De
amor no hablemos
RAUL RIVERO
Madrid -- A última
hora, con las gestiones finales ensayadas hasta el cansancio y,
a veces, hasta la decepción, lo que parece que debe producirse
ahora en los diversos planos del exilio y de la oposición
pacífica es una resuelta marcha hacia la convergencia. La
búsqueda de una armonía provisional que custodie a
los demócratas a un punto en el que hay que volver a dispersarse.
Pero ya en libertad.
Desde dentro de Cuba llega esa exigencia con la fuerza
que acompaña los años de cercanías, sacrificios
y peligros. Y salen también llamados similares desde la diáspora
con la energía de la lejanía, la lucha, los dolores,
la solidaridad y la tenacidad.
Se sabe que nadie aspira a unanimidades artificiales,
ni a que se produzcan milagros, olvidos y perdones para asistir
a un guateque obligatorio donde tendremos que compartir la mesa,
los rones y las piedras de hielo con algunos señores con
los que se tienen muy pocas coincidencias.
Es público y, desde luego, notorio que no
se busca la unidad para celebrar una fecha, ni para que personas
diversas (y, en ciertos temas, encontradas) se hagan una foto de
familia para convencer al mundo libre de que el país es capaz
de tener un segundo --el tiempo del relámpago del flash--
de alianza y de serenidad.
Se dice que la convocatoria es a una unidad en un
espacio enorme donde haya sitio para las soberanías de todos
los hombres y de las mujeres y donde encuentren respeto y tolerancia
todos los registros del pensamiento ajeno.
No es --ya está dicho-- un bando leído
con redoble de tambores, ni un aviso de urgencia para reunirse en
el recinto de una feria. Se trata de un acuerdo, una concertación
para trabajar juntos por la incomparable y única fiesta de
la libertad que debe comenzar con la salida de la cárcel
de los presos políticos.
Para ese trecho que falta por andar no hay que hacerse
juramentos de amor eterno. La propuesta nada tiene que ver con el
matrimonio, ni con concubinatos de conveniencias. Es nada más
que una aproximación decente para retomar con legitimidad
los sitios que los gangsters han secuestrado por medio siglo.
Quienes tocan a las puertas para la unidad no redactan
un decreto, hacen una invitación. Convidan sin aspavientos
pero con premura a que se pueda sacar del escenario a los mentirosos,
los iracundos, los albañiles de las ruinas y de las miserias.
El asunto es necesario para que en aquella geografía
no puedan repetirse nunca más los episodios de las turbas
controladas por la policía que golpean y maltratan a un intelectual
como Darsi Ferrer porque sale a la calle a decir lo que piensa y
a luchar por sus ideas.
Hacen falta esos gestos de acercamiento para que
un dictador y su tropa integral de palos y cabillas y sus ayudantes
de espejuelos graduados no puedan tener entre rejas a casi 300 cubanos
y fuera del país a un 20 por ciento de sus habitantes.
Es eso. Un poco de voluntad para hacer juntos una
parte del camino. Ninguna eternidad que haya que velar, ninguna
compañía impuesta hasta el fin de los tiempos. Exactamente
todo lo contrario.
Me gusta aplicarle a este tema una frase anónima
que leí no sé donde: Como nadie sabe que es imposible,
lo más seguro es que se haga.
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