Personajes
célebres del pasado
Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - Muchos
de aquellos personajes célebres del pasado, cubanos que trabajaban
honradamente en la vía pública como amoladores de
tijeras y cuchillos, componedores de colchones, los que estiraban
bastidores, vendedores de frutas, viandas, helados, turrones, maní,
tamales, de telas y joyas a plazos, etc., han vuelto a ser, qué
bueno, personajes muy queridos de nuestras calles. Ausentes todos
estuvieron durante casi treinta años de castrismo, pero están
surgiendo como el ave fénix, casi por obra y gracia del cielo,
o por una necesidad perentoria del Período Especial ante
la impotencia de un estado que siempre quiso abarcarlo todo y nunca
pudo.
Los jóvenes y los niños escuchaban
los relatos de sus padres y abuelos sobre los vendedores ambulantes
y no imaginaron jamás que éstos pudieran regresar
algún día, mucho menos reencarnados en el Hombre Nuevo
del socialismo castrista.
Recordarlos aún duele. La historia de aquellos
pregoneros es bien triste. Desaparecieron de un plumazo, pero han
ido apareciendo poco a poco pese a represión, multas, amenazas
y decomisos, hasta convertirse de nuevo estos vendedores particulares
en personajes imprescindibles de nuestras calles.
Sin embargo, hay uno de ellos que no ha podido regresar a nuestra
vida cotidiana: el lechero. Actualmente son unos pocos los que reparten
la leche, sólo a los niños menores de siete años,
no a cualquiera de la población que la desee, como era antes
de 1959.
Un día, no puedo precisar la fecha, aquel
hombre que durante años abría la puerta del edificio
donde yo vivía con mis padres y dejaba a las siete en punto
de la mañana un litro de leche fresca en el primer escalón
de la escalera, dejó de hacerlo.
Venía con delantal blanco y con la puntualidad
de un despertador en un gran camión refrigerado color amarillo
y sólo por veinte centavos y sin fallar un día, dejaba
el litro de leche a la vista de todos y sin que nadie jamás
se atreviera a robarlo.
El gobierno revolucionario intervino todas las empresas
privadas que distribuían leche a domicilio y a partir de
ese momento fue necesario hacer largas colas para adquirirla en
los locales que se destinaban a la venta, no libremente, por supuesto,
sino sólo a los niños menores de 7 años y adultos
enfermos.
Junto con el lechero, tampoco ha vuelto el sereno,
aquel viejecito que no dormía cuidando puertas y ventanas
de los pocos ladrones que rondaban el barrio.
Tampoco han vuelto a pasar por las calles las carretillas
atiborradas de frutas de primera calidad, viandas, hortalizas, todo
a precios populares, y mucho menos aquellos cantineros de comedores
que se dedicaban a preparar muy buenos platos de comida para llevar
al domicilio de familias no ricas, que solicitaban ese servicio.
Mucho perdimos. Mucho tenemos que recuperar poco
a poco; como está ocurriendo.
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