La
última consigna
José Hugo Fernández
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - Hace poco,
Aleida March, la viuda de Ché Guevara, calificó de
repulsiva la subasta de un mechón de pelo del guerrillero,
llevada a cabo por un ex agente de la CIA que parece haber participado
en su captura y ejecución.
Repulsivo, espeluznante, insano es sin duda que alguien
se ponga a ganarse los frijoles vendiendo restos humanos, sean de
quienes fueran. Como no menos lo es que existan compradores para
tal mercancía. Pero la cosa se complica en este caso, ya
que los compradores, además de practicar necrolatría
del peor gusto, demuestran ser, más o menos conscientemente,
adoradores y aun propagandistas del odio y de la violencia criminal.
Y no sólo ellos, sino también los cientos
de miles y hasta quizá millones que en este mundo, al que
gustamos llamar civilizado, visten camisetas con la cara de Ché
o vuelan en masa hasta La Habana para retratarse al pie de su efigie
en relieve que preside el edificio del Ministerio del Interior (nada
menos), y de paso coleccionan como souvenir las monedas de tres
pesos, buen símbolo de nuestra miseria, que para completar
traen acuñada la imagen de Guevara.
Valdría recordarles, no porque no lo conozcan
sino para que lo mantengan fresco en la conciencia, un fragmento,
aunque sea uno solo y breve, del Mensaje a la Tricontinental que
firmara Ernesto Guevara en el ya remoto mes de abril de l967, y
que hoy por hoy constituye un tesoro entre las reservas ideológicas
de esos a quienes llaman progresistas:
“El odio como factor de lucha –escribió
Ché en el Mensaje a la Tricontinental-, el odio intransigente
al enemigo, que impulsa más allá de las limitaciones
naturales del ser humano y lo convierte en una efectiva, violenta,
selectiva y fría máquina de matar. Nuestros soldados
tienen que ser así; un pueblo sin odio no puede triunfar
sobre un enemigo brutal”.
Queda claro, por facilitación de la experiencia,
que para los actuales seguidores de aquel mensaje, enemigos somos
todos los seres humanos que no pensamos igual que ellos; y enemigos
brutales son aquellos que se muestran contrarios a sus prácticas
o a las de sus amigos y compinches, brutales por vocación
y por imperativo de sus dogmas.
En cuanto a la vigencia política de tales
ideas de Ché (tampoco menos repulsivas que el hecho de vender
hoy su cabello), no vale la pena detenerse, como no sea para recordar
la forma contundente en que Nelson Mandela las echó por tierra,
con una demostración de la ética revolucionaria y
con un ejemplo personal que, aunque no hayamos estampado en imágenes
para camisetas, alinean entre las mayores epopeyas del siglo veinte.
Y conste que no se trata de una colación gratuita
o traída por los pelos. Todo lo contrario. Especialmente
entre los cubanos, no podrían existir circunstancias tan
oportunas como las de este minuto para que establezcamos comparaciones
entre esos dos ejemplos, el de Ché y el de Mandela.
A un lado, los propagadores del odio y la violencia
con sus mítines de repudio y sus brigadas de respuesta rápida.
Y del otro lado, la oposición pacífica, más
firme mientras más pacífica, y más serena,
más segura de sus presupuestos, mientras más alargan
nuestra agonía con el juego sucio de la política.
No seamos como Ché, debiera entonces ser la
consigna, aunque sea la última, ya que de consignas nos han
traído hasta el pelo, el nuestro, quiero decir, que por suerte
no está en venta.
Sólo que para no ser como Ché a los
cubanos amantes de la libertad verdadera nos falta limar un tantillo
nuestra intolerancia, falta que dejemos de descalificarnos unos
a los otros, que abandonemos de una vez y por todas el lenguaje
y la práctica de la violencia, que desmayemos las rencillas
y depongamos el odio y el talante soberbio. Al menos de momento,
si es que no pudiéramos aspirar más que a una tregua
hasta que algo mejor nos ocurra.
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