PRENSA INDEPENDIENTE
Marzo 7, 2007

SOCIEDAD
¡Yo sé que está vivo!

Shelyn Rojas

LA HABANA, Cuba - Marzo (www.cubanet.org) - Su nombre era Ricardo Gregorio Rodríguez González. Todos en el barrio lo llamaban cariñosamente Gollito. Terminaba el año 1988. Gollito tenía 19 años cuando secuestró un carro en el barrio. Sonriente, se paseó por todo Calabazar. Se sentía un rey. En su ingenuidad, no sabía que cometía un delito y que pagaría caro por él.

A pesar de que el diagnóstico del psiquiatra había determinado que era un muchacho dependiente de su madre, con problemas de esquizofrenia, paranoia, delirio por los autos y serios padecimientos de claustrofobia, el día del juicio la corte no lo perdonó. Lo sancionó a cinco años de privación de libertad.

La tarde del 17 de diciembre de 1988 se despidió de amigos y familiares.

-Mami, tú sabes que yo no puedo estar trancado, yo me voy, prefiero cualquier cosa -dijo a su madre entre sollozos.

Junto a su amigo David Betancourt se dirigió a las costas de Mariel. En dos balsas amarradas se lanzaron al mar. Desde pequeño le gustaba nadar y pescar. Trabajaba en la papelera de Calabazar y los fines de semana ambos se iban a pescar con su jefe.

Al tercer día varios agentes de la policía se presentaron en la casa de su madre. Habían encontrado a Betancourt en una de las balsas, deshidratado y sin conocimiento. De Gollito no se supo nada. Betancourt sólo dijo que su amigo había desatado las balsas; quería seguir viaje a cualquier costo. No regresaría a la isla. Temía los años que le esperaban en prisión si regresaba. Según los guardafronteras, no encontraron evidencia alguna de que Gollito se hubiera ahogado. El capitán de la Seguridad del Estado le dijo a la madre que esperara, que si estaba vivo sabría de él.

Ella, confundida, no sabía a dónde había ido a parar. Si a David Betancourt no le pasó nada ¿por qué a su hijo, si era buen nadador?

Lo único que tenía eran sus hijos. Quedaron huérfanos de padre cuando Gollito tenía 11 años. Era el mayor. Los educó sola, con mucho sacrificio.

Pasaron más de 17 años sin noticias de Gollito. Soñaba al principio con él, y en el sueño le decía:

-Mami, estoy trancado en la cárcel y no me has venido a ver.

Un día, su antiguo jefe y compañero de pesquerías llegó a la casa y le dijo:

-Yo lo vi. Fue en La Víbora. Cuando me vio se mandó a correr. Era él porque cojeaba del pie izquierdo, y a mí no se me despinta.

La madre, desesperada, aún recorre las calles de La Víbora y La Palma. A veces corre tras alguno que cojea. Sólo para tener otra decepción cuando le ve el rostro. Entonces pide disculpas y sigue buscando. No es creyente, pero en los lugares que visita, los videntes le dicen que está vivo.

Ella sólo desea, antes de morir, confirmar esa verdad.


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