Barbarroja
Luis Cino
LA HABANA, diciembre (www.cubanet.org) - Barbarroja murió
al timón de su auto en 2001. No se supo que le falló
primero, si los frenos, la dirección del carro o el corazón.
Antes, le fallaron los tiempos: cambiaron. Decían que se
acababa la historia. Al menos se acabó un modo de concebirla.
Manuel “Barbarroja” Piñeiro, un
héroe casi olvidado de la revolución cubana, es más
recordado hoy entre los veteranos de la izquierda en Latinoamérica
que en Cuba, donde apenas se habla de él.
Desde su oficina en el Palacio de la Revolución,
muy cerca de la de Fidel Castro, Barbarroja coordinó durante
tres décadas, como un asunto personal, con más o menos
suerte, los movimientos armados revolucionarios en América
Latina.
En los años 50, su padre, un gerente de la
Bacardí, lo envió a estudiar a una de las mejores
universidades de los Estados Unidos. Estudió Administración
de Empresas en Columbia University, New York. Quizás le sirvió
de algo para vertebrar el G-2 cubano, uno de los más eficientes
servicios de inteligencia del mundo, y para administrar las finanzas
de los grupos guerrilleros latinoamericanos.
Piñeiro regresó a La Habana hablando
inglés con fluidez y una esposa norteamericana, a poner bombas
para el M-26-7. En 1958 se unió a los rebeldes en la Sierra
Maestra. En el principado guerrillero del Segundo Frente comenzó
a organizar el G-2.
Fue Vice-Ministro del Interior entre 1961 y 1974.
En 1962 lo designaron jefe de la Dirección General de Inteligencia.
Durante casi 12 años repartió su atención entre
el contraespionaje cubano y el apoyo a los movimientos armados en
América Latina.
Escogió a sus hombres y los hizo a su imagen
y semejanza. Tipos duros, imbuidos de la mística revolucionaria,
pero inteligentes y seductores. Barbarroja, un bon vivant, los enseñó
a vestir y a comportarse en la mesa, pero sobre todo, a escuchar
con atención a sus interlocutores de la izquierda latinoamericana
y conquistarlos. Aún a costa de mostrarse abiertos, poco
dogmáticos y liberales sobre el tema de Cuba, siempre que
no se rebasaran determinados límites.
Junto a Barbarroja, vivieron el auge y la decadencia
de las guerrillas en América Latina. En 1974, siguieron a
su jefe cuando salió del Ministerio del Interior para integrar
el recién creado Departamento América del Comité
Central del Partido Comunista.
Cuba se aproximaba más a la Unión Soviética
y normalizaba sus relaciones con los partidos comunistas y algunos
gobiernos latinoamericanos. Los conspiradores de Barbarroja en el
continente se apostaron en embajadas, empresas importadoras, círculos
intelectuales y oficinas de Prensa Latina.
El Departamento que presidía Piñeiro
y la Casa de las Américas, cada uno a su modo, fueron los
principales puentes entre Cuba y la izquierda latinoamericana.
Barbarroja se tuvo que conformar entonces a tratar
con izquierdistas moderados, intelectuales majaderos como Regis
Debray y Gabriel García Márquez, viejos políticos
estalinistas, exilados chilenos y las viudas y huérfanos
de la guerra sucia que desataron las dictaduras militares.
En 1978, con la ofensiva sandinista en Nicaragua,
volvió a brillar su estrella. Piñeiro fue el artífice
de la victoria sandinista. Se ocupó luego de Guatemala y
El Salvador. Lo hizo a su manera. Según sus concepciones
tácticas o sus simpatías, apoyó o no a grupos
guerrilleros. Recomendó, según el caso, moderación
o posturas más radicales. Lo mismo aconsejó alianzas
estratégicas que atizó el enfrentamiento entre facciones.
No siempre fue fácil. El Departamento América
no disponía de tropas. La capacidad operativa y logística
estaba en manos del Departamento de Operaciones Especiales. El DOE
tenía los soldados y las armas, pero Piñeiro controlaba
los contactos con los principales jefes revolucionarios de Centro
y Sudamérica. Fueron relaciones, muchas veces amistosas,
cimentadas durante años en los polígonos de entrenamiento
de Punto Cero y Jejenes o entre comilonas y cervezas en las casas
de protocolo.
Los hombres de Barbarroja y sus prosélitos
latinoamericanos tuvieron que acudir a medios nada ortodoxos para
el financiamiento de los grupos guerrilleros.
Barbarroja, integrante del Comité Central
desde 1965, emergió indemne de los conflictos de los años
60 con los soviéticos, el PSP y Carlos Rafael Rodríguez,
tanto como con el defenestrado ideólogo del Partido, Carlos
Aldana en 1990. También consiguió imponerse al DOE.
Lo que nunca logró fue ser electo miembro del Politburó.
La derrota electoral sandinista y el desplome soviético
marcaron el ocaso de Barbarroja y de la lucha armada en el continente.
El Departamento América desapareció en 1992. Piñeiro
murió unos años después.
En el terreno íntimo, Barbarroja fue afortunado
con las rubias. Se casó en New York con la bailarina norteamericana
Lorna Burdsall. Menos de 15 años después, conquistó
en el Santiago de Chile efervescente de Allende y la Unidad Popular
a la que sería su segunda esposa: la periodista, escritora
y teórica marxista Martha Harnecker. Bellas mujeres las dos.
En los años 90, Lorna Burdsall encabezaba
una troupé de jóvenes bailarines negros que ejecutaban
performances por las salas-teatro de La Habana del Período
Especial. Antes, colaboró en la fundación del Conjunto
de Danza Moderna. Posteriormente, en la creación de la Escuela
de Danza Moderna en la Escuela Nacional de Arte de Cubanacán.
Por su parte, Martha Harnecker, autora del más
leído manual marxista latinoamericano, cabildeaba en pro
de la revolución de Fidel Castro en eventos académicos,
congresos y en el abigarrado Foro de Sao Paulo. Hoy, la Harnecker
desarrolla sus teorías del socialismo del siglo XXI entre
los hoteles de Caracas y los salones del Palacio de las Convenciones
de La Habana.
Cuando murió Manuel Piñeiro,
habían pasado ya los días de hacer la revolución
con las armas en América Latina. Cuba se alejaba del romanticismo
revolucionario para adentrarse en un largo otoño sin futuro.
Era un buen momento para morir.
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