SOCIEDAD
Un barrio chino sin chinos (II parte)
Oscar Mario González
LA HABANA, Cuba - Marzo (www.cubanet.org) -
Nunca he oído hablar que un chino sea pesado.
Estos siempre le han caído bien al cubano.
Tal circunstancia, unida a las innumerables virtudes
de aquellos, les ha asegurado el triunfo ante
una población que no tolera a los tipos
pesados. Los habitantes de la Isla, que para mostrar
su simpatía siempre acuden a un mote, les
dicen "narras".
Innumerables son los beneficios que esa comunidad
ha aportado a la nación cubana, no creo
que alguna otra inmigración la supere en
esto. Son incontables los provechos obtenidos
de ellos en el orden económico y social,
aunque hay quien estima como principal aporte
a la mulata achinada que obliga al piropo callejero
y deja boquiabiertos a turistas y extranjeros.
Dicen que el lenguaje es la expresión y
el modo presencial del pensamiento y el sentimiento.
Algunas frases bien difundidas entre nosotros
obran a favor de este presupuesto.
No ser capaz de "tirarle un hollejo a un
chino" sugería la poca propensión
de éstos al mal y a la violencia, así
como la inutilidad de actuar contra quien sólo
suscitaba en nosotros sentimientos de respeto
y cariño.
A la mujer poco afortunada en el lance amoroso
o en la vida conyugal se le sugería "buscarse
un chino que le pusiera un cuarto". Tal sugerencia
llevaba implícito un reconocimiento por
el apego de estos hombres al hogar; por su tenacidad
y perseverancia en aras de la felicidad y estabilidad
familiares. La nave de la estabilidad conyugal
tenía puerto seguro en un chino decente,
callado y laborioso. La mejor medicina para el
mal de amores era buscarse a un hijo del gigante
asiático.
El chino se había insertado en nuestro
folclor de tal manera, que junto al gallego y
el negrito completaba un trío habitual
e inseparable del diario quehacer.
Pero en ningún sector caló tan hondo
la presencia china como en el económico.
No digamos allá, en la superestructura
de ese complejo mundo del gran mercado y las altas
finanzas, sino bien abajo y entre las capas más
humildes de la población. Nadie como ellos
para conocer los sobresaltos y sinsabores de nuestro
pueblo.
Horticultores insuperables sabían sacarle
a la madre tierra toda la feracidad de sus entrañas.
Me cuentan los más viejos que el abastecimiento
de hortalizas y legumbres frescas a la capital
corría a cargo de un puñado de estos
hombres, asentados en los terrenos que hoy ocupa
la Ciudad Deportiva, y otras parcelas de los repartos
Martí y Palatino. Hoy sé que similar
ejemplo ocurría en todas las ciudades del
país.
Vivir cerca de un antiguo tren de lavado de ropa
chino era una bendición. Nadie los superaba
en seriedad, eficiencia y prontitud. En grandes
estantes de madera colocaban la ropa de cama,
lavada, envuelta en papel e identificada con caracteres
propios. Nunca se perdía la ropa ni se
atrasaba su entrega. Nadie lavaba más barato
en este país y con tan buena calidad.
Eran los helados que elaboraban estos hombres
un verdadero muestrario de nuestra riqueza y variedad
frutera; de las enormes posibilidades de la fruticultura
nacional. Helados cremosos de anón, chirimoya,
níspero o mamey y de otras frutas que hoy
desconocen las últimas generaciones.
Nadie como la fonda china para llenar una cantina
por una peseta, de carne, arroz, sopa y algo de
vianda frita o sancochada.
Era proverbial la habilidad del chino como comerciante.
Su secreto era vender mucho ganando poco en cada
venta, de modo que el resultado final fuera de
abundantes ganancias.
Un
barrio chino sin chinos (I parte)
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