17 de diciembre de 2007

Ese feísmo autoritario


Gadafi es un personaje muy divertido, pero su país es uno de los más aburridos del mundo. Es una característica de las dictaduras: que imponen el tedio por decreto, como si la menor muestra de expansión fuese una peligrosa amenaza a la supervivencia del régimen. Cuba es la excepción, pero no será porque no puso empeño. El sueño de Castro fue convertir la isla en Corea del Norte, pero le fallaron los cubanos, que no son exactamente norcoreanos.


Gadafi, con su jaima, sus atuendos de pasarela de Dior, sus noctámbulos hábitos, sus plantes según el humor con que se levante y sus ocurrencias sobre la negritud libia es un personaje que bien podría medirse con el Calígula de Camus. Nunca aburre. Pero su régimen persigue con tanto celo el tedio universal, que en Trípoli está prohibido disputar un partido de fútbol entre amiguetes para evitar concentraciones o subversivas muestras de expansión. La capital libia es una ciudad desolada, sin el menor asomo de cafetines, algarabías, tertulias, ruidos, amontonamientos y reuniones de vecinos tan característicos de los países árabes. Allí el único que puede dar patadas a un balón cuando le da la gana es el hijo de Gadafi, Saadi, que fue jugador del Perugia.


Fuera de Cuba nunca falla. Las ciudades sometidas a regímenes autoritarios son amigas de lo feo, espantan de sus calles al personal, apenas se permiten algún cafetucho con olor a hule rancio y le tienen aversión a cines, teatros, restaurantes y meriendas en el campo. Así que, en sentido inverso, los tiempos de cambio suelen ir precedidos por la proliferación de grupos rock más o menos clandestinos, «teatros independientes», tertulias bohemias, aficiones cinéfilas y ansias por redescubrir la calle. En casos extremos, el ánimo expansionista y liberador se conforma con muy poco. La URSS empezó a caer el día en que se abrieron los primeros restaurantes de comida rápida. Y casi fue un hecho consumado cuando Raisa Gorbachov invitó a Yves Saint Laurent a celebrar su primera exposición en Moscú. Aquel fue el principio del fin del feísmo oficial soviético. El buen gusto, la moda, el teatro, los cabarets, la movida, la cultura, lo bello terminan derribando dictaduras.

 
 
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