Crónica           IMPRIMIR
12 de dciiembre de 2007

La quincalla de mi amiga

Tania Díaz Castro

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - Hace más de diez años que una amiga mía sube a diario varios pisos por las escaleras sin pasamanos del Edificio Areces, en Avenida del Prado 106, donde vive. Por eso cree estar viva de milagro. Pero algo más: para llegar al apartamento de mi vieja amiga hay que subir algo parecido a una torre de Babel, porque el ascensor del Edificio Areces, como muchísimos otros en la capital, hace más de diez años que desapareció. Cada piso equivale a dos de los modernos, así que mi amiga debe subir un promedio de más de cien escalones para llegar a la puerta de su hogar.

No quiere que yo escriba aquí su nombre porque como otros -ya no tantos-, es miembro del Comité de Defensa de la Revolución de su cuadra, y además, porque quiere contarme de qué vive.

Como muchos cubanos de este país, mi amiga tiene su propia quincalla en su casa. Los cubanos de ayer, anteriores al régimen castrista, llamábamos quincalla a aquellos pequeños establecimientos, casi siempre situados en las esquinas de las cuadras, donde se vendían artículos muy variados de mucha necesidad, por ejemplo cosméticos, útiles de escuela y oficina, ropas de bebitos, juguetes, golosinas, etc.

Las quincallas, que abundaban en toda Cuba, eran la atracción de grandes y chicos y el dueño, por lo general, hacía las funciones de vendedor.

Me cuenta mi amiga que gracias a su quincalla clandestina, diseminada en gavetas, estantes cerrados, cajas y bolsitas plásticas, come caliente un día que otro. Su jubilación la emplea para ir al agro un par de veces y comprar algunas vianditas y frutas. Nada más.

Sinceramente, nunca he podido visitar la quincalla de mi amiga. No tengo fuerzas para subir tantos pisos. Pero no me resulta difícil imaginármela, porque hay muchas, en cualquier casa. A los cubanos, como a todo ser humano de este planeta, les gusta vender, comprar para vender o vender lo que otros le proponen, sobre todo en un país donde el estado es el que mal controla este aspecto de la vida cotidiana.

Sólo falta que el régimen castrista ponga luz verde a todos esos cubanos que quieren tener su negocio propio, algo que va contra el socialismo, para que proliferen los negociantes como hormigas en una dulcería. Sólo falta que todo vuelva a ser normal, como era antes del socialismo. Dicen, no me lo crean, que así será el Socialismo del siglo XXI: una mezcla de economía libre con algo más; un mejunje cuyos ingredientes están por aclararse.

Por lo pronto, como demostración de rebeldía y oposición al modelo económico fracasado del régimen, mi amiga, como cientos de miles de cubanos, tiene su negocio particular bien oculto en gavetas, estantes cerrados, cajas y bolsitas plásticas.

 
 
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