SOCIEDAD
Un buzo de tierra firme
Guillermo Fariñas Hernández,
Cubanacán Press
SANTA CLARA, Cuba - Marzo (www.cubanet.org)
- El aire aquel sábado de febrero era demasiado
caluroso para el invierno cubano. Un sujeto desgarbado,
raído, ripiado, dijo: "Tengo que venderle
pronto esta mercancía al sombrillero, si
no me quedo sin ron hoy también".
Tiene 43 años. Quienes no lo conocen dirían:
"Es un loco o un borracho", pues aparenta
60 abriles. La adicción al alcohol lo tiene
atrapado en un túnel sin salida, donde
él intuye que no verá la luz, lo
que se traduce en volver a la normalidad.
Él refuta que no es un demente y mucho
menos un alcohólico perdido; sólo
un individuo necesitado de ron, el que sea, para
su maltrecho cuerpo. Abordó al "Abuelo"
bruscamente. El viejo se dedica a reparar sombrillas
y paraguas en su propio hogar de la calle Maceo,
en Santa Clara.
De pronto la conversación se tornó
áspera, los transeúntes más
observadores la calificaron de agresiva, porque
el hombre con apariencia de mendigo quería
obligar al anciano a comprarle un par de sombrillas
muy herrumbrosas, mientras el viejo alegaba que
esas no les servían para recomponerlas
y venderlas después.
El borracho perdió la paciencia, pues sabía
que si no le vendía al sombrillero, su
recurrente, impaciente y desesperada garganta
no probaría el bendito sabor del delicioso
"Chispa de tren" -la bebida de los perdedores,
como le gustaba afirmar al periodista independiente
y poeta, prisionero de conciencia, Ricardo González
Alfonso.
Con la voz descompuesta y gritos de: "¡Viejo
abusador, tienes que comprarme todo lo que yo
te traigo!", se plantó en el medio
de la transitada arteria, y sacando de un sucio
saco de yute que traía algunos zapatos
viejos, comenzó a lanzarlos contra el viejo.
También llaves de agua, paletas de ventiladores,
tubos plásticos, calderos de cocina y muchas
cosas más.
Como por arte de magia aparecieron en el lugar
cuatro carros patrulleros de la policía,
ya que en el puesto de mando de orden interior
de la provincia Villa Clara, se recibió
la denuncia de que frente a la Asamblea Provincial
del Poder Popular un individuo desconocido estaba
haciendo un escándalo público. Pensaron
que se trataba de manifestación contrarrevolucionaria.
Contó después Bárbaro Fraga
Rodríguez que los gendarmes lo condujeron
a la tercera unidad de la Policía Nacional
Revolucionaria. Allí, tras las acostumbradas
bofetadas "reglamentarias" y una buena
pateadura con botas de casquillos metálicos,
lo multaron con 60 pesos, y de un empujón
lo sacaron del recinto policial.
Barbarito, como es conocido en la barriada, dice
que al patearlo se olvidaron que fue combatiente
en Angola, destacado en unidades militares en
Funda y Moxico, y que tras el regreso a su patria
ejerció como policía en la capital,
específicamente en la unidad policial del
municipio Cerro, ubicada en Infanta y Manglar.
Después pasó a la Brigada Especial
Nacional de la Policía.
En ese puesto fue condenado a varios años
de privación de libertad por un tribunal
militar, por negarse a participar durante los
años 90 del pasado siglo en un desalojo
contra compatriotas venidos de las provincias
orientales, en el poblado Casablanca, en Ciudad
de La Habana. Lo acusaron de insubordinación.
Barbarito se casó al salir de prisión
con una campesina de Manicaragua, pero tenía
antecedentes penales, y el General de Brigada
Orlando Lorenzo Castro, apodado "Pineo",
no le permitió vivir en el lomerío,
porque la cordillera del Escambray es considerada
zona militar especial, donde no se les permite
vivir a los ex -reclusos.
Se dedicó a trabajar como "destructor",
especie de vendedor por cuenta propia de artículos
de acero para utilizar en construcciones particulares.
El acero era sacado clandestinamente de los miles
de obsoletos túneles fabricados, para proteger
a los cubanos de los supuestos bombardeos de Estados
Unidos.
Ya la Asociación de Combatientes de la
Revolución Cubana no se toma ni el trabajo
de citar a Barbarito a sus sistemáticas
reuniones o actividades porque se le considera
un apestado. Alguien le dijo que había
sido borrado de las listas en las computadoras
donde se guardan a los fidelistas que fueron guerreros.
Ahora se levanta a las 5 de la madrugada y camina
desde su domicilio en calle Estrada Palma # 106
entre Río y Alemán, en el barrio
La Chirusa, hasta el vertedero de Vegas Nuevas,
para sumergirse en la basura y recoger desechos
sólidos para revenderlos, y así
comprar ron barato hecho en casa. La comida no
le interesa, y aclara, sonriente: "Soy un
buzo de tierra firme".
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