Crónica           IMPRIMIR
28 de diciembre de 2007

Los últimos días de diciembre


Tania Díaz Castro

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) -Me uno a la pena que siente mi colega Rafael Alcides cuando en una de sus últimas crónicas - publicada en el portal Encuentro y muy buena por cierto- piensa en aquellos bellos semidioses que aún gobiernan Cuba, convertidos hoy muchos de ellos en viejitos barrigones a punto de morirse o tras bambalinas, como complemento de la antigua decoración de un prolongado y muy bien urdido show.

Fueron héroes un poco antes de atravesar la Isla en jeeps, y camiones descapotados, con sus rosarios y cruces al cuello, sus barbas, sus uniformes raídos y sobre todo, sus expresiones de asombro e incredulidad.

Habían llegado a la civilización, o mejor dicho: al final de una guerra que parecía no tener fin.

Pensaban, razones tenían para hacerlo, que habían derrotado a una dictadura de siete años en el poder. No fue así.

La realidad se parecía de tal modo al derrocamiento de un tirano, que apenas se hablaba de lo que sucedió por aquellos últimos días de diciembre.

Es cierto que las elecciones generales resultaron fraudulentas y que sólo el 30% del electorado había votado, pero también es cierto que Estados Unidos fue el único país que hizo todo lo posible para que la sangre de los cubanos no siguiera derramándose en sierrras y llanos, suspendió el envío de armas al dictador y pidió a su embajador en Cuba, señor E.T. Smith, que se entrevistara con Andrés Rivero Agüero en busca de una fórmula para la paz.

Días después, el 9 de diciembre de 1958, la Casa Blanca envió a Cuba a William Pawley para que se entrevistara con Fulgencio Batista. Le dice por lo claro que debía retirarse para evitar que continuara la guerra y así lograr la prosperidad del país caribeño, y que además, Rivero Agüero no gozaba del apoyo de Estados Unidos.

Siete días más tarde el dictador escucha el mismo consejo de labios del embajador norteamericano. Sin embargo, no se decide a abandonar el poder. Otro dictador, Rafael Leónidas Trujillo, le ofrece ayuda militar y Batista no la acepta. Prefiere que Eulogio Cantillo converse en las montañas el día 24 con Fidel Castro.

Cantillo trasmite al dictador el acuerdo: traspasar el poder a una junta militar y que Batista abandone la Isla el 26 de enero de 1959. Finalmente Fulgencio Batista acepta el consejo de Washington y en dos aviones, rodeado de familiares y sus más fieles colaboradores, parte hacia Santo Domingo la madrugada del 31 de diciembre de 1958.

La derrota de Batista, así lo dice la historia, también fue un logro del gobierno de Estados Unidos, pero no así la paz, y mucho menos la prosperidad económica de nuestro país caribeño.

El 2 de enero de 1959 comienzan a celebrarse juicios sumarísimos por orden de Raúl Castro y se fusila a cientos de personas vinculadas a la represión del régimen depuesto. Es una fecha que marca, sin duda alguna, el preludio de las guerras en las que Cuba se vería envuelta durante más de treinta años en distintos países del mundo: Venezuela, Panamá, Angola, Etiopía y en todas las guerrillas latinoamericanas.

 
 
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