubano, es justa. Payá calificó la
decisión como un acto de abandono al pueblo de Cuba. Si alguna
discrepancia pudiera sostenerse con el líder del Movimiento
Cristiano Liberación respecto a su criterio, es que el olvido
al que ha sido relegada la problemática cubana por estas
cumbres data de anteriores reuniones.
Precisamente fue en Chile, durante la reunión
de Jefes de Estados celebrada en 1996, donde parecía que
la pasividad tocaba fondo. Valparaíso prometía ser
el punto de despegue en la problemática cubana. Después
de la trompetilla que lanzó Fidel Castro a los acuerdos que
él mismo rubricara, y la respuesta que recibiera su actitud,
poco quedaba por esperar. Lo coherente entonces debió ser
la exclusión del régimen castrista de dichos encuentros,
por no acatar la democracia. La burla alcanzó dimensiones
alarmantes cuando La Habana fue designada para acoger la Cumbre
de 1999. A pesar del aval que había significado la visita
de Juan Pablo II, a esas alturas no podía ignorarse que a
pesar de todo en la Isla persistía la falta de libertades
y no existía ninguna voluntad por parte del gobierno para
hacer aperturas democráticas.
Nuevas estocadas mortales se asestaron en el 2002
y el 2003 con las reacciones del gobierno cubano ante la iniciativa
del Proyecto Varela con la violación de lo que establecía
su propia Constitución y el proceso arbitrario a 75 ciudadanos.
No obstante las cumbres siguieron acogiendo cálidamente a
la delegación oficial cubana, única mancha dictatorial
en el continente.
No se podía esperar un milagro en esta ocasión.
Ya se venía preparando el escenario. Lo montaron los mismos
que acusaban de incendiarias a la Democracia Cristiana chilena y
a la dirigencia de ODCA por su esfuerzo de que se tomara en cuenta
un punto pendiente en la agenda iberoamericana. Los aliados del
castrismo en Latinoamérica se dieron a la temprana tarea
de encender una hoguera que sirviera para ocultar con una cortina
de humo la realidad cubana y de paso consumiera la esperanza de
un pueblo que sufre desde hace décadas la incautación
de sus derechos. Al final la cumbre de Santiago se calentó
a la lumbre de ese fuego.
Algunas ambigüedades merecen ser destacadas.
Por ejemplo, la del propio canciller chileno Alejandro Foxley, quien
declaró que el asunto de la democracia en Cuba ''no era un
tema'' para ese encuentro. Mientras daba la bienvenida a los representantes
de la dictadura caribeña, garantizando total tranquilidad
a los invitados, manifestaba el compromiso de su gobierno con los
derechos humanos en la Isla. De paso recordó que su país
aspira a la membresía del Consejo de derechos Humanos de
la ONU.
La recién clausurada edición en definitiva
no aportó nada nuevo. Las bufonadas de Chávez y alguna
respuesta digna recibida no lograron soslayar el show escenificado
por los que amenazan la continuidad de la vida democrática
del continente. Las garantías dadas por los anfitriones a
este grupo incluía el resguardo ante la incomodidad de las
críticas. Además les daba oportunidad de convocar
simpatizantes en sus plazas, echar pestes de la democracia que ellos
dicen representar, y reabrir las heridas de una nación que
aún lucha por recomponerse de la tragedia de un pasado cercano.
Las Cumbres están amenazadas. La razón
de la amenaza radica en su incoherencia con aquellos que incumplen
el compromiso adquirido con el rumbo democrático de la región.
Otro peligro que enfrentan es el chantaje desestabilizador de los
anti demócratas. La coacción es verificable en el
tipo de consideraciones lanzadas por los aliados del autoritarismo
de izquierda, cuando consideran una falta de respeto pedirle a Cuba
y Venezuela acaten las reglas democráticas. Por su parte
los fariseos de la política cuestionan la factibilidad del
debate sobre los derechos humanos en Cuba anteponiendo el bloqueo
o los prisioneros de Guantánamo. Su deshonestidad radica
en que se puede ser crítico ante el embargo, la prisión
de Guantánamo, las violaciones en el continente y en otras
partes del mundo, pero sin dejar de omitir la que ocurre en Cuba
y Venezuela.
Igualmente hay que tener en cuenta la doble moral
de las instituciones internacionales cuando sus representantes reclaman
cautela si del caso cubano se trata. El llamado a la discreción,
como ocurrió en Chile, se justifica ante la posibilidad de
lograr un asiento en la Comisión de Derechos Humanos y porque
en casa existen reclamos por parte de grupos marginados. Se lavan
las manos alegando que si Cuba no tiene asignado un relator ello
es prueba contundente de que allí todo marcha bien. La realidad
poco cuenta.
La imagen del desamparo no es nueva en la historia
de la nación cubana. Mientras sus hermanas del continente
llegaban a la independencia en el primer tercio del siglo XIX la
Mayor de las Antillas la obtuvo casi a las puertas del siglo XX
tras concluir una larga guerra. Dicen que el temprano reconocimiento
dado por España a sus ex colonias estaba condicionado por
la abstención de estas en ayudar a las posesiones insulares
a salirse del yugo colonial. Ahora los gobiernos democráticos
de la región hacen algo parecido con su mutis ante la nueva
opresión, optando por no buscarse pleitos con la dictadura.
Payá tiene razón. De las Cumbres iberoamericanas el
pueblo cubano debe esperar poco. Pero a pesar de ellas tendremos
la democracia.
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