SOCIEDAD
Las calabacitas
Oscar Mario González, Grupo Decoro
LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - A los recipientes
metálicos para gas licuado que en los últimos
años vienen sustituyendo a los habituales
de 100 libras, el ingenio popular los llama "calabacitas",
por su parecido con el fruto de esta planta rastrera
y de grandes hojas.
Son el resultado de un programa de gasificación
iniciado en 1999 cuyo propósito es generalizar
el consumo del citado combustible, con la eliminación
del uso del alcohol y la luz brillante (keroseno),
en el ámbito doméstico.
El asunto no es novedoso aunque sí difuso
en la memoria popular por el tiempo transcurrido.
En 1959 Cuba marchaba a la cabeza del continente
en lo que atañe al consumo de gas en sus
variantes líquido o de balón, y
manufacturado o de la calle como popularmente
se le nombra. Para tal fecha ya los municipios
más poblados de la capital tenían
gas de la calle, y se proyectaba llevarlo a las
zonas periféricas de la ciudad.
El giro totalitario de la nación postergó
esta tendencia, mientras la población crecía
y casi se duplicaba. En este aspecto, como en
otros tantos, Cuba se rezagaba. El gas manufacturado,
entre otras ventajas, es más económico
y el que mejor parece adaptarse al ritmo de vida
moderno.
En diciembre de 1998, según datos oficiales,
273 mil núcleos familiares estaban favorecidos
con el servicio de gas. Hoy, según las
mismas fuentes, son 556 mil.
Pero con independencia de los datos que ofrece
el gobierno -siempre pasan por el tamiz de mis
dudas y recelos-, es cierto que en los últimos
años se ha hecho un encomiable esfuerzo
en la capital por llevar el gas a los hogares.
En el caso del gas manufacturado se alivió
a muchas personas del fastidio de cocinar con
luz brillante, y de la odisea de conseguirlo.
Claro, es necesario tener una cocinita eléctrica,
porque bajo el castrismo lo único que no
falla es la vigilancia. El gas, por supuesto,
está sujeto a la ley general del sistema,
de un pasito adelante y dos atrás.
El mayor obstáculo que se le ha presentado
al régimen en sus propósitos "gasificadores"
ha sido de carácter económico, pues
la inversión inicial para el gas manufacturado
es considerable.
Es fácil imaginar que un país empeñado
con medio mundo, con la economía por el
suelo y con grandes egresos para mantener a la
élite gobernante, tenga que hacer maromas
para ejecutar cualquier proceso inversionista.
Otra situación se presenta con el cavado
de zanjas en calles y aceras, cuyos trabajos suelen
quedarse a medias con los perjuicios que ello
acarrea a la higiene y sanidad públicas.
Otras veces las zanjas son mal rellenadas, afeando
las calles y acelerando su siempre creciente deterioro.
Pero el punto neurálgico, el mayor escollo
del asunto tiene que ver con el deficiente abasto
de calabacitas a los puntos de expendio.
Aunque los directores de las empresas provinciales
de gas manufacturado y líquido aseguren
que en la capital funcionan 302 puntos en los
cuales se vende un promedio diario de 15 mil calabacitas,
lo cierto es que quienes dependen de ello para
cocinar a veces tienen que dormir en los puntos
para adquirirlas. Cuando el suministro hace crisis,
suelen dormir varios días esperando, porque
entonces se forma la pelotera y el salpafuera,
y se cumple aquello de que el ojo del amo engorda
al caballo.
Como siempre sucede cuando abundan la miseria
y las dificultades, aparecen todo tipo de conducta
humana indeseable, y todo tipo de invento. Así
pues, el soborno hace de las suyas permitiendo
la adquisición de una calabacita fuera
de tiempo y libre de reglamentación. Surge
el viejo oficio del colero, de factura castrista,
que por alguna recompensa monetaria le libra de
una asfixiante cola. Y otras tantas traquimañas
y subterfugios a veces inimaginables. Porque en
todas las épocas y en todos los lugares
del mundo las miserias materiales traen consigo
abundantes, crueles y bochornosas miserias.
En los momentos en que escribo, las calabacitas
pasan por una mala etapa. Ojalá y se solucione
pronto. Parte el alma la estampa de esos rostros
marchitos y esas miradas inexpresivas; de esos
pobres cubanos que en la cola esperan por su calabacita.
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