NO
SE LO DIGAS A NADIE
Mis chicas cubanas
JAIME BAYLY
Poco antes de las dos de la tarde, llego a un restaurante de la
isla y me siento a esperar a mis amigas. Todavía me sorprende
que mis chicas cubanas, que tanto me hacen reír, sean tan
mayores: dos son bisabuelas y una, abuela.
No tarda en llegar la menor, Thais. Guapa, elegante,
distinguida, vestida de blanco, con una collar de piedras rojas,
ha venido manejando desde su casa en Coral Gables, a pesar de que
no le gusta manejar. Cumple setenta y un años, pero parece
que tuviera sesenta o menos, tal vez porque todas las mañanas
va al Biltmore y hace aeróbicos acuáticos en la piscina
del hotel. Está casada con un médico que ama la ópera,
tiene tres hijos, se divierte haciendo collares y dice que estaba
deprimida hasta que me conoció.
Poco después llegan Esther y Delia, inseparables
las dos. Esther es alegre, de risa fácil; Delia es más
tímida y callada. La que maneja el auto coreano (''mi máquina'',
lo llama ella) es Esther. Delia camina con cierta dificultad, apoyada
en un bastón. Esther tiene ochenta años, pero, como
se ríe todo el tiempo, parece una niña de setenta.
Delia ya cumplió ochenta y tres. Yo le digo a Delia que nunca
conocí a una mujer de esa edad tan despierta, tan curiosa,
tan atenta a todo.
Mis chicas cubanas y yo pedimos la comida. Thais
elige la milanesa de pollo; Esther y Delia, el bacalao. Me cuentan
cómo llegaron a Miami, jovencitas las tres. Tuvieron que
pasar por toda clase de privaciones y sacrificios. Dejaron atrás
un país, un buen pasar, unos recuerdos, una vida llena de
promesas. Nada de eso las hizo duras o amargadas ni las envenenó
de rencor. Han tenido vidas tremendas, sorteado adversidades brutales,
peleado sin descanso para sacar adelante a sus familias y no por
eso han dejado de ser buenas, cálidas, traviesas, coquetas,
juguetonas.
Las tres perdieron hijos y me lo cuentan con tristeza
pero al mismo tiempo con serenidad. El hijo de Thais se llamaba
Héctor y murió de sida a los veinticinco años.
Me enseña fotos en blanco y negro. Era guapísimo,
parecía un actor de cine, vivía en Manhattan. Adoraba
a su madre y ella moría de amor por él, aún
hoy muere de amor por él, lo recuerda cada día, lo
cuida en sus pensamientos y oraciones, cree ver cosas de Héctor
en mí. Soy en cierto modo ese hijo que ella perdió
y ella es en cierto modo mi madre cubana.
Esther tenía un hijo muy lindo que se llamaba
Jorge. Era un adolescente, tenía apenas catorce años.
Me enseña una foto, un chico bellísimo, la mirada
de un ángel. Un día Jorge y sus amigos fueron a la
playa. Jorge se arrojó al mar desde cierta altura, se golpeó
la cabeza y murió allí mismo. Esther me lo cuenta
sin quebrarse, sin llorar, sin sentir compasión por ella
misma, con una fortaleza asombrosa, como si me estuviera contando
la vida de otra persona. Está orgullosa de sus hijos. Me
habla de Luis, su hijo intelectual. Me habla de Juan, ''el español'',
compañero de Luis. ''Lo quiero como a un hijo'', me dice,
sonriendo, y yo siento que es una mujer sabia, admirable, que cree
en Dios y en el amor, en todas las formas del amor.
Delia es más tímida y callada y sólo
interviene cuando le hago preguntas. Como Thais y Esther, también
perdió a un hijo. Se llamaba Mario, tenía cuarenta
años o poco más cuando murió de sida. Delia
lo cuidó y acompañó hasta el final, como la
madre ejemplar que es. Me enseña una foto de Mario, un hombre
guapo, de traje y corbata, sonriente. Me enseña su tarjeta
con una dirección en Coconut Grove. Me habla de su Mario
con una ternura y una devoción que me conmueven. Todo en
Delia es suave y delicado, y el modo en que evoca a su hijo lo es
también.
Mis tres chicas cubanas me piden que llame
a Martín, mi amigo argentino. Saben que está en Buenos
Aires y que yo lo quiero mucho. Saben que hace dos meses murió
Candy, su hermana. Llamo a Martín. Le digo que estoy con
mis chicas cubanas y que lo quieren saludar. Martín se ríe,
me dice que estoy loco. Mientras veo a Thais, Esther y Delia hablando
con él, diciéndole cosas lindas y animándolo
a que venga pronto, pienso que soy más feliz desde que conozco
a esas tres mujeres bellas y adorables y pienso también que
es así como me gustaría que mi madre me quisiera.
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