PRENSA INDEPENDIENTE
Enero 14 , 2005
 

SOCIEDAD
Las calabacitas

Oscar Mario González, Grupo Decoro

LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - A los recipientes metálicos para gas licuado que en los últimos años vienen sustituyendo a los habituales de 100 libras, el ingenio popular los llama "calabacitas", por su parecido con el fruto de esta planta rastrera y de grandes hojas.

Son el resultado de un programa de gasificación iniciado en 1999 cuyo propósito es generalizar el consumo del citado combustible, con la eliminación del uso del alcohol y la luz brillante (keroseno), en el ámbito doméstico.

El asunto no es novedoso aunque sí difuso en la memoria popular por el tiempo transcurrido.

En 1959 Cuba marchaba a la cabeza del continente en lo que atañe al consumo de gas en sus variantes líquido o de balón, y manufacturado o de la calle como popularmente se le nombra. Para tal fecha ya los municipios más poblados de la capital tenían gas de la calle, y se proyectaba llevarlo a las zonas periféricas de la ciudad.

El giro totalitario de la nación postergó esta tendencia, mientras la población crecía y casi se duplicaba. En este aspecto, como en otros tantos, Cuba se rezagaba. El gas manufacturado, entre otras ventajas, es más económico y el que mejor parece adaptarse al ritmo de vida moderno.

En diciembre de 1998, según datos oficiales, 273 mil núcleos familiares estaban favorecidos con el servicio de gas. Hoy, según las mismas fuentes, son 556 mil.

Pero con independencia de los datos que ofrece el gobierno -siempre pasan por el tamiz de mis dudas y recelos-, es cierto que en los últimos años se ha hecho un encomiable esfuerzo en la capital por llevar el gas a los hogares.

En el caso del gas manufacturado se alivió a muchas personas del fastidio de cocinar con luz brillante, y de la odisea de conseguirlo.

Claro, es necesario tener una cocinita eléctrica, porque bajo el castrismo lo único que no falla es la vigilancia. El gas, por supuesto, está sujeto a la ley general del sistema, de un pasito adelante y dos atrás.

El mayor obstáculo que se le ha presentado al régimen en sus propósitos "gasificadores" ha sido de carácter económico, pues la inversión inicial para el gas manufacturado es considerable.

Es fácil imaginar que un país empeñado con medio mundo, con la economía por el suelo y con grandes egresos para mantener a la élite gobernante, tenga que hacer maromas para ejecutar cualquier proceso inversionista.

Otra situación se presenta con el cavado de zanjas en calles y aceras, cuyos trabajos suelen quedarse a medias con los perjuicios que ello acarrea a la higiene y sanidad públicas. Otras veces las zanjas son mal rellenadas, afeando las calles y acelerando su siempre creciente deterioro.

Pero el punto neurálgico, el mayor escollo del asunto tiene que ver con el deficiente abasto de calabacitas a los puntos de expendio.

Aunque los directores de las empresas provinciales de gas manufacturado y líquido aseguren que en la capital funcionan 302 puntos en los cuales se vende un promedio diario de 15 mil calabacitas, lo cierto es que quienes dependen de ello para cocinar a veces tienen que dormir en los puntos para adquirirlas. Cuando el suministro hace crisis, suelen dormir varios días esperando, porque entonces se forma la pelotera y el salpafuera, y se cumple aquello de que el ojo del amo engorda al caballo.

Como siempre sucede cuando abundan la miseria y las dificultades, aparecen todo tipo de conducta humana indeseable, y todo tipo de invento. Así pues, el soborno hace de las suyas permitiendo la adquisición de una calabacita fuera de tiempo y libre de reglamentación. Surge el viejo oficio del colero, de factura castrista, que por alguna recompensa monetaria le libra de una asfixiante cola. Y otras tantas traquimañas y subterfugios a veces inimaginables. Porque en todas las épocas y en todos los lugares del mundo las miserias materiales traen consigo abundantes, crueles y bochornosas miserias.

En los momentos en que escribo, las calabacitas pasan por una mala etapa. Ojalá y se solucione pronto. Parte el alma la estampa de esos rostros marchitos y esas miradas inexpresivas; de esos pobres cubanos que en la cola esperan por su calabacita.


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