Viejos
proverbios para el nuevo socialismo
Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - El
líder estudiantil Carlos Lage, hijo de un alto dirigente
político cubano, descubrió la rueda en pleno siglo
XXI cuando nos hizo saber en días pasados que el socialismo
no tiene por qué estar divorciado del bienestar social, mucho
menos que el plato de comida no reciba las bondades de ese modelo
político.
Pues bien, ni el socialismo proporciona bienestar
social, como lo hemos visto a lo largo de medio siglo de instaurado
en Cuba y mucho menos nuestro plato de comida ha podido disfrutar
de sus bondades.
Cuando escucho decir a los politólogos que
por ahora el socialismo es un ideologema pendiente de ser esclarecido,
práctica y teóricamente, entiendo mucho menos el socialismo,
sobre todo cuando descubro que requiere de demasiado tiempo para
su construcción, no sólo porque pretende una sociedad
distinta, sino sobre todo, hacer distinto al hombre.
Aquellos proverbios de nuestra sabia antigüedad,
tan conocidos y sabidos por los mismos hombres de todos los tiempos,
demuestran, con lujo de detalles, que las ideas socialistas son
un fracaso desde que pusieron los pies sobre la Tierra.
En el socialismo, el estado, compuesto por hombres
invisibles, pretende abarcarlo todo: poder político, economía,
cultura, bienes materiales, producción, leyes, etc; mientras
el viejo refrán dice: El que mucho abarca, poco aprieta.
Un estado socialista preconiza la propiedad colectiva.
Sin embargo, un viejo refrán aclara que el ojo del amo es
quien engorda al caballo, y otro, que cuando el gato no está,
bailan los ratones.
Quienes insisten en el socialismo creen saber más
que el mago Merlín. Es por eso que escriben en la arena,
echan agua al mar, buscan una aguja en el pajar, se quedan como
alpiste y dicen como dijo el escarabajo a sus hijos; vengan acá,
mis flores.
En el socialismo se escucha mucho aquello de apaga
y vamos, entre la espada y la pared, perder la brújula, tener
la cabeza llena de pájaros, la cabra siempre tira al monte,
meterse en camisa de once varas, echar las campanas al vuelo, andar
de capa caída, quemar el último cartucho. Quién
le pone el cascabel al gato.
En fin, que no hay peor ciego comunista que aquel
que no quiere ver, porque en tierra de ciegos, el tuerto es rey,
que ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el suyo. Por tradición,
quien se empeña en el socialismo, si mucho habla, mucho yerra
-genio y figura hasta la sepultura-. Detrás de la cruz está
el diablo.
El infierno socialista está empedrado de
buenas intenciones: los lobos de la misma camada ladran a la luna
y echan margaritas a los cerdos. Todo se convierte en más
ruido que nueces, como pedir peras al olmo.
Pero no lo olvidemos: cada hormiga tiene su
ira.
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