6 de noviembre de 2007
 
 
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6 de noviembre de 2007

Rusas cubanas a la deriva

Tania Díaz Castro

LA HABANA, noviembre (www.cubanet.org) - Durante los primeros 30 años de la revolución cubana, todo aquel que quería comprar una lata de carne rusa, de col rellena búlgara, de perros calientes, zapatos, ropa, cualquier cosa que se necesitara, aunque de pésima calidad, en vez de acudir a un establecimiento comercial, de propiedad estatal, tomaba un ómnibus, se bajaba en el barrio de los rusos en Alamar y tocaba a la puerta de una rusa.

Allí, en modernas e independientes residencias, vivían decenas de rusas casadas con militares o dirigentes políticos cubanos. Cuando ellos no estaban las rusas se convertían en expertas vendedoras de vituallas por las que cobraban caro.

La venta de estos productos que venían directamente de la extinta Unión Soviética o de otros países ex socialistas, no sólo se realizaba en Alamar, sino en cualquier otra vivienda ocupada por estas parejas que disfrutaban de un buen nivel de vida ante los ojos de un pueblo necesitado de muchas cosas para vivir.

Hoy, todo ha cambiado. No sólo el socialismo del este europeo desapareció como el globo de Matías Pérez, sino también los matrimonios de cubanos con rusas, búlgaras, checoslovacas, polacas, etc., cubanos que trabajaron, estudiaron o simplemente visitaron esos países y trajeron, además de sus maletas, a exóticas esposas extranjeras que nada sabían de Cuba ni de nuestro idioma.

Según cifras de la embajada rusa en La Habana, en Cuba han quedado unas cien mujeres nativas de ese país -eran miles-, casi todas divorciadas de sus maridos cubanos, unas con hijos y nietos, y otras en la calle y sin llavín.

Como nadie les envía artículos industriales para vender, viven como pueden, posiblemente peor que cualquier cubano de a pie. En primer lugar porque se han convertido en ancianas que ni siquiera reciben una jubilación decorosa.

Mima Rovenskaya, más conocida como “la rusa de Baracoa”, que huyó del comunismo en 1917, tuvo mejor suerte en Cuba. Se hizo de un hotel en esa ciudad oriental y vivió bien hasta el final de sus días.

Otra rusa que reside en el barrio chino de La Habana, conocida como Tatiana, de sesenta años, casada por segunda vez con un descendiente de chino y sin hijos, deambula por las calles habaneras como muchas otras, siempre en busca de un plato de comida caliente. Se dedica a indicarle buenos lugares de comer a turistas extranjeros o vender a sobre precio productos que sólo se venden en divisas.

Pero el caso más doloroso es el ocurrido hace unos meses, divulgado en CubaNet por el periodista independiente Roberto Santana. Se trata de Elena Varelevna Verselova, una rusa de 41 años que fue deportada a su país, a pesar de haber vivido durante veinte años en el municipio Isla de la Juventud -donde dejó a sus dos hijas, Diana y Dora Aguilar- por presidir una organización del Movimiento de Derechos Humanos de Cuba.

Lo más lamentable de esta historia es que la embajada rusa no ayuda económicamente a estas mujeres ni les brinda protección alguna ante arbitrariedades como la señalada, algo que demuestra que son muy distintos a los españoles, quienes se han agrupado en asociaciones con el fin de recibir no sólo solidaridad y calor humano, sino también alimentos.

Las rusas, en cambio, andan desperdigadas, como a la deriva. Sin amparo alguno. Desearían regresar a su tierra natal, pero no pueden. Carecen de medios para sufragar los gastos del viaje, y sobre todo, han perdido sus vínculos con el país natal.

Alguien que las conoce bien me dice que fueron estas mujeres rusas quienes enseñaron al cubano a “inventar” bajo el socialismo. Es posible que sea cierto. La venta de productos industriales de forma ilegal fue puesta en práctica por primera vez en la Isla gracias a ellas, tratando de sobrevivir a la dura realidad cubana y liberadas seguramente del romanticismo político.


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