Crónica           IMPRIMIR
28 de diciembre de 2007

El vivo al pollo

Oscar Mario González

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - Tras medio siglo de sufrimientos el cubano no está para agregar una gota más de angustia a la copa de sus pesares.


Así pues, al regresar a casa luego de dejar al difunto en el cementerio, saca la botella de ron casero, estatal o de la “shoppy” y se la empina entre música de rock, rap o reguetón. Se trata de “desconectar” para poder seguir tras la huella de este socialismo del siglo XXI de tan difícil paso y agobiante ritmo.


Y es que la existencia está muy difícil. Tanto, que los vivos suspiran al conocer del fallecimiento de alguien conocido con gesto que parece velar un anhelo: ¡menos mal que al fin descansará de esta puñetera vida!


Por añadidura los servicios fúnebres en Cuba son gratuitos e igualitarios para todos los occisos excepto para la gente de la “jai”. Tratándose de esos “súper” difuntos o “faraones caribeños” el asunto toma otro sesgo. No podía ser de otro modo para quienes en vida contribuyeron a edificar este encanto de modelo socioeconómico. A ellos, que nunca les faltó nada en esta vida, mucho menos podría faltarle en la otra: coronas a montones, lágrimas a vivo torrente aunque sean de cocodrilo y, el panegírico a cargo del historiador de la ciudad que con su labia característica y su pico de oro, siempre ofrece las mismas palabras de consuelo de un profundo sentido esotérico y hondo significado escatológico, que sólo saben descifrar santeros y espiritistas: “murió pero seguirá entre nosotros”.


Para el difunto frecuente y habitual el ataúd y la utilización de la capilla fúnebre son completamente gratis. Las coronas, por lo general, están racionadas a cuatro o cinco por fallecido y cuestan a treinta pesos cada una si son normales. Si se desea algo especial o fuera de lo común el administrador de la florería atiende las proposiciones.


Algo parecido ocurre con los taxis para los participantes. La cuota es de dos por difunto al precio de treinta pesos cada uno. De requerirse un tercero o tantos más como deseen los dolientes el asunto es soluble a bolsillo abierto; siempre que entre en escena el “poderoso caballero”.
Ya en el camposanto no se requiere pagar por el derecho a un panteón colectivo estatal pero siempre hay que dejarle caer alguna “tierrita” a los sepultureros como atención por sus esfuerzos. Estos hombres luchan con la muerte, viven de ella, la ven como la razón de sus esfuerzos y la tratan con la mayor naturalidad del mundo. En número de cuatro y valiéndose de sogas, hacen descender el cadáver a la fosa y allí lo depositan junto a dos o tres difuntos en una convivencia impuesta y sin que el nuevo inquilino pueda protestar por la presencia de alguno de sus nuevos y eternos acompañantes. Estos pudieron haber sido intelectuales, mirahuecos, homosexuales, religiosos, carteristas; en fin, todo depende de la casualidad.


Después de cumplir con los muertos los vivos regresan a sus casas con la conciencia tranquila luego de haber dado cristiana sepultura al occiso al cual no le faltaron ni las honras fúnebres de la ermita de la necrópolis, cumpliendo así con los deseos del finado según sus creencias y deseos. En esto hemos avanzado un tanto.

Quince años atrás eran pocos los que se atrevían a pasar al finado por la ermita. En el mejor de los casos aquello era tenido como atraso cultural o debilidad ideológica. El sacerdote apenas tenía ocupación. Hoy, el cura o el diácono responsabilizado con las exequias no da abasto. Casi todos quieren pasar y sólo se abstiene algún que otro miembro de la vieja guardia revolucionaria que no desiste de su imagen de tipo duro que, excepto en Fidel y según afirma, no cree ni en la madre de los tomates.

A los dos años del entierro han se exhumarse los restos del difunto para pasarlos a un deposito colectivo de osarios en caso de no poseerse panteón familiar. Esta es la situación de la inmensa mayoría de los cubanos.


Mientras tanto los vivos seguirán viviendo sobre la Islita o sobre cualquiera de sus cayos e isletas adyacentes. Construyendo el socialismo quiéranlo o no; “inventando.” Los más jóvenes, que equivalen casi a la mitad de la población, con la vista y el alma enfocando al Norte. Añorando vivir en sus entrañas pese a la “satanización” que del “monstruo” hace día a día la propaganda oficial.

 
 
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