4 de dciiembre de 2007
 
 
Crónica            
 

Camuflaje popular

Miguel Iturria Savón

LA HABANA, Cuba, diciembre (www.cubanet.org) - La comedia electoral que moviliza a legiones de funcionarios no es harina de otro costal. Desde 1977 el guión es el mismo en los 169 municipios de Cuba y en la colindante Isla de la Juventud. Los candidatos electos conforman la Asamblea local del Poder Popular bajo la mirada cautelosa del Partido Comunista, quien propone la nómina del gobierno territorial y los representantes de éste al nivel provincial, donde son “escogidos” los diputados a la Asamblea Nacional, la cual “designa” al Consejo de Estado y a su inefable Presidente.

A simple vista –y desde el exterior- el tablado electoral del castrismo parece justo y democrático. Pero, cuidado con las apariencias, nuestras elecciones son un instrumento de legitimidad interna, un eco tardío de las votaciones en la antigua Unión Soviética, donde los intereses del sistema y las ordenanzas del Partido condicionaron la opinión de las masas y convirtieron “los sufragios” en rituales previos a los nombramientos.

Nada mejor que un par de ejemplos para correr la cortina de la formalidad de un sistema electivo que reajusta el engranaje del régimen burocrático, cuyos funcionarios son “cuadros del partido” y clientes de sus superiores.

Recuerdo al anti popular Mario Cartaya López, quien fue reelecto cinco veces como delegado de una circunscripción en Lotería, Cotorro, donde presidió durante 14 años la Asamblea de ese municipio capitalino.

Cartaya era alto y fuerte, laborioso y soberbio, inculto y grosero. Temía a los de arriba y despreciaba a los subordinados. La pobreza de su léxico contrastaba con la riqueza de sus disparates y con las mañas para consumar las órdenes del Partido y del Gobierno provincial. Le decían Plutarco Tuero en alusión al personaje televisivo que encarnaba la estupidez de los alcaldes del pasado republicano. Hasta los jefes que lo imponían en cada mandato se burlaban de sus habituales meteduras de pata.

Felizmente, los electores del Cotorro no tuvieron que seguir votando por el represivo y folklórico Mario Cartaya López, quien murió en otro puesto superior.

Lo sustituyó Roberto Labrada Ávila, ex miembro del Buró nacional de la Juventud Comunista y compañero del entonces canciller Roberto Robaina. Labrada era más populista y menos represivo sin dejar de ser prepotente. Se caracterizó por la grisura administrativa y por la obediencia a sus superiores, quienes lo ascendieron a vicepresidente del Gobierno provincial y lo “eligieron” diputado a la Asamblea Nacional. Un infarto irreverente puso fin a su carrera de cortesano.

Me pregunto cuántos Cartaya y Labrada han sido designados en puestos “electivos” en todo el país durante tres décadas de institucionalización socialista. Una lista tan enorme de cuadros obedientes y utilitarios justifica la existencia de los basurales públicos, la ineficacia de los servicios urbanos y otras calamidades que sumergen a los ciudadanos en el escepticismo.

Ni el vigor del tiempo agrega un adarme de valor al camuflaje electivo cubano. La comedia legitimadora sigue igual, pues los “elegidos” no responden a sus electores, sino a un centro de poder que pretende perpetuarse. La dinámica del voto convirtió el sueño democrático en pesadilla colectiva.

 

 

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