¿Soberanía
en peligro?
Oscar Espinosa Chepe
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet) - Desde
hace unos años se viene gestando una alta dependencia de
la economía cubana respecto a Venezuela, mediante crecientes
subvenciones por el suministro de petróleo relativamente
barato y créditos ventajosos. En contrapartida, Cuba envía
médicos y otros especialistas que ya suman decenas de miles.
En la práctica se repite la fórmula
utilizada con el bloque soviético, terminada con el derrumbe
de los regímenes de Europa del Este a fines de los años
80. La diferencia consiste en que ahora la exportación es
de personal al carecerse hasta de azúcar para hacer frente
a los pagos por las importaciones. La vinculación con Venezuela
es denominada integración, concepto muy en boga internacionalmente
como consecuencia del desarrollo de las economías y de actividades
como las comunicaciones que la hacen posible, de manera que el planeta
se convierte de forma creciente en una gran aldea interconectada.
El esquema integracionista no se repite exactamente
en el modelo cubano-venezolano, teniendo en cuenta que en Cuba existe
una involución generalizada de la economía y la sociedad,
y en Venezuela hay un crecimiento económico coyuntural resultante
de los altos precios del petróleo, que en cualquier momento
pudiera fallar. De ello se deriva que la colaboración bilateral
ligada a pasajeras circunstancias políticas podría
perecer en cualquier momento.
No obstante, actualmente Caracas constituye el gran
salvavidas de La Habana, lo que es bien conocido por los dirigentes
venezolanos, fundamentalmente el Presidente Hugo Chávez,
quien con un extraordinario ego e imbuido de un mesianismo peligroso,
en la última visita de octubre pasado mostró sus intenciones
de tener una sustancial presencia política en Cuba además
de la económica. Así, anunció los propósitos
de establecer una Confederación, donde los cubanos entraríamos
como socio menor, dado la caótica situación nacional,
escenario que el caudillo venezolano parece querer utilizar. Esta
intención resulta preocupante e indica sus sueños
hegemónicos de ser el sustituto real de Fidel Castro, enfermo
desde hace casi año y medio.
Durante esa visita, Chávez reflejó
una postura calificada por algunos como imperial. En ocasiones lanzó
directivas al pueblo cubano, y con su grotesco humor se burló
repetidamente de algunos altos funcionarios, gestos que inexplicablemente
fueron recibidos con complacencia por las victimas de las chanzas.
Aunque el gobierno cubano se ha vanagloriado por
casi 50 años de ser el cancerbero de la soberanía
nacional, el desastre generalizado actual, provocado por el obstinado
sostenimiento de un sistema disfuncional, ha dañado el sistema
inmunológico de la sociedad cubana en todos los aspectos,
incluido el respeto de la soberanía, lográndose en
la práctica algo muy distinto a lo pregonado.
A este cuadro se agregan preocupantes declaraciones
de altos funcionarios, como que Cuba tiene dos presidentes, uno
en La Habana y otro en Caracas. Golpean las más recientes,
formuladas a la cadena norteamericana CNN por el canciller Pérez
Roque: “Nuestra nación está dispuesta a renunciar
a nuestra soberanía y bandera” para integrarse a un
gran bloque de naciones latinoamericanas y caribeñas. Ese
punto de vista resulta tan insultante para los cubanos, que el presidente
de la Asamblea Nacional del Poder Popular, Ricardo Alarcón,
ha tenido que dar explicaciones a través de la prensa extranjera,
a la vez que los domesticados medios oficiales han ocultado los
absurdos e indefendibles planteamientos, a lo mejor por temor a
la condena popular.
Muchas personas se preguntan sobre los orígenes
de esas ofensivas declaraciones. Quizás la respuesta podría
estar, según algunos analistas, en los debates presentes
en la alta jerarquía, reforzados últimamente por el
discurso del General Raúl Castro el 26 de Julio y su discusión
en los organismos del Partido Comunista, centros de trabajo y otros
lugares, donde se ha puesto de manifiesto la existencia de dos tendencias,
una proclive a iniciar cambios económicos que posteriormente
pudieran conducir a una transición pacífica a la democracia,
y la de quienes atrincherados en sus cargos hacen todo lo posible
por mantener las estructuras de poder absoluto. Estos últimos
conocen que sus posiciones son muy débiles porque la inmensa
mayoría del pueblo quiere cambios en un marco de compromiso
y reconciliación. Esta presión popular ha llegado
hasta altos niveles del Partido Comunista, el gobierno y las fuerzas
armadas.
Los duros, desprovistos del poder real a no ser
el que otorga la personalidad de Fidel Castro, menguada por su prolongada
enfermedad, buscan apoyo en factores externos para fortalecer su
incierto futuro político. Esa actitud, de ser cierta, no
es patriótica y podría reflejar peligrosas e ilimitadas
ambiciones. Esas personas parecen no tener en cuenta las aspiraciones
del pueblo cubano, que al mismo tiempo que rechaza las injerencias
de otras latitudes, también se enfrentaría a injerencias
de nuevo cuño.
Esa posición, con seguridad, es compartida
por la inmensa mayoría de los cubanos, por encima de diferencias
ideológicas, convencidos de que la solución del drama
nacional sólo nos compete a nosotros y únicamente
estaríamos conformes con la creación de una nueva
Cuba independiente y absolutamente soberana.
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