6 de dciiembre de 2007
 
 
Crónica            
 

Tebanos en La Habana

Miguel Iturria Savón

LA HABANA, Cuba, noviembre (www.cubanet.org) - Entre el 20 de octubre y el 11 de noviembre del 2007, hemos apreciado en el Teatro Mella de La Habana la puesta en escena de Los siete contra Tebas, tragedia premiada, publicada y prohibida en Cuba en 1968. Su autor, Antón Arrufat, supo esperar este estreno reparador que “pudo ser un acto póstumo”.

Cuatro décadas de “sombra ominosa” convirtieron a esta obra de gran calidad poética y funcional en “una especie de huracán literario y político”. Los censores sometieron al autor al ostracismo por reflexionar sobre el poder, la guerra y la lucha fratricida. Vieron nuestra realidad en la irrealidad de las escenas y los personajes creados por Antón Arrufat, quien se inspiró en la tragedia de Esquilo y usó la estructura ritual del teatro griego para inferir -por analogía- la situación histórica que atraviesa la isla.

Como ha dicho Reynaldo González, la puesta en escena de Los siete contra Tebas es un revés para el pensamiento dogmático, “un manotazo al atrevimiento de decirnos que era bueno o malo, conveniente o detestable”.

La rotura del hechizo nos llega de la mano de Mefisto Teatro y su director Tony Díaz. La versión dramática, dirección y puesta en escena es de Alberto Sarraín; la dirección coral de Gladys Puig; coreografía de Iván Tenorio; música original de Jomary Echevarría; diseño escenográfico de Jesús Ruiz; vestuario de Eduardo Arrocha y luces de Carlos Repilado. Entre los experimentados y noveles actores se destacan Enrique Estévez como Etéocles, Harold Vergara (Polinice), Alberto González (Polionte), Daisy Sánchez (Antígona) y Jorge Enrique Caballero y Rayssel Cruz como los espías.

La puesta en escena del bellísimo texto de Antón Arrufat demuestra la maestría de A. Sarraín, quien enfrenta una producción complicada y sin precedente en nuestra literatura dramática, pues - advierte Carlos Celdrán- “usa al teatro como dispositivo para pensar las grandes ideas cívicas en juego en aquel momento: la justicia social e individual, el uso y el abuso del poder, la razón de estado, la poética y la verdad”.

La representación es fiel a la tragedia agónica y contradictoria de Arrufat, cuyas imágenes plásticas y explosivas exigen “un espacio abstracto, despojado de “ilusión”, de “realidad”, de fondo, de perspectiva, perfecto para la confrontación de las Ideas, los Discursos, las Utopías, la maquinaria y las coartadas de la Historia, que reafirman esta visión de dispositivo, de máquina de pensar y de analizar un problema crucial en la escena”.

En Los siete contra Tebas la sencillez del montaje escenográfico complementa la complejidad de un texto que atrae y conmueve a los espectadores, aunque es palpable la diferencia entre este poema dramático y las obras de nuestro mejor teatro de situaciones.

No se trata de misterios, sino de comunión –y comunicación- entre los diálogos del escenario y algunas claves de nuestra realidad, “recreadas” por el autor en la voz de los actores, siempre tensos y expectantes en esa ciudad sitiada que nos recuerda a la nuestra, y a esta isla que ha deportado a tantos Polinice y aún aguarda al ejército enemigo que no llega.

Tal vez por eso, como han dicho Estorino, Gutkin, Celdrán y otros dramaturgos que aplauden el estreno de esta “obra solitaria y extraña”, los censores de entonces trataron de extirparla de la tradición y evitar “un teatro de contradicciones, colérico, desgarrador, agónico en su “inhumana” disección de las contradicciones”.

Antón Arrufat retornó sin lanzas al teatro. Los siete contra Tebas rompieron los candados de la censura. Pero los hijos dispersos de esta isla siguen vagando por otras ciudades. Exijamos a Etéocles la apertura de las puertas de nuestras murallas.



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