Crónica           IMPRIMIR
12 de dciiembre de 2007

Nefasto y Café con aroma de cuartel

Víctor Manuel Domínguez. Sindical Press

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - La fiebre del debate que recorre la Isla tiene tanto de sainete como de una misión, ya sea futete, de corral, de muerde y huye o de tira la piedra y esconde la mano.

El diálogo entre sordos, las cantaletas épicas, los pespuntes grises y las críticas abiertas que recorren cualquier tipo de reunión, se mezclan en un baile de disfraces al esquelético cuerpo de la verdad nacional.

La cultura del miedo aún se impone. El ropaje de la manipulación todavía persiste, más allá de las aperturas (en el ajedrez) y los cierres (por reparación ideológica) tan promocionados como el maná.

Y no debe ser así, pues César López dejó demostrado que todo cubano se puede bañar y guardar la ropa, siempre que sea ex convicto de desviaciones sexuales o ideológicas, además de revolucionario y Premio Nacional, aunque sea en cambumbia de potrero o dominó.

Si no lo cree, deténgase y escuche decir a César López (un poeta colado y recolado en el saco de la marginalidad intelectual) que “toda adhesión a un proceso cultural tan grande debe ser crítica y dubitativa, cosa que a veces cuesta”.

O, mejor, empinar la chiringa del desmadre cuando dijo ante decenas de estudiantes universitarios: “Recuerden que estamos debatiendo sobre la década prodigiosa”. Y habló de los disparates de los 60, románticos disparates consustanciales a “una revolución radical”.

Y no hay que ser masoquista de campeonato para tildar de prodigiosa una década que trajo para Cuba los campos de educación y recreo de la UMAP (Unidades Militares de Ayuda a la Producción).

Unos años 60 que además nos llenaron de regocijo y pólvora con el Servicio Militar Obligatorio (SMO); de gofio y calamar con la libreta de racionamiento industrial; de ampollas y peste a rayo muerto en los pies por los insuperables zapaticos Kiko plásticos, así como nos permitieron adentrarnos en el conocimiento de la sarna revolucionaria por falta de jabón.

Pero eso no es nada comparado con la prohibición profiláctica de escuchar a The Beatles, traer el pelo largo, o escribirle una carta al padre que se volvió criminal por abandonar la Isla, sólo con el objetivo de mantener la pureza de una revolución demencial en su eterno optimismo de erradicar la presencia de piojos en la escuela.

También fue grato contemplar cómo un miliciano cultural de la talla del bifronte Otero (Lisandro), Presidente de la Academia de la Lengua (viperina) Cubana, haya estado sin un dedo al gatillo del compañero máuser o de la señora pepechá, sino mezclando las angustias y sueños en igual proporción para no poner en peligro el tufo a rancio del proyecto revolucionario.

Y ni hablar de las conmovedoras palabras expresadas por José Bodes, fundador de Prensa Latina, cuando señaló: “el constante dar y recibir” que significó ese decenio.

No hay dudas de que esa década fue un constante dar (palos) las autoridades culturales, y recibir (los palos) quienes olvidaban el Padre Nuestro de la revolución cubana: Dentro de la revolución, todo; fuera de la revolución nada.

Pero es preciso continuar estos debates tan críticos como gástricos, pues se adquiere un nivel de fingimiento y una acidez tan arraigados como ese romanticismo loco y sin afeitar que nos dejó la década prodigiosa.

Resultaría útil que las angustias y sueños de aquella década fundacional para el proceso revolucionario (como aseguran dos aprendices de cotorra y vocero en el Juventud Rebelde), fueran debatidas entre trescientas personas hermanadas por el sudor en la caldera hirviente de un camello Parque de la Fraternidad-El Calvario.

Pero que asistan los césares de la poesía y los oteros del camuflaje, para que sepan que la mezcla del romanticismo con la represión en la cafetera de la Universidad de La Habana, sólo dio una colada de café con aroma de cuartel.

Eso se los aseguro yo, Nefasto “El cuartelario”.

 
 
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