17 de diciembre de 2007

Difícil relevo

Fernando García / LaVanguardia.es


La revolución teme por sus hijos. Teme la respuesta de sus hijos. El relevo generacional en la vida pública cubana, asumido como imperiosa necesidad por los hermanos Castro, va a coincidir con la salida al mundo adulto de una juventud que se parece a los viejos revolucionarios tanto como la noche al día. Jóvenes mucho más consumistas pero con poco que consumir y a quienes los bajos salarios en todas las profesiones no ayudan a estudiar ni a trabajar honradamente.


Los medios oficiales empiezan a reconocer el problema. Preocupan las tasas de paro juvenil y de abandono de los estudios, apenas encubiertas con "cifras que no reflejan la realidad", según un reciente informe.

Inquietan la delincuencia y el vandalismo, sobre todo en La Habana, aunque la seguridad ciudadana sea todavía mucho mayor que la de la mayor parte de la región. Duele la fuga constante de muchachos convencidos de que fuera todo les irá mejor.

Ailín Chávez, de 23 años, representa la cuota sin duda mayoritaria de jóvenes cubanos de la que el país puede estar orgulloso. Ella trabaja, estudia y rechaza las vías rápidas para conseguir plata con que comprarse linda ropa y vivir mejor. "Hay que amar lo que uno hace", razona. Ailín gana 310 pesos cubanos al mes (10 euros) dando clases de tenis, y estudia Cultura Deportiva en la universidad. Su sueldo y los ingresos de su familia les dan lo justo para vivir. Pero recuerda tiempos "mucho peores": ella tenía cinco años cuando el fin de la URSS y del campo socialista abrieron el terrible periodo especial.

Los cubanos de la edad de Ailín muestran signos evidentes de los penosos años 90, cuando el hambre, la escasez o carencia de casi todo y los apagones interminables se juntaron con la llegada de turistas comparativamente opulentos y con el descubrimiento de lo más tentador del mundo capitalista a través de múltiples canales: películas, visitas de familiares, parabólicas clandestinas y acceso casi siempre indirecto a Internet. Resultado: los veinteañeros ansían lo material y lo externo mucho más que sus padres y abuelos porque saben que "lo material existe, no se puede negar"; acostumbran a acaparar productos –"si veo un champú que me gusta me compro tres o cuatro pomos (botellas) para cuando no haya"- y en general son más son más apáticos políticamente y más individualistas: "Cada uno tira para lo suyo", reconoce la propia Ailín.

Los jóvenes que se quedan en Cuba sin meterse en líos son, con todo, una mayoría de resistentes. Pero hay desajustes preocupantes. Los hoteles y demás negocios turísticos siguen surtiéndose de ingenieros, historiadores o científicos que así ganan mucho más que con sus carreras. Normal. Sin acceso a pesos convertibles por esa vía o a través de remesas familiares, o bien mediante pequeños chanchullos, la vida resulta imposible. El salto desde las pequeñas trampas cotidianas a la delincuencia o la corrupción no es demasiado largo. De ahí los controles a veces asfixiantes de las empresas públicas y de ahí la inquietud de la cúpula dirigente, cada vez más clara, con respecto a las actitudes de los jóvenes.

El vicepresidente Carlos Lage, pieza clave para la transición cubana, dijo en un reciente discurso ante jóvenes militantes comunistas: "Ustedes nacieron o crecieron cuando se interrumpía el servicio eléctrico 10 o más horas al día, faltaban los medicamentos, escaseaban dramáticamente los alimentos, y apenas circulaban transportes. Esas circunstancias modificaron nuestra vida, propiciaron la expansión de vicios y privilegios, el salario dejó de ser la retribución justa con el que podían resolverse las necesidades cotidianas… Serían impagables los costos de una juventud con tiempo inútil, generador de vicios, de alcoholismo, de consumos pseudoculturales, donde se fomenta la apatía, la vulgaridad, la insensibilidad".

El canciller Felipe Pérez Roque, otro hombre fuerte y bien situado, dijo algo parecido en marzo pasado; recordó que "siete de cada 10 cubanos nacieron después del bloqueo" y que dos millones y medio se han hecho mayores en pleno período especial, con sus "vicios y tendencias negativas"; y, citando un discurso anterior de Fidel, advirtió que "la Revolución puede ser reversible, y no por el enemigo que ha hecho todo lo posible por lograrlo, sino por nuestros errores si no somos capaces de combatir victoriosamente los errores y peligros internos".

Fidel, Lage y Pérez Roque siempre concluyen sus admoniciones con palabras de confianza en la gran mayoría de los jóvenes. Pero la inquietud de La Habana al respecto, manifestada en frecuentes informes reportajes sobre las "desviaciones" de una parte de la juventud, resulta patente. No es sólo una preocupación social, sino política. Pedir fidelidad revolucionaria a quien sólo conoce los tiempos más duros de la Revolución es mucho pedir.

 
 
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