PRENSA INDEPENDIENTE
Marzo 8, 2007

SOCIEDAD
Un barrio chino sin chinos (II parte)

Oscar Mario González

LA HABANA, Cuba - Marzo (www.cubanet.org) - Nunca he oído hablar que un chino sea pesado. Estos siempre le han caído bien al cubano. Tal circunstancia, unida a las innumerables virtudes de aquellos, les ha asegurado el triunfo ante una población que no tolera a los tipos pesados. Los habitantes de la Isla, que para mostrar su simpatía siempre acuden a un mote, les dicen "narras".

Innumerables son los beneficios que esa comunidad ha aportado a la nación cubana, no creo que alguna otra inmigración la supere en esto. Son incontables los provechos obtenidos de ellos en el orden económico y social, aunque hay quien estima como principal aporte a la mulata achinada que obliga al piropo callejero y deja boquiabiertos a turistas y extranjeros.

Dicen que el lenguaje es la expresión y el modo presencial del pensamiento y el sentimiento. Algunas frases bien difundidas entre nosotros obran a favor de este presupuesto.

No ser capaz de "tirarle un hollejo a un chino" sugería la poca propensión de éstos al mal y a la violencia, así como la inutilidad de actuar contra quien sólo suscitaba en nosotros sentimientos de respeto y cariño.

A la mujer poco afortunada en el lance amoroso o en la vida conyugal se le sugería "buscarse un chino que le pusiera un cuarto". Tal sugerencia llevaba implícito un reconocimiento por el apego de estos hombres al hogar; por su tenacidad y perseverancia en aras de la felicidad y estabilidad familiares. La nave de la estabilidad conyugal tenía puerto seguro en un chino decente, callado y laborioso. La mejor medicina para el mal de amores era buscarse a un hijo del gigante asiático.

El chino se había insertado en nuestro folclor de tal manera, que junto al gallego y el negrito completaba un trío habitual e inseparable del diario quehacer.

Pero en ningún sector caló tan hondo la presencia china como en el económico. No digamos allá, en la superestructura de ese complejo mundo del gran mercado y las altas finanzas, sino bien abajo y entre las capas más humildes de la población. Nadie como ellos para conocer los sobresaltos y sinsabores de nuestro pueblo.

Horticultores insuperables sabían sacarle a la madre tierra toda la feracidad de sus entrañas. Me cuentan los más viejos que el abastecimiento de hortalizas y legumbres frescas a la capital corría a cargo de un puñado de estos hombres, asentados en los terrenos que hoy ocupa la Ciudad Deportiva, y otras parcelas de los repartos Martí y Palatino. Hoy sé que similar ejemplo ocurría en todas las ciudades del país.

Vivir cerca de un antiguo tren de lavado de ropa chino era una bendición. Nadie los superaba en seriedad, eficiencia y prontitud. En grandes estantes de madera colocaban la ropa de cama, lavada, envuelta en papel e identificada con caracteres propios. Nunca se perdía la ropa ni se atrasaba su entrega. Nadie lavaba más barato en este país y con tan buena calidad.

Eran los helados que elaboraban estos hombres un verdadero muestrario de nuestra riqueza y variedad frutera; de las enormes posibilidades de la fruticultura nacional. Helados cremosos de anón, chirimoya, níspero o mamey y de otras frutas que hoy desconocen las últimas generaciones.

Nadie como la fonda china para llenar una cantina por una peseta, de carne, arroz, sopa y algo de vianda frita o sancochada.

Era proverbial la habilidad del chino como comerciante. Su secreto era vender mucho ganando poco en cada venta, de modo que el resultado final fuera de abundantes ganancias.

Un barrio chino sin chinos (I parte)


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