24 de diciembre de 2007

Montarse en algo


MANUEL VAZQUEZ PORTAL


Cuba es una isla en estampida. Como un rebaño asustado anda el pueblo. Sabe que detrás de la tormenta, viene el huracán. No escampa. Y unas tras otras se suceden las fugas. Es muy largo el mal tiempo. El futuro que le prometieron no ha llegado y la gente lo intuye en otra parte. Sale a buscarlo a cómo dé lugar porque no hay esperanza. No cree en promesas ni discursos. Su experiencia le dice que sólo han triunfado aquellos que han escapado. Una vieja canción de Joan Manuel Serrat resuena en sus memorias: Escapad, gente tierna, que esta tierra está enferma y no esperes mañana lo que no te dio ayer. Es el lema. La consigna. La meta.

Cualquiera pudiera pensar que se trata de una enfermedad repentina. Una epidemia causada por el disloque gastrointestinal del principal vector de transmisión del sálvese quien pueda, pero no es así. El germen ha mutado a lo largo de medio siglo en variantes diferentes pero partiendo de la cepa originaria, y que el epidemiólogo cubano Guillermo Cabrera Infante definiera como Castritis Aguda. Primero fue: ''vamos echando que se acabó la fiesta''; a continuación llegó ''tumbar la mula''; luego se le nombró ''venderle el cajetín''; más tarde adquirió la denominación de ''el último que apague el Morro''; pasado algún tiempo se rebautizó como ''brincar el charco''; y así ha llegado hasta hoy con el intempestivo ``montarse en algo''.

La patología tiene su origen en una copa de champaña que sorbía el 31 de diciembre de 1958 el general Fulgencio Batista y Zaldívar. No bien bajó el codo ya estaba infectado con el virus del antiguo ''A correr, liberales de Perico''. El antídoto que más a mano tuvo fue un avión hasta República Dominicana. Detrás del general se produjo el primer despelote. Generales y doctores desbordaron los aeropuertos, los puertos, las bahías y hasta las recónditas caletas.

Llegó el turno más triste. En los niños el malvado patógeno cobraba efectos mortales. Peter Pan los llevó en alas hacia destinos inciertos. Camarioca vino a ser como una terapia de grupo para disminuir en la isla los efectos contaminantes de la enfermedad, pero no bien habían pasado quince años cuando la infección tuvo que ser atendida de forma masiva por el puerto del Mariel en 1980. Y como, al parecer, la incubación demora unos tres lustros, el otro gran brote se produjo en 1994, y la hospitalización se llevó a cabo en Guantánamo.

El tratamiento ambulatorio para infectados, aislados pero permanentes, ha sido constante y en dependencia de los recursos del paciente. No pasa un día sin que se conozca un caso. Los medicamentos van desde el avión hasta la cigarreta, desde el catamarán rústico hasta el flotador de neumáticos de tractor. La curación total: una Coca Cola helada en el tórrido Miami.

La sintomatología se detecta inicialmente en la boca: los dientes pierden su utilidad primigenia. El avance del contagio se hace visible en el abdomen y la piel: el estómago se reduce y el pellejo cuelga. El agravamiento se observa en el cerebro: se genera una sola idea: fija, retumbante, enloquecedora: tumbar la mula, brincar el charco, montarse en algo; para donde sea: Burundi, Haití, Burkina Faso.

La profilaxis es imposible. No hay manera. El virus se enmascara, se enquista, muta. Permanece en la tierra, el agua, el aire, el fuego, los pensamientos, el recuerdo. Se ha tornado imbatible y crónico. El pueblo está irremediablemente expuesto a él. El flagelo ha invadido el ámbito de las misiones internacionalistas, las filas de las fuerzas armadas, los vericuetos de la nomenclatura, los intersticios de la diplomacia, las ranuras del arte, los surcos del campesinado, los archivos del Ministerio del Interior, los salones de la familia real. No existe en el país una vacuna eficaz, a pesar de ser una potencia médica.

La mayoría de los portadores se ha contagiado por contacto directo con la realidad, es excesivamente promiscua la presencia de los vectores, se anuncia en muros y pancartas, en vallas y lumínicos, en octavillas y medios de comunicación: tenemos y tendremos socialismo. ¿Quién puede salvarse con semejantes focos infecciosos? ¿Quién no batalla por huir? Unos lo hicieron primero, otros después. Es una enfermedad brutal, ¿comprenden? Un cáncer nacional. Y si no hemos sido, entre todos, capaces de hallar el antídoto, por más que algunos hayamos batallado, eso sólo nos da el derecho de abrazar a quien llega enfermo y ayudarlo a sanar, mientras llega el tiempo de fumigar, sanear la isla y extirpar para siempre el tumor que la corroe.

 
 
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