La
hora de la estrella
IVETTE LEYVA MARTINEZ
Ninguna deserción ha provocado tanto furor en Miami y en
La Habana en años recientes como la del animador televisivo
Carlos Otero, y ninguna ha sido tan reveladora de los profundos
cambios y contradicciones que palpitan en el exilio cubano.
Ni la estampida prenavideña de la última
semana --tres músicos, 10 artistas circenses, tres bailarines,
un diplomático-- ha logrado opacar el efecto causado por
la sorpresiva deserción de Otero.
Tal es la popularidad del veterano presentador, que
pocas horas después de publicada la noticia, el sitio de
Internet Cubaencuentro.com registró más de un centenar
de comentarios, abrumadoramente solidarios y, desde luego, firmados
en su mayoría por emigrados más recientes, quienes
parecen preferir la Internet antes que las ondas radiales como medio
de expresión. En las emisoras hispanas de Miami dominó
la solidaridad, con algunos comentarios suspicaces, acusaciones
sin pruebas y ciertos reproches por un auto que le regalaron y el
rápido compromiso laboral que consiguió.
El deseo mezquino de que cada recién llegado
pague su ''derecho de piso'' cargando cajas o recogiendo tomates
como hace 40 años es irrealizable, justamente gracias a la
prosperidad económica que lograron los primeros exiliados.
Ellos dieron cobijo y mejores trabajos a quienes los siguieron,
creando el precedente de una solidaridad comunitaria que se ha repetido
durante décadas.
Como suele suceder, los extremos se tocan y confunden:
en La Habana, el régimen calificó a Otero de traidor
antes de proscribir definitivamente su nombre de los espacios públicos
al tiempo que en Miami un par de personas también pidieron
prohibirlo, llamando a un risible boicot contra los canales locales
América Teve y Mega TV por dar cabida en su programación
a cubanos recién llegados.
Lamentablemente para los fallidos boicoteadores,
el exilio de hoy está cada vez más definido por los
emigrados de las últimas oleadas: al ritmo actual, la década
del 2000 concluirá como un verdadero tsunami migratorio,
con una cantidad de emigrados superior a la de cualquier otro período
similar. Entre ellos hay decenas de artistas, cuya presencia será
cada vez más visible en la vida pública.
Desde 1990 más de 300 mil cubanos nos hemos
asentado en Estados Unidos, sobre todo en Miami.
Carlos Otero está en la memoria colectiva
de esos cientos de miles de cubanos. Su nombre va ligado a programas
que hicieron historia en Cuba, como Para Bailar, Sabadazo, La Hora
de Carlos y Con Carlos y punto, verdaderos oasis de desconexión
de la retórica política dentro de la aburrida televisión
cubana. Por esos preciados momentos de risa o de relajamiento, los
cubanos en la isla y el extranjero lo recuerdan con cariño.
En Miami, muchos alquilaban los videos de sus programas, grabados
de la televisión cubana.
Mientras otros artistas populares, como Silvio Rodríguez
y Pablo Milanés, son fácilmente identificados con
el régimen cubano, Otero, como experto equilibrista, supo
mantenerse en terreno neutral durante casi tres décadas.
Gústenos o no, él forma parte de la historia de la
televisión cubana y es el único sobreviviente de una
tradición que cultivaron con éxito Germán Pinelli,
Consuelo Vidal y José Antonio Cepero Brito.
Con su deserción y posterior cierre del programa,
los de la isla pierden uno de los escasos espacios de auténtico
entrenimiento.
En Miami, los comentarios radiales virulentos desdibujan
con frecuencia la verdadera naturaleza de esta comunidad, que es
inclusiva y generosa. Aquí conviven pacíficamente
ex presos políticos y ex guardaespaldas de Fidel Castro,
víctimas y participantes de los infames actos de repudio
de los 80 --incluyendo al autor de la banda sonora que los acompañaba--,
ex funcionarios del régimen y sus opositores de antaño,
ex censores y censurados, así como abiertos admiradores de
Fidel Castro en medio de la inmensa mayoría de sus detractores.
Sin dudas, también hay espacio para Carlos Otero.
Editora de Yahoo! Inc.
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