Del
exilio silente
EMILIO ICHIKAWA
Hace unos años un amigo me invitó a realizar digamos
que una ''tarea'' en una fiesta que antiguos miembros del Havana
Yatch Club daban en el Riviera Country Club de Miami. Se trataba
de la celebración de un gran aniversario, por lo que allí
acudieron los señores acompañados de sus familias.
Incluyendo nietos y biznietos.
Yo estaba, en concreto, ayudando a vender algunas
cosas; varias de ellas ciertamente caras porque se trataba de arte
de gran calidad. Todas las personas, contando a los ancianos (diría
que sobre todo los ancianos), eran distinguidas, elegantes y fáciles
al trato superficial. Es decir, fraterno pero externo. Se les veía
orgullosas sin llegar a ser altivas. Para ser sincero, recuerdo
alguna gente ''picúa'', pero eran islas al lado de serenos
continentes.
La gente gastó plata en un arte que consideraban
coherente con su posición. Ese exilio tiene una preferencia
estética a la que es leal y eso es algo que otros sectores
exiliares cubanos deberían aprender. Esa parcialidad es tan
notable que alguien me dijo: ``Prefiero un portocarrero falso al
mejor tomás sánchez''.
Es el exilio coherente, que circula dinámica
y rigurosamente el prestigio y convierte en energía estética
la vanidad y los intereses prácticos. El mismo que prefiere
las frutitas de Amelia a las de Ramón Alejandro, una elección
que nadie puede criticar porque se trata precisamente de eso: una
elección. Además, ellos ''compran'' en tanto nosotros
''admiramos''. En sus galerías se vende arte; en las demás,
a lo sumo, se consume el cóctel y se trata de ser inteligente
o, lo que es peor, una vez más (otra vez siempre) irreverente.
Pero lo que más me llamó la atención
fue que había allí sólo una figura pública.
Y ni siquiera se trataba de un residente en Miami, sino de un conocido
intelectual cubano radicado en Connecticut. Los demás, la
mayoría absoluta, habían optado por un exilio silente.
Un exilio púdico que, como está de moda decir ahora
(al igual que a mediados de los 90), no habla de Fidel Castro (ni
de Lage, ni de Alarcón, ni de Raúl).
Total que, como se suele predicar de los ''nuevos
exiliados'', el grueso de esa porción del exilio no se mezcla
en la cosa cubana; al menos de forma visible. Lo he corroborado
día a día, trabajando en sus discretas residencias,
rodeadas de laureles y olivos que les apartan del trasiego identitario
con la cubanidad.
Conocí ese día allí a
varios jóvenes inteligentes y alegres, graduados en las mejores
universidades de este país y fieles a los valores de sus
familias. No sé, en verdad, qué potencial político
esconde ese grupo. Pero como suele decirse en la cháchara
optimista, si ellos se decidieran a participar activamente en el
llamado ''problema cubano'' grandes cosas podrían surgir.
Grandes y, lo que es más esperanzador, tranquilas cosas.
No obstante, entiendo su indiferencia: la Cuba política en
activo, de todos los extremos y de todos los centros, tiene una
cultura ideológica y gestual diferente que a muchos de ellos
ya les resulta ajena.
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