Las
falsedades de Armando
Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - En
mayo de 2006 se imprimió en la Editora Política del
Comité Central del Partido Comunista de Cuba el libro ¿Disidencia?
Mercenarios del Imperio, una defensa al régimen castrista,
por supuesto, realizada por Armando J. Arias Santos, agente de la
policía política cubana y Licenciado en Derecho.
Llegó a mis manos el libro hace ya algunos
meses. A pesar de que en él me menciona numerosas veces,
me pareció innecesario comentarlo en alguna de las crónicas
que escribo para CubaNet, porque forma parte de una gran colección
de títulos, publicados con el mismo fin: convencer al mundo
que la oposición a la dictadura de Fidel Castro es obra del
Imperialismo.
No me referiré a ese punto, que al parecer,
se trata de una teoría que incluso niega que difieran las
longitudes geocéntricas de dos cuerpos celestes, que elementos
homogéneos se diferencien en un sistema lingüístico
y que en un jardín haya flores de distintos colores y tamaños.
En fin, que cada hombre sea distinto a otro y tenga la libertad
de no pensar igual.
Los regímenes totalitarios, sobre todo los
dictadores, tratan por todos los medios de que el hombre no ande
por la Tierra con su pensamiento libre. Eso lo sabemos de sobra
y eso no lo entiende el agente Armando, o José.
Pero por amor a la verdad, sí quisiera aclarar
los primeros párrafos de su libro, cargados de ofensas e
ilustraciones terroríficas como rostros de feas serpientes,
monstruos alusivos a Drácula, etc.
El libro comienza así: “Una fría
tarde de diciembre del año 1987, en un apartamento ubicado
en Centro Habana, en la capital de Cuba, un individuo nombrado Ricardo
Bofill, muy bien conectado con las embajadas europeas y la estación
de la CIA en esta ciudad, revela toda su filosofía a la anfitriona
y a otro de sus colegas”.
Las imprecisiones de estas primeras páginas
son muchas. ¡Cómo no lo voy a saber, si yo era la anfitriona
cuyo nombre repite más adelante! Comienzo a aclarar: No fue
una fría tarde de diciembre, sino una noche muy cálida
de octubre. No era un apartamento, sino una casona. No me habló
Bofill de ninguna filosofía, sino de la Carta de los Derechos
Humanos, que yo ya conocía.
Nunca me dijo que luchaba por salir de Cuba. Bofill
se fue custodiado por coroneles de la Seguridad del Estado y vive
en Miami su destierro, como cientos de miles de cubanos a quienes
se les niega el denigrante permiso para regresar a su país.
En ningún momento dijo que había que
llamar la atención, sino luchar para que se respetaran los
Derechos Humanos. En las cárceles de Fidel Castro de aquellos
años había cientos de personas cumpliendo largas condenas,
sólo porque expresaron su deseo de irse a Estados Unidos,
porque simplemente lo intentaron o fueron capturados en alta mar.
En ningún momento la fundación del
Partido Pro Derechos Humanos de Cuba, ocurrida el 20 de julio de
1988, representó una iniciativa de la Oficina de Intereses
de Estados Unidos. Fue, sin darme cuenta, sugerencia mía.
Aquel año los simpatizantes del Comité
Cubano Pro Derechos Humanos se multiplicaban por días. En
dos o tres meses llegaron a ser más de trescientos. Cuando
lo comenté con Ricardo, me aclaró que el CCPDH debía
componerse de muy pocos miembros, porque el Comité no era
un partido.
¡Entonces -dije- vamos a crear un Partido,
porque toda esta gente quiere trabajar por los Derechos Humanos!
Así surgió nuestro querido Partido,
que aún existe en Cuba, representado actualmente por René
Montes de Oca, ese valiente y honesto cubano llevado también
a prisión injustamente.
Para el policía político autor del
citado libro, todos los que luchamos por los Derechos Humanos en
nuestra Patria somos culebras, víboras, marionetas, seudo
intelectuales, crápula, mercenarios y las palabras de siempre
dichas por sus antecesores: fulleros, delincuentes, plumíferos
y vedettes.
Hasta el difunto Sumo Pontífice, Juan Pablo
II, quedó difamado en el libro de Armando José Arias
Santos, cuando en las páginas 8 y 9 lo acusa de haber establecido
vínculos con la CIA en la década del ochenta.
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