PRENSA INDEPENDIENTE
Octubre 2, 2006

EDUCACION
Inicio del curso escolar: odisea terrenal a la cubana

Marcelo Jiménez Jiménez, Jóvenes sin Censura

HOLGUIN, Cuba - Octubre (www.cubanet.org) - Para Adela, un ama de casa del municipio Cacocún, en esta provincia, el hecho de que sus dos hijas menores vayan a la escuela se ha convertido en un quebradero de cabeza. La mujer es de las personas en Cuba que perciben bajos ingresos personales, y el sueldo no le alcanza para todos los menesteres hogareños.

Relata esta mujer, que no ha temido dar su nombre, el problema de su hija menor, quien está en el segundo grado, y hasta el venidero año no le autorizan comprar uniformes escolares nuevos. En cambio la otra, en el grado octavo de la secundaria básica, recibió un solo uniforme, lo que la obliga a lavar la ropa casi a diario, de manera que cuando llegan los días de enero y febrero ya el curso ha avanzado lo suficiente como para que las faldas estén desteñidas y las blusas blancas tan transparentes que a las niñas les avergüenza asistir a la escuela.

La mujer lo dice sin mucho espanto, preocupada, pero como si fuera lo que es: algo normal. Se sabe que en la calle, en los intestinos del mercado negro, un uniforme puede costar entre 60 y 70 pesos, en la fláccida moneda que es el peso cubano, lo que valorado en dólares puede ser sólo dos dólares y medio, pero más o menos seis o siete días de trabajo de un obrero normal. "Esta situación se complica -me aclara Adela- cuando se trata de los zapatos. Yo he tenido que meterme en una cola de varios días para comprar con un bono de dos pares de zapatos, que me asignaron para ellas, pues estamos reconocidos en el pueblo como asistenciados sociales".

Dice que en un principio le avergonzaba esa condición social, pero luego cambió su perspectiva cuando vio los que merodeaban la cola, pues habían desde mujeres de dirigentes, profesionales con un aparente buen salario, hasta revendedores a la casa de los bonos, o de los zapatos para ponerlos a un precio más elevado en los estantes del comercio subterráneo de la isla.

Adela sabe que la merienda será gratis, pero que no alcanza. Cuenta que le preocupa ahora conseguir que una de las hijas no vaya a la escuela al campo y que la maestra emergente de la otra no sea tan emergente, ni fugaz como la espuma, y que al final del curso le queden nervios o la cabeza en su sitio. Si Dios la ayuda, aunque apriete un poco.

 


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