Montarse
en algo
MANUEL VAZQUEZ PORTAL
Cuba es una isla en estampida. Como un rebaño asustado anda
el pueblo. Sabe que detrás de la tormenta, viene el huracán.
No escampa. Y unas tras otras se suceden las fugas. Es muy largo
el mal tiempo. El futuro que le prometieron no ha llegado y la gente
lo intuye en otra parte. Sale a buscarlo a cómo dé
lugar porque no hay esperanza. No cree en promesas ni discursos.
Su experiencia le dice que sólo han triunfado aquellos que
han escapado. Una vieja canción de Joan Manuel Serrat resuena
en sus memorias: Escapad, gente tierna, que esta tierra está
enferma y no esperes mañana lo que no te dio ayer. Es el
lema. La consigna. La meta.
Cualquiera pudiera pensar que se trata de una enfermedad
repentina. Una epidemia causada por el disloque gastrointestinal
del principal vector de transmisión del sálvese quien
pueda, pero no es así. El germen ha mutado a lo largo de
medio siglo en variantes diferentes pero partiendo de la cepa originaria,
y que el epidemiólogo cubano Guillermo Cabrera Infante definiera
como Castritis Aguda. Primero fue: ''vamos echando que se acabó
la fiesta''; a continuación llegó ''tumbar la mula'';
luego se le nombró ''venderle el cajetín''; más
tarde adquirió la denominación de ''el último
que apague el Morro''; pasado algún tiempo se rebautizó
como ''brincar el charco''; y así ha llegado hasta hoy con
el intempestivo ``montarse en algo''.
La patología tiene su origen en una copa de
champaña que sorbía el 31 de diciembre de 1958 el
general Fulgencio Batista y Zaldívar. No bien bajó
el codo ya estaba infectado con el virus del antiguo ''A correr,
liberales de Perico''. El antídoto que más a mano
tuvo fue un avión hasta República Dominicana. Detrás
del general se produjo el primer despelote. Generales y doctores
desbordaron los aeropuertos, los puertos, las bahías y hasta
las recónditas caletas.
Llegó el turno más triste. En los niños
el malvado patógeno cobraba efectos mortales. Peter Pan los
llevó en alas hacia destinos inciertos. Camarioca vino a
ser como una terapia de grupo para disminuir en la isla los efectos
contaminantes de la enfermedad, pero no bien habían pasado
quince años cuando la infección tuvo que ser atendida
de forma masiva por el puerto del Mariel en 1980. Y como, al parecer,
la incubación demora unos tres lustros, el otro gran brote
se produjo en 1994, y la hospitalización se llevó
a cabo en Guantánamo.
El tratamiento ambulatorio para infectados, aislados
pero permanentes, ha sido constante y en dependencia de los recursos
del paciente. No pasa un día sin que se conozca un caso.
Los medicamentos van desde el avión hasta la cigarreta, desde
el catamarán rústico hasta el flotador de neumáticos
de tractor. La curación total: una Coca Cola helada en el
tórrido Miami.
La sintomatología se detecta inicialmente
en la boca: los dientes pierden su utilidad primigenia. El avance
del contagio se hace visible en el abdomen y la piel: el estómago
se reduce y el pellejo cuelga. El agravamiento se observa en el
cerebro: se genera una sola idea: fija, retumbante, enloquecedora:
tumbar la mula, brincar el charco, montarse en algo; para donde
sea: Burundi, Haití, Burkina Faso.
La profilaxis es imposible. No hay manera. El virus
se enmascara, se enquista, muta. Permanece en la tierra, el agua,
el aire, el fuego, los pensamientos, el recuerdo. Se ha tornado
imbatible y crónico. El pueblo está irremediablemente
expuesto a él. El flagelo ha invadido el ámbito de
las misiones internacionalistas, las filas de las fuerzas armadas,
los vericuetos de la nomenclatura, los intersticios de la diplomacia,
las ranuras del arte, los surcos del campesinado, los archivos del
Ministerio del Interior, los salones de la familia real. No existe
en el país una vacuna eficaz, a pesar de ser una potencia
médica.
La mayoría de los portadores se ha contagiado
por contacto directo con la realidad, es excesivamente promiscua
la presencia de los vectores, se anuncia en muros y pancartas, en
vallas y lumínicos, en octavillas y medios de comunicación:
tenemos y tendremos socialismo. ¿Quién puede salvarse
con semejantes focos infecciosos? ¿Quién no batalla
por huir? Unos lo hicieron primero, otros después. Es una
enfermedad brutal, ¿comprenden? Un cáncer nacional.
Y si no hemos sido, entre todos, capaces de hallar el antídoto,
por más que algunos hayamos batallado, eso sólo nos
da el derecho de abrazar a quien llega enfermo y ayudarlo a sanar,
mientras llega el tiempo de fumigar, sanear la isla y extirpar para
siempre el tumor que la corroe.
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