Difícil relevo
Fernando García
/ LaVanguardia.es
La revolución teme por sus hijos. Teme la respuesta de sus
hijos. El relevo generacional en la vida pública cubana,
asumido como imperiosa necesidad por los hermanos Castro, va a coincidir
con la salida al mundo adulto de una juventud que se parece a los
viejos revolucionarios tanto como la noche al día. Jóvenes
mucho más consumistas pero con poco que consumir y a quienes
los bajos salarios en todas las profesiones no ayudan a estudiar
ni a trabajar honradamente.
Los medios oficiales empiezan a reconocer el problema. Preocupan
las tasas de paro juvenil y de abandono de los estudios, apenas
encubiertas con "cifras que no reflejan la realidad",
según un reciente informe.
Inquietan la delincuencia y el vandalismo, sobre
todo en La Habana, aunque la seguridad ciudadana sea todavía
mucho mayor que la de la mayor parte de la región. Duele
la fuga constante de muchachos convencidos de que fuera todo les
irá mejor.
Ailín Chávez, de 23 años, representa
la cuota sin duda mayoritaria de jóvenes cubanos de la que
el país puede estar orgulloso. Ella trabaja, estudia y rechaza
las vías rápidas para conseguir plata con que comprarse
linda ropa y vivir mejor. "Hay que amar lo que uno hace",
razona. Ailín gana 310 pesos cubanos al mes (10 euros) dando
clases de tenis, y estudia Cultura Deportiva en la universidad.
Su sueldo y los ingresos de su familia les dan lo justo para vivir.
Pero recuerda tiempos "mucho peores": ella tenía
cinco años cuando el fin de la URSS y del campo socialista
abrieron el terrible periodo especial.
Los cubanos de la edad de Ailín muestran signos
evidentes de los penosos años 90, cuando el hambre, la escasez
o carencia de casi todo y los apagones interminables se juntaron
con la llegada de turistas comparativamente opulentos y con el descubrimiento
de lo más tentador del mundo capitalista a través
de múltiples canales: películas, visitas de familiares,
parabólicas clandestinas y acceso casi siempre indirecto
a Internet. Resultado: los veinteañeros ansían lo
material y lo externo mucho más que sus padres y abuelos
porque saben que "lo material existe, no se puede negar";
acostumbran a acaparar productos –"si veo un champú
que me gusta me compro tres o cuatro pomos (botellas) para cuando
no haya"- y en general son más son más apáticos
políticamente y más individualistas: "Cada uno
tira para lo suyo", reconoce la propia Ailín.
Los jóvenes que se quedan en Cuba sin meterse
en líos son, con todo, una mayoría de resistentes.
Pero hay desajustes preocupantes. Los hoteles y demás negocios
turísticos siguen surtiéndose de ingenieros, historiadores
o científicos que así ganan mucho más que con
sus carreras. Normal. Sin acceso a pesos convertibles por esa vía
o a través de remesas familiares, o bien mediante pequeños
chanchullos, la vida resulta imposible. El salto desde las pequeñas
trampas cotidianas a la delincuencia o la corrupción no es
demasiado largo. De ahí los controles a veces asfixiantes
de las empresas públicas y de ahí la inquietud de
la cúpula dirigente, cada vez más clara, con respecto
a las actitudes de los jóvenes.
El vicepresidente Carlos Lage, pieza clave para la
transición cubana, dijo en un reciente discurso ante jóvenes
militantes comunistas: "Ustedes nacieron o crecieron cuando
se interrumpía el servicio eléctrico 10 o más
horas al día, faltaban los medicamentos, escaseaban dramáticamente
los alimentos, y apenas circulaban transportes. Esas circunstancias
modificaron nuestra vida, propiciaron la expansión de vicios
y privilegios, el salario dejó de ser la retribución
justa con el que podían resolverse las necesidades cotidianas…
Serían impagables los costos de una juventud con tiempo inútil,
generador de vicios, de alcoholismo, de consumos pseudoculturales,
donde se fomenta la apatía, la vulgaridad, la insensibilidad".
El canciller Felipe Pérez Roque, otro hombre
fuerte y bien situado, dijo algo parecido en marzo pasado; recordó
que "siete de cada 10 cubanos nacieron después del bloqueo"
y que dos millones y medio se han hecho mayores en pleno período
especial, con sus "vicios y tendencias negativas"; y,
citando un discurso anterior de Fidel, advirtió que "la
Revolución puede ser reversible, y no por el enemigo que
ha hecho todo lo posible por lograrlo, sino por nuestros errores
si no somos capaces de combatir victoriosamente los errores y peligros
internos".
Fidel, Lage y Pérez Roque siempre concluyen
sus admoniciones con palabras de confianza en la gran mayoría
de los jóvenes. Pero la inquietud de La Habana al respecto,
manifestada en frecuentes informes reportajes sobre las "desviaciones"
de una parte de la juventud, resulta patente. No es sólo
una preocupación social, sino política. Pedir fidelidad
revolucionaria a quien sólo conoce los tiempos más
duros de la Revolución es mucho pedir.
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