Crónica           IMPRIMIR
19 de dciiembre de 2007

Emigración y desarrollo

Oscar Espinosa Chepe

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - La globalización avanza aceleradamente y abarca todos los aspectos de la vida humana. Cuando se emplea este término, en especial se piensa en los aspectos económicos y comerciales, y en el incremento de los flujos financieros e inversionistas que con rapidez extraordinaria traspasan las fronteras.

Sin embargo, el proceso de interconexión mundial va más allá, al acercar a los pueblos en materia cultural y de contactos personales. Tiene impacto importantísimo el crecimiento de la emigración que crea verdaderas corrientes humanas entre los países, particularmente procedentes de aquellos con menos progresos hacia los de mayores niveles de desarrollo.

Recientemente, el Fondo Internacional para el Desarrollo Agrícola (IFAD) de las Naciones Unidas presentó un informe sobre el impacto mundial de las emigraciones desde el punto de vista social y económico a través de remesas a sus países de origen. Según ese estudio, en 2006 las remesas ascendieron a 301,0 miles de millones de dólares, cifra superior a la inversión extranjera directa y a la ayuda internacional recibida por los países en desarrollo. Se calcula que el crecimiento de las remesas en los últimos tiempos ha tenido una tasa de engrosamiento del 10,0% anual, que de mantenerse pudiera duplicar el monto actual en 8 años.

En América Latina, las remesas recibidas ascendieron a 68,1 miles de millones de dólares en 2006, siendo México con 24,3 miles de millones el que más dinero recibió. En algunos países, el flujo de remesas es absolutamente vital para su funcionamiento. En la pequeña isla de Granada constituyó el 31,2% del Producto Interno Bruto (PIB); Honduras el 24,8%; Haití 21,1%; El Salvador 18,2%; Nicaragua 14,9%; Jamaica 18,3%. En total, hay 30,4 millones de emigrantes de Latinoamérica y el Caribe que generan por esa vía alrededor de 2 128 dólares per cápita como promedio al año.

Las naciones que reciben a los emigrantes tienen altos beneficios del trabajo que realizan en su territorio, sobre todo por efectuar actividades muchas veces rechazadas por sus nacionales. Estudios efectuados sobre el tema indican que en la Unión Europea el crecimiento del PIB se pudo alcanzar, en parte, en el período 1995-2005, gracias al aporte de los trabajadores emigrantes. La proporción de inmigrantes legales en España en 2007 era el 9,9% de la población total; en Francia, 8,1% en 2004 y en Alemania 10,0% en 2006. En conjunto, en 2006 había en la UE 18,5 millones de residentes legales de terceros países, casi el 4,0% de la población comunitaria. Este fenómeno seguirá expandiéndose, teniendo en consideración las bajas tasas de natalidad en el viejo continente, que motivan que sus países no tengan la capacidad demográfica para enfrentar los nuevos empleos. Queda clara la necesidad de la inmigración, a pesar de las dificultades, incomprensiones y los inevitables choques culturales, así como el intenso flujo de ilegales que debe regularse.

Sin embargo, resulta falsa la teoría de que sólo los países desarrollados se benefician de este proceso. Habría que imaginarse que pasaría si América Latina y el Caribe en las condiciones actuales no hubieran podido crear el flujo de más de 30 millones de personas, ni captado los 68,1 miles de millones de dólares anuales. Indudablemente, los índices de paro y los niveles de pobreza serían muy superiores, con graves consecuencias sociales. En otras áreas geográficas emisoras de emigrantes la situación sería igual o más crítica, sin la concurrencia de la emigración.

Asimismo, por lo regular los países a donde van los emigrante tienen niveles elevados de desarrollo económico, tecnológico, social y político. Aunque también se pueden adquirir malos hábitos, la lógica indica que los emigrantes al regresar pueden ser fuente de progreso y conocimientos para las naciones emisoras; incluso sus remesas no sólo ayudan a elevar el nivel de consumo de las familias, sustrayéndolas de la pobreza, sino están siendo empleadas en el ahorro y la inversión, con la creación de pequeñas y medianas empresas, lo cual debe estimularse mediante creativos esquemas financieros y fiscales.

El informe del IFAD estima que a Cuba llegan 983 millones de dólares anuales en remesas. Esto coincide aproximadamente con estimaciones de CEPAL. Estos son uno de los principales ingresos en divisas del país, y proceden fundamentalmente de la inmigración en Estados Unidos. No obstante, el potencial de remesas debe ser mucho mayor considerando que países como El Salvador y Guatemala recibieron 3,3 y 3,5 miles de millones, respectivamente, en 2006, y que la inmigración cubana aunque no es relativamente de las mayores allí, con cerca de 1,5 millones de personas, está bien posicionada social y económicamente. En el monto de las remesas a Cuba desempeña un papel negativo las restricciones del gobierno estadounidense al envío de dinero hasta 300 dólares trimestrales y sólo a familiares cercanos (padres, hijos y hermanos), y las altas cargas impuestas por el gobierno cubano a las remesas.

Si se eliminaran esos obstáculos, es indudable que las remesas crecerían sustancialmente. Al mismo tiempo, el gobierno cubano debería eliminar las prohibiciones a la iniciativa individual, para que este flujo financiero no sólo sirva al sostenimiento de las familias receptoras de los envíos, sino también para ser invertido en negocios propios con resultados favorecedores al desarrollo del país.

En conclusión puede afirmarse que a pesar de las dificultades e incomprensiones, la emigración desde países menos desarrollados hacia los más desarrollados arroja un balance positivo tanto para los receptores como para los emisores. Pero todavía se está muy distante de que esos beneficios puedan ser aún mayores en la lucha contra la pobreza y por el desarrollo sostenible; condiciones indispensables para alcanzar un mundo equilibrado y pacífico.

 
 
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