Sólo para adictos a Cuba
OSCAR PEÑA
/ El Nuevo Herald
Desde el primer momento que el presidente George
W. Bush distinguió al activista de derechos humanos Oscar
Elías Biscet con la más alta condecoración
de Estados Unidos, enviamos una nota de agradecimiento al mandatario.
Igual habíamos hecho con la Unión Europea
cuando distinguieron a Oswaldo Payá Sardiñas, y con
los suecos cuando premiaron a Manuel Cuesta Morúa; también
lo hemos hecho con las organizaciones y países que han emitido
premios a destacados exiliados. Igual disfrutamos como propias aquellas
resonantes y reiteradas ganadas elecciones del cubano Raúl
Martínez en Hialeah, o la llegada del primer cubano al Senado
norteamericano, Mel Martínez. ¿Habrá algún
cubano que no experimentó agrado y orgullo al conocer de
la designación de un compatriota como secretario de Comercio?
¿Habrá alguno que no lo experimente mañana
si la candidata Hillary Clinton escogiera a Bob Menéndez
como compañero de fórmula y ganaran? El único
lamento es pensar que todos hayan tenido que triunfar fuera de su
patria o estén presos dentro de ella.
Es muy importante hacer saber que los cubanos que
abogamos por una Cuba democrática agradecemos esas solidarias
acciones. Iguales notas enviaríamos al presidente de Rusia
o el de China si lo hicieren. La solidaridad la agradecemos de cualquier
esquina que proceda. No sólo la necesitamos de un país
o partido político. La necesitamos de todos. Sirva esta experiencia
personal: cuando llegue de Cuba fui invitado y recibido en el Departamento
de Estado, estando en la presidencia un republicano (Bush padre);
después ganaron los demócratas y tengo dos cartas
enviadas por el presidente Clinton. Esas acciones no me hicieron
más republicano o más demócrata. A ambos partidos
expreso las mismas opiniones y de ambos recabo la misma solidaridad.
Así estimo debían actuar los exiliados.
Sin embargo, parece que el idealismo nos ciega: por
la acción de felicitar al presidente Bush por otorgar el
galardón a Oscar Elías Biscet, recibimos críticas
de cubanos que al parecer están más inmersos en luchas
partidistas de Estados Unidos o en una inútil competencia
entre organizaciones exiliadas por una Cuba libre. Aprovecho el
episodio para aconsejar a todos los cubanos algo imperioso: el momento
no es el de estar seleccionando a mi exiliado (para los que están
dentro de Cuba), o a mi disidente o preso político (para
los que están afuera). Tampoco es el de poner las esperanzas
y la búsqueda de posibles reformistas dentro de la nomenclatura
del régimen sólo en Raúl Castro, su hija Mariela,
Julio Casas Regueiro, Carlos Lage, Ricardo Alarcón, Fernando
Remírez de Estenoz o Rafael Hernández. No debemos
poner barreras. Todos los que forman parte del régimen tienen
que recibir señales de que contamos con ellos como protagonistas
y partes del cambio en Cuba. A todos tenemos que darles un voto
de confianza. Inevitablemente el hogar cubano hay que reconstruirlo
con el concurso de todos sus hijos.
Para alistarse los cubanos al fino, delicado y muy
necesario juego de la democracia primero lleguemos entre todos a
la orilla. Mañana, cuando nuestro país sea libre,
cada cubano tendrá la oportunidad de escoger sus a candidatos,
leyes, partidos y organizaciones. No es sólo una opción,
es una necesidad vital. El contrapunto, balance y consenso de las
diferentes opiniones y puntos de vista sin duda ayudan a alcanzar
el desarrollo y seriedad de los países. Pero hoy lamentablemente
todavía los cubanos no estamos en esos momentos. Querer hacer
esos ejercicios genuinamente democráticos en el actual proceso
cubano es conspirar contra la llegada de la democracia a Cuba. Hoy
tenemos que acopiarnos --allá y aquí-- de tacto, sentido
común, amor a Cuba, buena voluntad, desprendimiento de cinismos,
partidismos, excesos de protagonismo, críticas despiadadas
a cubanos demócratas o republicanos, a ex batistianos o ex
fidelistas, disidentes o exiliados. Lleguemos a la meta y después
tratemos de hacer el compromiso y pacto social de vivir con la útil
diferencia, sellada calidad ciudadana y el respeto entre todos.
Hago una pregunta válida: ¿tendrá
valor Raúl Castro para, estando vivo Fidel Castro, poner
en libertad al prisionero de su hermano, Oscar Elías Biscet,
y al resto de los presos políticos? Sería el segundo
gesto de gallardía, valor e independencia del sucesor. El
primero fue reconocer públicamente el pasado 26 de julio
que Cuba necesita cambios serios. Si ahora Raúl Castro suelta
a los inocentes presos políticos comenzaría a soltar
lastre de dictadura.
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