Bajarse
del carro de la revolución
Tania Díaz Castro
LA HABANA, Cuba, diciembre (ww.cubanet.org) - En la prensa oficialista
cubana puede verse cómo en ocasiones se ha destacado la renuncia
de algún funcionario del gobierno de George W. Bush, algo
que sucede de manera normal en las democracias. Pero, ¿puede
ocurrir esto en regímenes comunistas, donde renunciar equivale
a alta traición, con sus graves consecuencias de cárcel
o marginación indefinida?
En días pasados el presidente venezolano dijo
que nadie podrá detener el carro de su Revolución.
Así le han llamado los viejos y los nuevos comunistas a un
gobierno totalitario. Por tanto, es imposible bajarse del carro.
Pero no vayan a imaginarse que lo comparan con un
carro cualquiera, no. Por ejemplo, un carruaje con barandillas sobre
dos ruedas, un artefacto ligero para pequeños traslados,
un simple carrito, una carreta de bueyes o un automóvil moderno.
Tal vez pretendan compararlo con un vehículo
automotor blindado provisto de cadenas, sobre todo de cadenas, además
de cañones, ametralladoras, etc.
Sin embargo, el carro de la Revolución es
otra cosa. Un carro que no se parece para nada a los convencionales.
Es, así lo demuestra la historia, un carro sin puertas ni
ventanillas, herméticamente cerrado de donde nadie, ni siquiera
los conejos de un mago, pueden escaparse.
Aquellos que deciden bajarse del carro después
de una corta o larga travesía, son llamados traidores y enviados
de cabeza a la prisión. Recordemos al Comandante Hubert Matos,
condenado a veinte años de cárcel por bajarse del
carro, a Guillermo Rivas Porta y a muchísimos otros, acusados
de agentes de la CIA, sorprendidos cuando intentaban bajarse del
carro castrista.
Para aquellos que se bajan de a Pepe, aunque no existan
puertas ni ventanas en el carro, existen las mismas palabras de
siempre. Según el mandatario venezolano se trata de turbas
envenenadas por un libreto norteamericano. Poco falta para que también
los llame gusanos, escoria, apátridas, mercenarios, lumpens,
como se ha hecho en Cuba.
Por experiencia propia sé cómo se vive dentro de ese
carro. Sin libertad alguna. Cada día me pregunto cómo
fue posible haber vivido varios años dentro de él
sin morir por asfixia.
El carro de cualquier revolución, por muy
humanitaria que quiera parecer, cuenta con tantas víctimas
como las ocurridas en una guerra de amplias proporciones. El carro
del régimen comunista soviético ocasionó millones
víctimas sólo porque poseían ideas propias.
El castrista también posee cifras escalofriantes de víctimas,
no sólo las que cayeron ante los pelotones de fusilamientos,
sino también en decenas de guerras ajenas y escapando hacia
el Estrecho de La Florida.
En fin, que el carro de la Revolución
no es otra cosa que un artefacto destartalado, ruinoso, sin mantenimiento
y empujado por ingenuos y pícaros. Algo así como la
estampa de la herejía que aspira a ser país.
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