Crónica           IMPRIMIR
21 de dciiembre de 2007

Barbarroja

Luis Cino


LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - Barbarroja murió al timón de su auto en 2001. No se supo que le falló primero, si los frenos, la dirección del carro o el corazón. Antes, le fallaron los tiempos: cambiaron. Decían que se acababa la historia. Al menos se acabó un modo de concebirla.

Manuel “Barbarroja” Piñeiro, un héroe casi olvidado de la revolución cubana, es más recordado hoy entre los veteranos de la izquierda en Latinoamérica que en Cuba, donde apenas se habla de él.

Desde su oficina en el Palacio de la Revolución, muy cerca de la de Fidel Castro, Barbarroja coordinó durante tres décadas, como un asunto personal, con más o menos suerte, los movimientos armados revolucionarios en América Latina.

En los años 50, su padre, un gerente de la Bacardí, lo envió a estudiar a una de las mejores universidades de los Estados Unidos. Estudió Administración de Empresas en Columbia University, New York. Quizás le sirvió de algo para vertebrar el G-2 cubano, uno de los más eficientes servicios de inteligencia del mundo, y para administrar las finanzas de los grupos guerrilleros latinoamericanos.

Piñeiro regresó a La Habana hablando inglés con fluidez y una esposa norteamericana, a poner bombas para el M-26-7. En 1958 se unió a los rebeldes en la Sierra Maestra. En el principado guerrillero del Segundo Frente comenzó a organizar el G-2.

Fue Vice-Ministro del Interior entre 1961 y 1974. En 1962 lo designaron jefe de la Dirección General de Inteligencia. Durante casi 12 años repartió su atención entre el contraespionaje cubano y el apoyo a los movimientos armados en América Latina.

Escogió a sus hombres y los hizo a su imagen y semejanza. Tipos duros, imbuidos de la mística revolucionaria, pero inteligentes y seductores. Barbarroja, un bon vivant, los enseñó a vestir y a comportarse en la mesa, pero sobre todo, a escuchar con atención a sus interlocutores de la izquierda latinoamericana y conquistarlos. Aún a costa de mostrarse abiertos, poco dogmáticos y liberales sobre el tema de Cuba, siempre que no se rebasaran determinados límites.

Junto a Barbarroja, vivieron el auge y la decadencia de las guerrillas en América Latina. En 1974, siguieron a su jefe cuando salió del Ministerio del Interior para integrar el recién creado Departamento América del Comité Central del Partido Comunista.

Cuba se aproximaba más a la Unión Soviética y normalizaba sus relaciones con los partidos comunistas y algunos gobiernos latinoamericanos. Los conspiradores de Barbarroja en el continente se apostaron en embajadas, empresas importadoras, círculos intelectuales y oficinas de Prensa Latina.

El Departamento que presidía Piñeiro y la Casa de las Américas, cada uno a su modo, fueron los principales puentes entre Cuba y la izquierda latinoamericana.

Barbarroja se tuvo que conformar entonces a tratar con izquierdistas moderados, intelectuales majaderos como Regis Debray y Gabriel García Márquez, viejos políticos estalinistas, exilados chilenos y las viudas y huérfanos de la guerra sucia que desataron las dictaduras militares.

En 1978, con la ofensiva sandinista en Nicaragua, volvió a brillar su estrella. Piñeiro fue el artífice de la victoria sandinista. Se ocupó luego de Guatemala y El Salvador. Lo hizo a su manera. Según sus concepciones tácticas o sus simpatías, apoyó o no a grupos guerrilleros. Recomendó, según el caso, moderación o posturas más radicales. Lo mismo aconsejó alianzas estratégicas que atizó el enfrentamiento entre facciones.

No siempre fue fácil. El Departamento América no disponía de tropas. La capacidad operativa y logística estaba en manos del Departamento de Operaciones Especiales. El DOE tenía los soldados y las armas, pero Piñeiro controlaba los contactos con los principales jefes revolucionarios de Centro y Sudamérica. Fueron relaciones, muchas veces amistosas, cimentadas durante años en los polígonos de entrenamiento de Punto Cero y Jejenes o entre comilonas y cervezas en las casas de protocolo.

Los hombres de Barbarroja y sus prosélitos latinoamericanos tuvieron que acudir a medios nada ortodoxos para el financiamiento de los grupos guerrilleros.

Barbarroja, integrante del Comité Central desde 1965, emergió indemne de los conflictos de los años 60 con los soviéticos, el PSP y Carlos Rafael Rodríguez, tanto como con el defenestrado ideólogo del Partido, Carlos Aldana en 1990. También consiguió imponerse al DOE. Lo que nunca logró fue ser electo miembro del Politburó.

La derrota electoral sandinista y el desplome soviético marcaron el ocaso de Barbarroja y de la lucha armada en el continente. El Departamento América desapareció en 1992. Piñeiro murió unos años después.

En el terreno íntimo, Barbarroja fue afortunado con las rubias. Se casó en New York con la bailarina norteamericana Lorna Burdsall. Menos de 15 años después, conquistó en el Santiago de Chile efervescente de Allende y la Unidad Popular a la que sería su segunda esposa: la periodista, escritora y teórica marxista Martha Harnecker. Bellas mujeres las dos.

En los años 90, Lorna Burdsall encabezaba una troupé de jóvenes bailarines negros que ejecutaban performances por las salas-teatro de La Habana del Período Especial. Antes, colaboró en la fundación del Conjunto de Danza Moderna. Posteriormente, en la creación de la Escuela de Danza Moderna en la Escuela Nacional de Arte de Cubanacán.

Por su parte, Martha Harnecker, autora del más leído manual marxista latinoamericano, cabildeaba en pro de la revolución de Fidel Castro en eventos académicos, congresos y en el abigarrado Foro de Sao Paulo. Hoy, la Harnecker desarrolla sus teorías del socialismo del siglo XXI entre los hoteles de Caracas y los salones del Palacio de las Convenciones de La Habana.

Cuando murió Manuel Piñeiro, habían pasado ya los días de hacer la revolución con las armas en América Latina. Cuba se alejaba del romanticismo revolucionario para adentrarse en un largo otoño sin futuro. Era un buen momento para morir.

 
 
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