¿Quiénes
son los enemigos?
Jorge Olivera Castillo, Sindical Press
LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - Estoy
en el colimador del Kalashnikov. El hombre que apunta parece decidido
a realizar un disparo infalible. A 40 centímetros de distancia
puedo verle el rostro al fusilero Wenceslao Thompson Brown. Un cubano
al parecer descendiente de jamaicanos, que domina el arte de la
guerra. Me entero que aprendió a pelear en Angola.
De allí recuerda su participación en
varias acciones combativas. Han pasado 29 años de sus experiencias
bélicas en África y ahora afina la puntería
con una determinación fuera de dudas.
Wenceslao y el follaje, estáticos. El ojo
derecho encima de la mira telescópica. El índice en
el gatillo. Yo sentado en una silla plástica, decidido a
escribir mi próximo artículo.
Puedo salvarme, esta vez, del olor a pólvora
y el balazo mortal. Los soldados, el que aparentemente me apunta
y otro que dirige su mirada a algún sitio impredecible, son
los protagonistas de las maniobras militares que implican a millares
de cubanos. Ambos posan para la fotografía que se añade
a una tríada de breves reportajes publicados recientemente
en el diario Granma.
Como de costumbre, el país se moviliza para
repeler una presunta incursión de la infantería norteamericana
en las costas de la isla. Es parte de un ciclo natural donde la
alharaca en torno a un choque armado entre los dos países
alcanza su clímax. Mantener el ardor patriotero como una
forma de canalizar el descontento ciudadano y agenciarse cuotas
de legitimidad a partir de la exacerbación de un peligro
de invasión, más retórico que real, se perfilan
entre los objetivos a alcanzar por el régimen.
Ciertamente, por más pronósticos y
recursos que se viertan a razón de una guerra, hasta el momento
constreñida a los límites de la manipulación
y el aspaviento. Nada va a hacer cambiar el pensamiento crítico
de cualquier cubano que se precie de contar con un mínimo
de sentido común. El terrorismo de estado puede inducir a
la pasividad, la doble moral y al uso de otros camuflajes, pero
no a digerir la mentira como si fuera un chocolate de la marca Nestlé.
Es difícil encontrar un cubano que logre articular
una expresión creíble de miedo o preocupación
a causa del asalto de los marines proclamado por la maquinaria propagandística
del gobierno. Son decenas de años de preparaciones combativas,
construcciones de túneles hoy convertidos en sitios ideales
para prácticas erótico-sexuales a falta de lugares
idóneos, también refugio de roedores y mosquitos Aedes
Aegypti debido a las eternas humedades y las sombras sin límites.
La élite de poder guarda con celo los verdaderos
temores. Le preocupa el descontento social, no sabe como evitar
la inmersión de una revolución que se hunde sin los
impactos de los torpedos del enemigo.
Un desborde de la anarquía, que se balancea
entre apotegmas ultra ortodoxos ya descoloridos por el uso indiscriminado
y la fatal previsión de los gobernados de que el socialismo
real es una derivación del látigo y el trago amargo,
pasó a la vanguardia de las inquietudes de la corte totalitaria.
¡Patria o Muerte! es en la actualidad una sentencia que se
apaga apenas alcanza su valor sonoro. La vigencia de está
fórmula no excede la brevedad de un suspiro.
¿Quién va a defender un sistema que
convierte cualquier esperanza de progreso en chatarra?, ¿Qué
justificación podría sostener el hecho de que la patria
sea patrimonio de un partido tan elitista como las etnias amazónicas
dominadas por caciques y hechiceros?
Lejos de todo espíritu de odio y antagonismos
hacia los norteamericanos, el pueblo cubano desea paz y libertades.
Muy pocos imaginan un escenario donde haya intercambio de fuego
entre los ejércitos de ambas naciones. Al contrario, si pudieran,
centenares de miles de mis coetáneos se irían a tratar
de reconstruir sus vidas en las entrañas del ¿monstruo?
La realidad es terca. Al final se sale con las suyas.
Los combates se escenifican en La Habana y en Sibanicú, en
el pueblito de Lajas y en Santiago de Cuba.
Sobran las refriegas y las tensiones en todo el territorio
nacional. Aseguro que en los choques no hay norteamericanos. Todos
los implicados batallan, día a día, contra las absurdas
prohibiciones, el racionamiento, la inflación, el acoso de
la policía, las discriminaciones en relación con los
turistas extranjeros, la burocracia y los bajos salarios. La pugna
es enconada y parece que no habrá armisticio por el momento.
El régimen termina las maniobras tituladas
Moncada 2007, antes fue la operación Caguairán y el
próximo año Bastión 2008. Tres demostraciones
de fuerza, tres indicadores del afán de la nomenclatura por
mantener al pueblo entretenido y bajo control.
Yo, Wenceslao y el resto de la tropa que le acompaña
sabemos que la guerra es permanente. Sin tiros, ni bombas de racimo,
pero tan bestial como suelen manifestarse los combates a muerte.
Son los conflictos de baja intensidad de todo el pueblo contra los
demonios entrenados en las oficinas del Partido Comunista.
Si alguien descubre un invasor de acento anglosajón
agazapado en algún recoveco urbano o rural de Cuba, por favor
avíseme. Y, por favor, no se confunda con un turista canadiense
o inglés de los miles que vienen a ver cada año el
parque jurásico del Caribe.
Mientras tanto voy pensando en una estrategia
eficaz para repartir las 11 onzas de pescado per cápita en
el almuerzo y la comida. ¿Para qué un fusil?
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