10 de dciiembre de 2007
 
 
Crónica           IMPRIMIR
 

A pesar de la diplomacia española

Miriam Leiva

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - Los cubanos sentimos que somos un mismo pueblo, donde quiera que estemos asentados por los avatares de la vida. El gobierno instaurado en Cuba hace apenas 50 años dividió y catalogó las familias y los amigos entre revolucionarios, gusanos y mercenarios. Más de millón y medio de isleños debieron emigrar, y no se sabe cuantos hoy añoran igual destino.

Durante decenios no se podía mantener contactos con esos supuestos apátridas, pues los cubanos tenían que ser fieles a Fidel Castro o exponerse a perder el trabajo, los estudios universitarios y soportar la vigilancia de los Comités de Defensa de la Revolución, los informantes, y en definitiva del aparato represivo de la Seguridad del Estado. Posiblemente así comenzó la doble moral, porque infinidad de padres, hijos, hermanos y amigos se comunicaban clandestinamente.

También existieron excesos de quienes se iban y quienes se quedaban, al virarse la espalda e injuriarse con pasión caribeña. Aún hay familiares que no se comunican, no envían siquiera medicamentos a los necesitados en la isla, o desde acá les aterran los contactos para no perder posiciones en el Partido y la Juventud Comunistas y acceder a cargos en sectores priorizados. Pero esas actitudes pierden adeptos a ambos lados del Estrecho de Florida y en otros parajes.

Cuando se permitieron los viajes de la ¨comunidad¨ a Cuba hubo temor inicial tanto por los que llegaban como por quienes los recibían. Incluso había que informar que se recibiría a alguien, pedir permiso y hasta hacer un informe sobre el grado de relación, donde se viajaba y si se recibían invitaciones “sospechosas”. Con el aumento de las llegadas, el paso del tiempo y la mejoría económica de los cada vez más empobrecidos isleños gracias a ellos, todo eso se vino abajo, con excepciones para los funcionarios, que timoratos acogen con entusiasmo disimulado para los vecinos.

Paradójicamente, los “comunitarios” han llegado a valorarse muy alto por obra del gobierno cubano. En el Caimán Verde, quienes nos quedamos, no podemos alojarnos en un hotel ni comprar en una ¨Farmacia Internacional¨, nuestros hermanos con su pasaporte sí pueden hacerlo. Es más, ellos pudieran abrir negocios privados aquí, nosotros no. Nos complace que con mucho trabajo y tesón ellos hayan logrado niveles económicos y sociales impensables de alcanzar acá, donde casi todo está prohibido y es ilegal. Agradecemos su solidaridad.

Por su parte, el gobierno de Estados Unidos castiga desde mayo de 2004 a los cubanos-americanos con las limitaciones a los viajes cada tres años y el envío de remesas. No permite a sus ciudadanos visitar Cuba, lo que traería influjo de ideas, de manera que al igual que el gobierno cubano, al que critica, viola el derecho de salir libremente de su país y regresar a él, contenido en la Declaración Universal de las Naciones Unidas. Crea otra diferencia, pues siempre hay personas astutas que desconocen esas limitaciones, mientras que los demás tienen que escoger, por ejemplo, entre ver al pariente muy enfermo o asistir a su funeral, así como pagar mucho para hacer llegar el dinero ilegalmente.

Para colmo de incongruencia, el gobierno español parece también considerar más cubanos a los de la diáspora que a los de la isla. Difícil de asimilar para no ser injustos con nuestros hermanos del exilio, que no desearían provocar una situación semejante. Resulta que la Secretaria de Estado para Iberoamérica, Doña Trinidad Jiménez, se ha reunido con distinguidos compatriotas de organizaciones cubanas en Miami, pero no habló ni por teléfono con disidentes cuando estuvo en La Habana, acompañando a Don Miguel Ángel Moratinos, según lo acordado con sus anfitriones. Entonces sí pudo toda la delegación española intercambiar sonrisas y presenciar que Felipe Pérez Roque llamara mercenarios a los sufridos prisioneros de conciencia y políticos cubanos.

Las conversaciones con la Secretaria de Estado en Miami difícilmente podían desestimarse. No obstante, saltan muchas interrogantes ante ese cambio tan brusco de la diplomacia española, cuando por estos días se suponía que se reuniera en Madrid el llamado Grupo de Trabajo de Derechos Humanos pactado con las autoridades cubanas. La reacción de La Habana debe ser muy airada, según su tradición. No se sabe si finalmente el gobierno ibérico comprendió que su homólogo sólo ha promovido el cambio de política de la Unión Europea utilizando la buena voluntad o los intereses españoles, sin reciprocidad alguna; prevé un posible desenlace del impasse político existente en Cuba desde la enfermedad del Presidente Fidel Castro; o responde a estrategias electorales con vista a los comicios de marzo en España.

Los cubanos tenemos sangre española, y nos duele. Los de aquí, especialmente los presos, seguimos siendo rehenes de los intereses de muchos. Llegará el día en que se converse con todos en Cuba democrática. Nadie puede olvidar lo más importante, estamos convencidos de que somos un solo pueblo.


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