Crónica           IMPRIMIR
20 de dciiembre de 2007

Personajes célebres del pasado

Tania Díaz Castro

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - Muchos de aquellos personajes célebres del pasado, cubanos que trabajaban honradamente en la vía pública como amoladores de tijeras y cuchillos, componedores de colchones, los que estiraban bastidores, vendedores de frutas, viandas, helados, turrones, maní, tamales, de telas y joyas a plazos, etc., han vuelto a ser, qué bueno, personajes muy queridos de nuestras calles. Ausentes todos estuvieron durante casi treinta años de castrismo, pero están surgiendo como el ave fénix, casi por obra y gracia del cielo, o por una necesidad perentoria del Período Especial ante la impotencia de un estado que siempre quiso abarcarlo todo y nunca pudo.

Los jóvenes y los niños escuchaban los relatos de sus padres y abuelos sobre los vendedores ambulantes y no imaginaron jamás que éstos pudieran regresar algún día, mucho menos reencarnados en el Hombre Nuevo del socialismo castrista.

Recordarlos aún duele. La historia de aquellos pregoneros es bien triste. Desaparecieron de un plumazo, pero han ido apareciendo poco a poco pese a represión, multas, amenazas y decomisos, hasta convertirse de nuevo estos vendedores particulares en personajes imprescindibles de nuestras calles.

Sin embargo, hay uno de ellos que no ha podido regresar a nuestra vida cotidiana: el lechero. Actualmente son unos pocos los que reparten la leche, sólo a los niños menores de siete años, no a cualquiera de la población que la desee, como era antes de 1959.

Un día, no puedo precisar la fecha, aquel hombre que durante años abría la puerta del edificio donde yo vivía con mis padres y dejaba a las siete en punto de la mañana un litro de leche fresca en el primer escalón de la escalera, dejó de hacerlo.

Venía con delantal blanco y con la puntualidad de un despertador en un gran camión refrigerado color amarillo y sólo por veinte centavos y sin fallar un día, dejaba el litro de leche a la vista de todos y sin que nadie jamás se atreviera a robarlo.

El gobierno revolucionario intervino todas las empresas privadas que distribuían leche a domicilio y a partir de ese momento fue necesario hacer largas colas para adquirirla en los locales que se destinaban a la venta, no libremente, por supuesto, sino sólo a los niños menores de 7 años y adultos enfermos.

Junto con el lechero, tampoco ha vuelto el sereno, aquel viejecito que no dormía cuidando puertas y ventanas de los pocos ladrones que rondaban el barrio.

Tampoco han vuelto a pasar por las calles las carretillas atiborradas de frutas de primera calidad, viandas, hortalizas, todo a precios populares, y mucho menos aquellos cantineros de comedores que se dedicaban a preparar muy buenos platos de comida para llevar al domicilio de familias no ricas, que solicitaban ese servicio.

Mucho perdimos. Mucho tenemos que recuperar poco a poco; como está ocurriendo.

 

 
 
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