Miedo al cambio
ARIEL HIDALGO
El miedo ha sido siempre, tanto en la naturaleza como en la historia,
una barrera a la evolución y el progreso. Una vez adaptado
un organismo a un medio, cualquier cambio aparece como una amenaza
a su existencia. Numerosas personas de baja remuneración
rechazan elevadas ofertas por miedo a perder lo ya conocido y a
enfrentar una nueva realidad. Las cosas se agravan en el plano nacional.
La población que habita el archipiélago cubano, a
pesar de su calamitosa existencia y de ausencia de libertades fundamentales,
no tienen problemas hipotecarios, ni fiscales --excepto legales
cuentapropistas--, ni tienen que pagar seguros de auto o de casa,
ni estudios, ni atención médica. Saben que si se hospitalizan,
aun con un servicio ineficiente serán atendidos sin que les
pidan tarjeta de seguro y sin que les envíen luego cuentas
por miles de dólares. A esto se añade una constante
saturación propagandística sobre los supuestos peligros
del cambio: revanchismo, despojos de tierras y casas, pérdida
de beneficios, campaña apuntalada por las propias declaraciones
de algunos opositores exiliados, uno de los cuales me escribe que
prefiere ''que se hunda Cuba primero en el océano'' antes
que convivir con los principales responsables de las barbaridades
perpetradas en el archipiélago. Actitudes así son
las que más contribuyen a que el actual conflicto se prolongue
indefinidamente.
En contraposición, recibo también desde
la otra orilla mensajes de personas inconformes con lo que veían
a su alrededor e incrédulos ante la propaganda oficial, pero
temerosos de lo que pudiera venir después. Uno de ellos,
tras un viaje al exterior, vio ''tanta irracionalidad, tanto odio,
tanto desconocimiento de la vida en Cuba, tanta satanización
de todos los aspectos de la realidad en un discurso mal articulado
y en muchos casos carente de veracidad, que me condena al inmovilismo
político''. Y concluía preguntándose ''si lo
que nos espera en una época posrrevolucionaria será
peor''. Otro me dice: ''Lo que más deseo es ver a mi país
en una senda de democracia y bienestar. Sin embargo, no me agrada
para nada lo que veo fuera de nuestra amada Cuba''. Y termina expresando
su temor de que una vez más se haga realidad el juicio del
generalísimo Máximo Gómez: ''Los cubanos, si
no llegan, se pasan''. Siempre me pareció un contrasentido
de muchos opositores del destierro cifrar esperanzas en una rebelión
militar mientras recibían a músicos de la otra orilla
con abucheos e insultos. Estos hipotéticos militares --o
funcionarios-- lo pensarán dos veces antes de cruzar la línea
entre la inconformidad y la sedición, pues quienes repudien
a simples artistas sólo porque aún viven en Cuba no
tardarán en mostrar, con acciones más temibles, el
aborrecimiento hacia quienes consideran cómplices de la represión.
¿Equivocados? Quizás. Pero en política la percepción
de la realidad pesa más que la realidad misma. Y, según
palabras del más grande maestro cubano, ``nada triunfa contra
el instinto de conservación amenazado''.
Cuando el odio de unos es más poderoso que
el amor a un pueblo, el temor de otros paraliza la voluntad de alcanzar
un luminoso porvenir. Hay plantas que no germinan en jardines contaminados.
La libertad no podrá florecer en un pueblo donde prevalezcan
estas dos plagas: el rencor y el miedo. Aviso. Se solicitan jardineros
de experiencia. Se suele disfrazar la sed de venganza con el amor
a la justicia, ignorando que la más alta expresión
de justicia es el perdón. El pueblo de Cuba está entrampado
entre el rencor y el miedo. La sanación mental del odio colectivo
es la premisa fundamental para el milagro de la libertad.
Un hombre con serios problemas digestivos acudió
a un médico eminente quien le dijo: ''O usted corta su rencor
o yo corto su colon''. El hombre quedó estupefacto, pero
luego recordó a un viejo amigo contra el que guardaba gran
animosidad por una supuesta traición. Fue a verle, conversaron,
cada uno explicó su versión de los hechos (porque
la verdad de una disputa siempre tiene dos caras), se entendieron
mutuamente y se reconciliaron. El hombre regresó al médico
para reconocerse una vez más. Pero ya había sanado
por completo. Porque los grandes males del cuerpo tienen sus más
profundas raíces en la conciencia en forma de miedos y rencores.
Reencontrarnos los hermanos extraviados, recuperarnos unos a otros
y perdonarnos, he ahí la más eficaz de todas las terapias,
y en el caso particular de todo un pueblo, el acto mágico
que abre la puerta hacia la tierra prometida.
Un gesto colectivo en la comunidad cubana del
exterior hacia los compatriotas de ultramar podría ser decisivo
para una solución definitiva del conflicto nacional, una
declaración conjunta de un considerable número de
personalidades que diga claramente a esos hermanos: queremos el
reencuentro de todos los cubanos de buena voluntad con una conciencia
de paz y hermandad, sin venganzas, sin reclamos mezquinos, sino
con la disposición de dar todo lo mejor nuestro para levantar
el hogar común en un ambiente de cordialidad y prosperidad
y hacer posible, desde mañana y para siempre, la república
de la concordia. Esta es la hora. Los brazos deben tenderse.
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