10 de diciembre de 2007
 
 
             
 

Miedo al cambio


ARIEL HIDALGO


El miedo ha sido siempre, tanto en la naturaleza como en la historia, una barrera a la evolución y el progreso. Una vez adaptado un organismo a un medio, cualquier cambio aparece como una amenaza a su existencia. Numerosas personas de baja remuneración rechazan elevadas ofertas por miedo a perder lo ya conocido y a enfrentar una nueva realidad. Las cosas se agravan en el plano nacional. La población que habita el archipiélago cubano, a pesar de su calamitosa existencia y de ausencia de libertades fundamentales, no tienen problemas hipotecarios, ni fiscales --excepto legales cuentapropistas--, ni tienen que pagar seguros de auto o de casa, ni estudios, ni atención médica. Saben que si se hospitalizan, aun con un servicio ineficiente serán atendidos sin que les pidan tarjeta de seguro y sin que les envíen luego cuentas por miles de dólares. A esto se añade una constante saturación propagandística sobre los supuestos peligros del cambio: revanchismo, despojos de tierras y casas, pérdida de beneficios, campaña apuntalada por las propias declaraciones de algunos opositores exiliados, uno de los cuales me escribe que prefiere ''que se hunda Cuba primero en el océano'' antes que convivir con los principales responsables de las barbaridades perpetradas en el archipiélago. Actitudes así son las que más contribuyen a que el actual conflicto se prolongue indefinidamente.

En contraposición, recibo también desde la otra orilla mensajes de personas inconformes con lo que veían a su alrededor e incrédulos ante la propaganda oficial, pero temerosos de lo que pudiera venir después. Uno de ellos, tras un viaje al exterior, vio ''tanta irracionalidad, tanto odio, tanto desconocimiento de la vida en Cuba, tanta satanización de todos los aspectos de la realidad en un discurso mal articulado y en muchos casos carente de veracidad, que me condena al inmovilismo político''. Y concluía preguntándose ''si lo que nos espera en una época posrrevolucionaria será peor''. Otro me dice: ''Lo que más deseo es ver a mi país en una senda de democracia y bienestar. Sin embargo, no me agrada para nada lo que veo fuera de nuestra amada Cuba''. Y termina expresando su temor de que una vez más se haga realidad el juicio del generalísimo Máximo Gómez: ''Los cubanos, si no llegan, se pasan''. Siempre me pareció un contrasentido de muchos opositores del destierro cifrar esperanzas en una rebelión militar mientras recibían a músicos de la otra orilla con abucheos e insultos. Estos hipotéticos militares --o funcionarios-- lo pensarán dos veces antes de cruzar la línea entre la inconformidad y la sedición, pues quienes repudien a simples artistas sólo porque aún viven en Cuba no tardarán en mostrar, con acciones más temibles, el aborrecimiento hacia quienes consideran cómplices de la represión. ¿Equivocados? Quizás. Pero en política la percepción de la realidad pesa más que la realidad misma. Y, según palabras del más grande maestro cubano, ``nada triunfa contra el instinto de conservación amenazado''.

Cuando el odio de unos es más poderoso que el amor a un pueblo, el temor de otros paraliza la voluntad de alcanzar un luminoso porvenir. Hay plantas que no germinan en jardines contaminados. La libertad no podrá florecer en un pueblo donde prevalezcan estas dos plagas: el rencor y el miedo. Aviso. Se solicitan jardineros de experiencia. Se suele disfrazar la sed de venganza con el amor a la justicia, ignorando que la más alta expresión de justicia es el perdón. El pueblo de Cuba está entrampado entre el rencor y el miedo. La sanación mental del odio colectivo es la premisa fundamental para el milagro de la libertad.

Un hombre con serios problemas digestivos acudió a un médico eminente quien le dijo: ''O usted corta su rencor o yo corto su colon''. El hombre quedó estupefacto, pero luego recordó a un viejo amigo contra el que guardaba gran animosidad por una supuesta traición. Fue a verle, conversaron, cada uno explicó su versión de los hechos (porque la verdad de una disputa siempre tiene dos caras), se entendieron mutuamente y se reconciliaron. El hombre regresó al médico para reconocerse una vez más. Pero ya había sanado por completo. Porque los grandes males del cuerpo tienen sus más profundas raíces en la conciencia en forma de miedos y rencores. Reencontrarnos los hermanos extraviados, recuperarnos unos a otros y perdonarnos, he ahí la más eficaz de todas las terapias, y en el caso particular de todo un pueblo, el acto mágico que abre la puerta hacia la tierra prometida.

Un gesto colectivo en la comunidad cubana del exterior hacia los compatriotas de ultramar podría ser decisivo para una solución definitiva del conflicto nacional, una declaración conjunta de un considerable número de personalidades que diga claramente a esos hermanos: queremos el reencuentro de todos los cubanos de buena voluntad con una conciencia de paz y hermandad, sin venganzas, sin reclamos mezquinos, sino con la disposición de dar todo lo mejor nuestro para levantar el hogar común en un ambiente de cordialidad y prosperidad y hacer posible, desde mañana y para siempre, la república de la concordia. Esta es la hora. Los brazos deben tenderse.

 
 
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