La
intrahistoria reciente
Puesta en escena
de obras de Nilo Cruz y Eduardo Machado en Chicago. Preocupaciones
y vivencias de cubanos.
Olympia B. González, Chicago
Este otoño se han llevado a las tablas en la ciudad de Chicago
dos obras de dramaturgos de la Isla llegados a Estados Unidos cuando
eran niños, durante las oleadas de refugiados volcadas repetidamente
sobre este país.
Las obras, escritas en inglés, plantean aspectos
de la problemática cubana que son parte de la memoria colectiva
por su impacto sobre varias generaciones. Evocan eventos que siguen
reclamando una catarsis nacional para liberarse de su presencia
demoníaca en el recuerdo. De ahí que se hayan convertido
en materia dramática.
Los autores son ya ampliamente conocidos en el mundo
teatral: Nilo Cruz, autor de Ana en el Trópico, es el primer
hispano en ganar un premio Pulitzer de teatro, y Eduardo Machado,
con más de cuarenta obras en su haber, como Cuba and the
Night y Havana is Waiting. El hecho de que estas piezas hayan coincidido
en la programación de otoño de teatros importantes
de la ciudad, el Goodman y el Victory Gardens, indica el nivel de
interés que provocan unos dramaturgos cuya actividad creativa
se centra casi exclusivamente en la sociedad cubana y sus costumbres,
contradicciones y paradojas.
Mujeres en dos escenarios
Al representarse con unos pocos días de diferencia,
los espectadores han podido captar preocupaciones comunes y semejanzas
en la manera que destilan las vivencias de los cubanos en épocas
recientes. Aunque se desarrollan en escenarios muy distintos, una
mansión del Vedado y una casa modesta en un pueblo, estos
dramas otorgan un papel central a la mujer como centro de la vida
de una familia, en la que se incluyen primos y amigos, además
de extraños que, por una razón u otra, aparecen en
escena para desatar los poderes de una femineidad ignorada o reprimida
por los hombres de su entorno.
A pesar de las dificultades que soportan, los personajes
consiguen ir más allá de sus limitaciones, para no
dejarse aplastar por un caos que minimiza su capacidad para entender
lo que pasa a su alrededor. Las tensiones familiares, la incomprensión
y el egoísmo, disimulado con pretensiones de todo tipo, se
suman a las exigencias y consignas que los atormentan.
Las dos protagonistas se resisten al cambio y resienten
la violencia sicológica que las presiona por todas partes.
Su fuerza de carácter es lo que posibilita que otros en su
círculo íntimo puedan renovarse, aunque dejando siempre
que las mujeres lleven la nave adelante. Su fuerza surge de una
psicología que las define como seres excepcionales y complejos.
Gladis, la cocinera
The Cook (La cocinera), de Machado, plantea la situación
dramática a partir de una cocinera negra, Gladys, magníficamente
representada por Karen Aldridge. La protagonista se entrega a su
trabajo con orgullo de artesana, sorprendiendo a todos con su increíble
talento para crear los mejores sabores y texturas culinarias. El
matrimonio para el que trabaja Gladys lo conforman un batistiano
importante, y su esposa, que ansía tener un hijo pero ve
pasar los años sin lograr concebir.
Adria y Gladys son buenas amigas y se cuentan sus
intimidades, además de que la primera no puede prescindir
del arte culinario de Gladys para impresionar a todos los que la
visitan. La obra se abre la noche del 31 de diciembre de 1958, justo
unos minutos antes de que la pareja tenga que recoger la maleta
y largarse, dejando a la cocinera con un poco de dinero, y a los
invitados en plena fiesta, ahora sin los anfitriones.
El resto de la obra nos lleva por varias etapas de
la intrahistoria cubana, incluyendo la persecución de los
homosexuales —un primo de Gladys es encarcelado cuando ella
se niega a entregar la casa a un alto funcionario del gobierno,
a pesar de que le ofrecen a cambio liberar al estigmatizado—
y la irrupción en el tercer acto del "período
especial", cuando el país tuvo que abrirse al turismo
extranjero para suplantar los subsidios que enviaba la ya difunta
Unión Soviética.
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