SOCIEDAD
¡Yo sé que está vivo!
Shelyn Rojas LA HABANA, Cuba - Marzo (www.cubanet.org) - Su nombre
era Ricardo Gregorio Rodríguez González. Todos en el barrio lo llamaban
cariñosamente Gollito. Terminaba el año 1988. Gollito tenía
19 años cuando secuestró un carro en el barrio. Sonriente, se paseó
por todo Calabazar. Se sentía un rey. En su ingenuidad, no sabía
que cometía un delito y que pagaría caro por él. A
pesar de que el diagnóstico del psiquiatra había determinado que
era un muchacho dependiente de su madre, con problemas de esquizofrenia, paranoia,
delirio por los autos y serios padecimientos de claustrofobia, el día del
juicio la corte no lo perdonó. Lo sancionó a cinco años de
privación de libertad. La tarde del 17 de diciembre de 1988 se
despidió de amigos y familiares. -Mami, tú sabes que yo
no puedo estar trancado, yo me voy, prefiero cualquier cosa -dijo a su madre entre
sollozos. Junto a su amigo David Betancourt se dirigió a las costas
de Mariel. En dos balsas amarradas se lanzaron al mar. Desde pequeño le
gustaba nadar y pescar. Trabajaba en la papelera de Calabazar y los fines de semana
ambos se iban a pescar con su jefe. Al tercer día varios agentes
de la policía se presentaron en la casa de su madre. Habían encontrado
a Betancourt en una de las balsas, deshidratado y sin conocimiento. De Gollito
no se supo nada. Betancourt sólo dijo que su amigo había desatado
las balsas; quería seguir viaje a cualquier costo. No regresaría
a la isla. Temía los años que le esperaban en prisión si
regresaba. Según los guardafronteras, no encontraron evidencia alguna de
que Gollito se hubiera ahogado. El capitán de la Seguridad del Estado le
dijo a la madre que esperara, que si estaba vivo sabría de él.
Ella, confundida, no sabía a dónde había ido a parar.
Si a David Betancourt no le pasó nada ¿por qué a su hijo,
si era buen nadador? Lo único que tenía eran sus hijos.
Quedaron huérfanos de padre cuando Gollito tenía 11 años.
Era el mayor. Los educó sola, con mucho sacrificio. Pasaron más
de 17 años sin noticias de Gollito. Soñaba al principio con él,
y en el sueño le decía: -Mami, estoy trancado en la cárcel
y no me has venido a ver. Un día, su antiguo jefe y compañero
de pesquerías llegó a la casa y le dijo: -Yo lo vi. Fue
en La Víbora. Cuando me vio se mandó a correr. Era él porque
cojeaba del pie izquierdo, y a mí no se me despinta. La madre,
desesperada, aún recorre las calles de La Víbora y La Palma. A veces
corre tras alguno que cojea. Sólo para tener otra decepción cuando
le ve el rostro. Entonces pide disculpas y sigue buscando. No es creyente, pero
en los lugares que visita, los videntes le dicen que está vivo. Ella
sólo desea, antes de morir, confirmar esa verdad.
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