SOCIEDAD
Cuando los gitanos se van
Tania Díaz Castro
LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - Cuba es
posiblemente el único lugar del mundo que
durante cuarenta y cinco años no ha sido
visitado por tribus gitanas. Antes de 1959, año
del triunfo fidelista, los había por cientos
en toda la Isla. Los recuerdo perfectamente. Los
vi muchas veces en rústicas carrozas adornadas
con hileras de flores o a pie, en grupos, cuando
entraban en los pueblos y ciudades.
Eran distintos al resto de la población.
No sólo por su indumentaria, compuesta
de faldas generosas de muchos colores, prendas
de oro y larguísimas trenzas sobre el pecho,
sino por su costumbre de vivir errantes, al aire
libre.
Según la organización mundial que
los representa, en el planeta viven alrededor
de 34 millones de gitanos. En la India, país
que les sirvió de cuna, 17 millones. En
Europa, 12 millones, y en España, donde
su cultura tuvo un fuerte desarrollo, unos 550
mil.
No se sabe cuándo ni cómo los gitanos
radicados en Cuba a partir de la década
de los años veinte emigraron para no volver,
y sólo quedaron la joven y linda Parizza,
enamorada de un galán español, y
sus padres Burtia y Terca, de la tribu Cuik, para
"no dejar sola a la niña".
A los descendientes de este matrimonio de gitanos,
ocho en total, los entrevistó un colega
del diario Juventud Rebelde en septiembre pasado.
Los gitanos declararon que son los únicos
que quedan en el país.
Pero, ¿se ha preguntado usted alguna vez
por qué no hay gitanos en Cuba? ¿Será
que como pequeños comerciantes y artistas
independientes se dieron cuenta de que aquí
iba a haber un solo dueño?
Los gitanos son incansables buscadores de fortuna.
Gustan de guardar joyas y monedas de oro "para
los tiempos malos". Por encima de todo aman
la libertad, respetan y son fieles hasta morir
al jefe de su tribu. Son extremadamente supersticiosos.
Los recuerdo armando sus campamentos en las afueras
de Camajuaní, mi pueblo natal, en la provincia
Villa Clara; participando como artistas en el
circo; como vendedores en ferias y parrandas,
o improvisando chinchales y timbiriches para la
venta de mercancías elaboradas por ellos
mismos.
En fin, la idiosincrasia de estas interesantes
colectividades es tan diferente a aquéllos
que se adaptan a vivir bajo regímenes totalitarios
que no tuvieron otra opción que escapar
de la Isla del doctor Castro, la única
persona en Cuba que ha leído el futuro
del pueblo cubano con su inmortal socialismo.
Los gitanos, estoy segura, jamás hubieran
permitido que sus hijos juraran que serían
como Che Guevara, como se hace en círculos
infantiles y escuelas diariamente. Jamás
hubieran pertenecido a los Comités de Defensa
de la Revolución ni serían chivatos,
denunciando a amigos y familiares. Jamás
hubieran aceptado un documento que les controlara
lo que comen cada día, como ocurre con
la población cubana.
En 1964 los gitanos hubieran caído de
cabeza en los campos de concentración llamados
UMAP, creados para disidentes, homosexuales, testigos
de Jehová y otros, acusados estos gitanos
de nomadismo, antisociales, excéntricos
y demasiado independientes y libres.
Tan libres son que posiblemente decidieron irse
cuando escucharon aquella canción que decía:
"Se acabó la diversión, llegó
el comandante y mandó a parar".
Así los recuerdo siempre: gente alegre,
divertida; gente enamorada de la vida, tan libre
como los pájaros. Por eso me gustaban.
Por eso los recuerdo con cierta nostalgia.
Se marcharon, como se marcharon los chinos, los
"polacos" de la calle Muralla, en la
capital; los japoneses agricultores, los soviéticos
tras el desplome del campo socialista; como los
millones de cubanos que, como gitanos de alma
y corazón libres, viven en muchas partes
del mundo.
Se marcharon todos en busca de algo que aquí
les faltaba: libertad.
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