5 de noviembre de 2007
 
 
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5 de noviembre de 2007

Viejos proverbios para el nuevo socialismo

Tania Díaz Castro

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - El líder estudiantil Carlos Lage, hijo de un alto dirigente político cubano, descubrió la rueda en pleno siglo XXI cuando nos hizo saber en días pasados que el socialismo no tiene por qué estar divorciado del bienestar social, mucho menos que el plato de comida no reciba las bondades de ese modelo político.

Pues bien, ni el socialismo proporciona bienestar social, como lo hemos visto a lo largo de medio siglo de instaurado en Cuba y mucho menos nuestro plato de comida ha podido disfrutar de sus bondades.

Cuando escucho decir a los politólogos que por ahora el socialismo es un ideologema pendiente de ser esclarecido, práctica y teóricamente, entiendo mucho menos el socialismo, sobre todo cuando descubro que requiere de demasiado tiempo para su construcción, no sólo porque pretende una sociedad distinta, sino sobre todo, hacer distinto al hombre.

Aquellos proverbios de nuestra sabia antigüedad, tan conocidos y sabidos por los mismos hombres de todos los tiempos, demuestran, con lujo de detalles, que las ideas socialistas son un fracaso desde que pusieron los pies sobre la Tierra.

En el socialismo, el estado, compuesto por hombres invisibles, pretende abarcarlo todo: poder político, economía, cultura, bienes materiales, producción, leyes, etc; mientras el viejo refrán dice: El que mucho abarca, poco aprieta.

Un estado socialista preconiza la propiedad colectiva. Sin embargo, un viejo refrán aclara que el ojo del amo es quien engorda al caballo, y otro, que cuando el gato no está, bailan los ratones.

Quienes insisten en el socialismo creen saber más que el mago Merlín. Es por eso que escriben en la arena, echan agua al mar, buscan una aguja en el pajar, se quedan como alpiste y dicen como dijo el escarabajo a sus hijos; vengan acá, mis flores.

En el socialismo se escucha mucho aquello de apaga y vamos, entre la espada y la pared, perder la brújula, tener la cabeza llena de pájaros, la cabra siempre tira al monte, meterse en camisa de once varas, echar las campanas al vuelo, andar de capa caída, quemar el último cartucho. Quién le pone el cascabel al gato.

En fin, que no hay peor ciego comunista que aquel que no quiere ver, porque en tierra de ciegos, el tuerto es rey, que ve la paja en el ojo ajeno y no la viga en el suyo. Por tradición, quien se empeña en el socialismo, si mucho habla, mucho yerra -genio y figura hasta la sepultura-. Detrás de la cruz está el diablo.

El infierno socialista está empedrado de buenas intenciones: los lobos de la misma camada ladran a la luna y echan margaritas a los cerdos. Todo se convierte en más ruido que nueces, como pedir peras al olmo.

Pero no lo olvidemos: cada hormiga tiene su ira.


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