Crónica           IMPRIMIR
27 de diciembre de 2007

El muerto al hoyo

Oscar Mario González

LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - En este presente de indiferencia y apatía generalizadas, cuando el querer parece estar ausente de la Isla, los muertos no podían ser una excepción. La mejor muestra de tal afirmación se refleja en las funerarias; en esa penúltima morada de los occisos antes de bajar a la tumba.

Da pena, con el muerto, ver esas capillas con dos o tres dolientes y a veces con una sola persona al lado del sarcófago sin el humilde adorno, no digamos ya de una corona, sino de un simple cojin de flores.


Porque si de algo nunc
a careció el cubano fue de la franca compasión hacia el fallecido ante cuya presencia se olvidaban todas las quejas pasadas y se perdonaba cualquier defecto por muy grande que fuese. Los muertos nuestros eran cosa sagrada; siempre se les prodigaban elogios por muy bellacos que pudiesen haber sido en vida.


Ya ni siquiera queda el recuerdo de aquellos días de Papa Montero en que las funerarias se llenaban de sillas y a veces éstas resultaban insuficientes para acomodar al enorme gentío que se aglomeraba en torno al fallecido a fin de rendirle postrer saludo de despedida y de paso sugerirle, que fuera dando buenas referencias de nosotros para cuando nos tocase la partida definitiva. Hoy, da grima y parte el corazón ir a un velorio.


Es cierto que a menudo los asistentes formaban grupos donde el tema de conversación eran los chismes del barrio o el contar cuentos de relajo. Así también durante los funerales era frecuente que se consumaran uniones matrimoniales. Tenia un cierto halo misterioso conocerse en tales circunstancias porque le confería seriedad a la unión. Tal vez por ello las viudas y casamenteras eran asiduas concurrentes a los velorios.


Hoy el asunto parece haberse simplificado de manera impensable.


Una premura por quitarse de arriba la fastidieta de los funerales parece ser el criterio y la voluntad predominantes, de modo que el muerto de por la mañana lo entierran al mediodía y el del mediodía por la tarde. Sólo los que dejan de existir por la noche son velados por los familiares y amigos, a no ser que se trate de un dirigente intermedio o de un peje gordo.


En el primer caso el centro de trabajo interrumpe la labor, pone un vehículo a disposición del sepelio y compromete a los trabajadores con la asistencia. Tratándose de un “mayimbe” la exhortación corre a cargo del periódico oficialista Granma y del Noticiero Nacional de Televisión; las coronas, en tales casos son abundantes, así como la concurrencia, en este caso de gente importante.


Definitivamente en estos tiempos de agitación y premura parece hacerse realidad aquello de: El muerto al hoyo y el vivo al pollo.


Aunque en nuestra cultura perneada de tradiciones católicas se acostumbra velar al ser querido durante toda una jornada y en ello la mayoría encuentra consuelo y satisfacción, tratan de imponerse las incineraciones, visiblemente favorecidas por el gobierno que ve en ello un ahorro de recursos materiales y algún descongestionamiento de los cementerios. Aunque en las sociedades totalitarias no suelen ofrecerse datos sobre el índice de mortalidad poblacional es evidente el alto numero de difuntos que cada día le dice adiós al paraíso socialista, No podría ser de otra forma en una realidad de mucha lucha, escasos nutrientes y bien pocos alicientes.


Pese a que algunos pocos puedan favorecer las incineraciones y vean en nuestras tradiciones fúnebres un signo de atraso y un sacrificio inútil, son muchos más lo que siguen apegados a la costumbre secular. Tampoco hay que prestar mucha atención a ese segmento de librepensadores que aseguran darles lo mismo si los entierran, les dan candela o se los echan a los buitres.


De cualquier manera y en torno al asunto de difuntos y velorios las edificaciones que tienen a su cargo los servicios fúnebres o las funerarias, como comúnmente les decimos rinden una utilidad social de primera magnitud en estos tiempos de socialismo a la criolla.


Debido a que la muerte viene a cualquier hora y sin previo aviso estos establecimientos constituyen unos de los pocos lugares que invariablemente están abiertos todos los días y a todas horas. Ellos son sitios seguros para un encuentro bajo techo, para aliviar la sed y para utilizar un baño público gratuito. Algunos mendigos o simplemente personas sin viviendas las utilizan para dormir siempre que la asiduidad no los torne demasiado conocidos para la policía.

 

 
 
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