El
agente oculto (I parte)
Dolia Leal Francisco
LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org) - Desde hace
casi medio siglo se desató una epidemia que recorre el país.
Y no es precisamente el dengue, sino algo peor. Una vez adquirida,
nunca podrás librarte de ella, al menos empleando medicamentos
de la farmacopea tradicional o de la natural, porque esta enfermedad
penetra, cala y se asienta en lo más profundo de nuestra
razón, suplanta nuestro instinto de conservación y
dirige hasta nuestros actos mas insignificantes. Se trata del agente
oculto.
Este azote terrible ha confiscado el carácter
que caracterizaba al cubano (sencillo, bonachón) y lo ha
convertido en algo indefinible.
Hoy todos desconfiamos hasta de nuestra sombra y
del semejante (vecino, compañero de estudio, de trabajo),
ante la duda de que sea un agente oculto.
Pero esto no ha ocurrido espontáneamente,
sino que ha sido el resultado de un trabajo planificado y persistente
que se ha implementado utilizando el poder de los medios de comunicación.
Durante décadas se han trasmitido programas destinados a
sembrar la duda y un mensaje muy claro: nadie es totalmente confiable.
Esta campaña ha resultado una de las mas
exitosas de las que el gobierno cubano ha llevado a cabo durante
su estancia en el poder; ha cumplido su objetivo que no ha sido
otro que el de dividir profundamente a la sociedad cubana. Y de
este flagelo no se ha escapado la familia.
La creación de los Comités de Vigilancia
Revolucionaria (CVR), posteriormente rebautizados como Comités
de Defensa de la Revolución (CDR), constituyó uno
de los factores que mas contribuyó a escindir a la familia
cubana, debido al profundo enfrentamiento que desde sus inicios
esta organización provocó entre los miembros del núcleo
familiar. Se generó un odio tal que, durante años,
padres e hijos no se hablaban, y los hermanos combatían unos
contra los otros. En el mejor de los casos no se visitaran ni se
reunían a compartir momentos penas y alegrías. Es
el triste legado que el agente oculto ha dejado a la familia cubana,
Una vez sembrado el germen de la división
en la familia, extenderla al resto de la sociedad fue cuestión
de tiempo. Proliferaron los enfrentamientos, la delación,
la falta de solidaridad, y se echaron las bases para la ruptura
de la identidad y la conciencia nacional que padecemos actualmente.
Hoy por hoy confiamos y esperamos más de un extranjero que
de nuestros compatriotas.
Al agente oculto hay que atribuirle la introducción
de un elemento innovador en nuestra condición nacional: la
simulación. Esta nueva moral que desde hace décadas
ha adoptada el cubano, constituye parte inseparable de su forma
de ser.
El agente oculto sabe cómo manipular
los elementos claves de la oposición democrática para
evitar el consenso necesario que permita presentar al pueblo cubano
un proyecto alternativo viable, distinto al actual estado de cosas
que mantienen a la nación cubana detenida en el arcaico discurso
de los años 60.
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