17 de diciembre de 2007

De amor no hablemos

RAUL RIVERO

Madrid -- A última hora, con las gestiones finales ensayadas hasta el cansancio y, a veces, hasta la decepción, lo que parece que debe producirse ahora en los diversos planos del exilio y de la oposición pacífica es una resuelta marcha hacia la convergencia. La búsqueda de una armonía provisional que custodie a los demócratas a un punto en el que hay que volver a dispersarse. Pero ya en libertad.

Desde dentro de Cuba llega esa exigencia con la fuerza que acompaña los años de cercanías, sacrificios y peligros. Y salen también llamados similares desde la diáspora con la energía de la lejanía, la lucha, los dolores, la solidaridad y la tenacidad.

Se sabe que nadie aspira a unanimidades artificiales, ni a que se produzcan milagros, olvidos y perdones para asistir a un guateque obligatorio donde tendremos que compartir la mesa, los rones y las piedras de hielo con algunos señores con los que se tienen muy pocas coincidencias.

Es público y, desde luego, notorio que no se busca la unidad para celebrar una fecha, ni para que personas diversas (y, en ciertos temas, encontradas) se hagan una foto de familia para convencer al mundo libre de que el país es capaz de tener un segundo --el tiempo del relámpago del flash-- de alianza y de serenidad.

Se dice que la convocatoria es a una unidad en un espacio enorme donde haya sitio para las soberanías de todos los hombres y de las mujeres y donde encuentren respeto y tolerancia todos los registros del pensamiento ajeno.

No es --ya está dicho-- un bando leído con redoble de tambores, ni un aviso de urgencia para reunirse en el recinto de una feria. Se trata de un acuerdo, una concertación para trabajar juntos por la incomparable y única fiesta de la libertad que debe comenzar con la salida de la cárcel de los presos políticos.

Para ese trecho que falta por andar no hay que hacerse juramentos de amor eterno. La propuesta nada tiene que ver con el matrimonio, ni con concubinatos de conveniencias. Es nada más que una aproximación decente para retomar con legitimidad los sitios que los gangsters han secuestrado por medio siglo.

Quienes tocan a las puertas para la unidad no redactan un decreto, hacen una invitación. Convidan sin aspavientos pero con premura a que se pueda sacar del escenario a los mentirosos, los iracundos, los albañiles de las ruinas y de las miserias.

El asunto es necesario para que en aquella geografía no puedan repetirse nunca más los episodios de las turbas controladas por la policía que golpean y maltratan a un intelectual como Darsi Ferrer porque sale a la calle a decir lo que piensa y a luchar por sus ideas.

Hacen falta esos gestos de acercamiento para que un dictador y su tropa integral de palos y cabillas y sus ayudantes de espejuelos graduados no puedan tener entre rejas a casi 300 cubanos y fuera del país a un 20 por ciento de sus habitantes.

Es eso. Un poco de voluntad para hacer juntos una parte del camino. Ninguna eternidad que haya que velar, ninguna compañía impuesta hasta el fin de los tiempos. Exactamente todo lo contrario.

Me gusta aplicarle a este tema una frase anónima que leí no sé donde: Como nadie sabe que es imposible, lo más seguro es que se haga.


 
 
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