EDUCACION
Inicio del curso escolar: odisea terrenal a la
cubana
Marcelo Jiménez Jiménez, Jóvenes
sin Censura
HOLGUIN, Cuba - Octubre (www.cubanet.org) - Para
Adela, un ama de casa del municipio Cacocún,
en esta provincia, el hecho de que sus dos hijas
menores vayan a la escuela se ha convertido en
un quebradero de cabeza. La mujer es de las personas
en Cuba que perciben bajos ingresos personales,
y el sueldo no le alcanza para todos los menesteres
hogareños.
Relata esta mujer, que no ha temido dar su nombre,
el problema de su hija menor, quien está
en el segundo grado, y hasta el venidero año
no le autorizan comprar uniformes escolares nuevos.
En cambio la otra, en el grado octavo de la secundaria
básica, recibió un solo uniforme,
lo que la obliga a lavar la ropa casi a diario,
de manera que cuando llegan los días de
enero y febrero ya el curso ha avanzado lo suficiente
como para que las faldas estén desteñidas
y las blusas blancas tan transparentes que a las
niñas les avergüenza asistir a la
escuela.
La mujer lo dice sin mucho espanto, preocupada,
pero como si fuera lo que es: algo normal. Se
sabe que en la calle, en los intestinos del mercado
negro, un uniforme puede costar entre 60 y 70
pesos, en la fláccida moneda que es el
peso cubano, lo que valorado en dólares
puede ser sólo dos dólares y medio,
pero más o menos seis o siete días
de trabajo de un obrero normal. "Esta situación
se complica -me aclara Adela- cuando se trata
de los zapatos. Yo he tenido que meterme en una
cola de varios días para comprar con un
bono de dos pares de zapatos, que me asignaron
para ellas, pues estamos reconocidos en el pueblo
como asistenciados sociales".
Dice que en un principio le avergonzaba esa condición
social, pero luego cambió su perspectiva
cuando vio los que merodeaban la cola, pues habían
desde mujeres de dirigentes, profesionales con
un aparente buen salario, hasta revendedores a
la casa de los bonos, o de los zapatos para ponerlos
a un precio más elevado en los estantes
del comercio subterráneo de la isla.
Adela sabe que la merienda será gratis,
pero que no alcanza. Cuenta que le preocupa ahora
conseguir que una de las hijas no vaya a la escuela
al campo y que la maestra emergente de la otra
no sea tan emergente, ni fugaz como la espuma,
y que al final del curso le queden nervios o la
cabeza en su sitio. Si Dios la ayuda, aunque apriete
un poco.
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