19 de diciembre de 2007

La hora de la estrella


IVETTE LEYVA MARTINEZ


Ninguna deserción ha provocado tanto furor en Miami y en La Habana en años recientes como la del animador televisivo Carlos Otero, y ninguna ha sido tan reveladora de los profundos cambios y contradicciones que palpitan en el exilio cubano.

Ni la estampida prenavideña de la última semana --tres músicos, 10 artistas circenses, tres bailarines, un diplomático-- ha logrado opacar el efecto causado por la sorpresiva deserción de Otero.

Tal es la popularidad del veterano presentador, que pocas horas después de publicada la noticia, el sitio de Internet Cubaencuentro.com registró más de un centenar de comentarios, abrumadoramente solidarios y, desde luego, firmados en su mayoría por emigrados más recientes, quienes parecen preferir la Internet antes que las ondas radiales como medio de expresión. En las emisoras hispanas de Miami dominó la solidaridad, con algunos comentarios suspicaces, acusaciones sin pruebas y ciertos reproches por un auto que le regalaron y el rápido compromiso laboral que consiguió.

El deseo mezquino de que cada recién llegado pague su ''derecho de piso'' cargando cajas o recogiendo tomates como hace 40 años es irrealizable, justamente gracias a la prosperidad económica que lograron los primeros exiliados. Ellos dieron cobijo y mejores trabajos a quienes los siguieron, creando el precedente de una solidaridad comunitaria que se ha repetido durante décadas.

Como suele suceder, los extremos se tocan y confunden: en La Habana, el régimen calificó a Otero de traidor antes de proscribir definitivamente su nombre de los espacios públicos al tiempo que en Miami un par de personas también pidieron prohibirlo, llamando a un risible boicot contra los canales locales América Teve y Mega TV por dar cabida en su programación a cubanos recién llegados.

Lamentablemente para los fallidos boicoteadores, el exilio de hoy está cada vez más definido por los emigrados de las últimas oleadas: al ritmo actual, la década del 2000 concluirá como un verdadero tsunami migratorio, con una cantidad de emigrados superior a la de cualquier otro período similar. Entre ellos hay decenas de artistas, cuya presencia será cada vez más visible en la vida pública.

Desde 1990 más de 300 mil cubanos nos hemos asentado en Estados Unidos, sobre todo en Miami.

Carlos Otero está en la memoria colectiva de esos cientos de miles de cubanos. Su nombre va ligado a programas que hicieron historia en Cuba, como Para Bailar, Sabadazo, La Hora de Carlos y Con Carlos y punto, verdaderos oasis de desconexión de la retórica política dentro de la aburrida televisión cubana. Por esos preciados momentos de risa o de relajamiento, los cubanos en la isla y el extranjero lo recuerdan con cariño. En Miami, muchos alquilaban los videos de sus programas, grabados de la televisión cubana.

Mientras otros artistas populares, como Silvio Rodríguez y Pablo Milanés, son fácilmente identificados con el régimen cubano, Otero, como experto equilibrista, supo mantenerse en terreno neutral durante casi tres décadas. Gústenos o no, él forma parte de la historia de la televisión cubana y es el único sobreviviente de una tradición que cultivaron con éxito Germán Pinelli, Consuelo Vidal y José Antonio Cepero Brito.

Con su deserción y posterior cierre del programa, los de la isla pierden uno de los escasos espacios de auténtico entrenimiento.

En Miami, los comentarios radiales virulentos desdibujan con frecuencia la verdadera naturaleza de esta comunidad, que es inclusiva y generosa. Aquí conviven pacíficamente ex presos políticos y ex guardaespaldas de Fidel Castro, víctimas y participantes de los infames actos de repudio de los 80 --incluyendo al autor de la banda sonora que los acompañaba--, ex funcionarios del régimen y sus opositores de antaño, ex censores y censurados, así como abiertos admiradores de Fidel Castro en medio de la inmensa mayoría de sus detractores. Sin dudas, también hay espacio para Carlos Otero.


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