PRENSA INDEPENDIENTE
Enero 12 , 2005
 

SOCIEDAD
Cuando los gitanos se van

Tania Díaz Castro

LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - Cuba es posiblemente el único lugar del mundo que durante cuarenta y cinco años no ha sido visitado por tribus gitanas. Antes de 1959, año del triunfo fidelista, los había por cientos en toda la Isla. Los recuerdo perfectamente. Los vi muchas veces en rústicas carrozas adornadas con hileras de flores o a pie, en grupos, cuando entraban en los pueblos y ciudades.

Eran distintos al resto de la población. No sólo por su indumentaria, compuesta de faldas generosas de muchos colores, prendas de oro y larguísimas trenzas sobre el pecho, sino por su costumbre de vivir errantes, al aire libre.

Según la organización mundial que los representa, en el planeta viven alrededor de 34 millones de gitanos. En la India, país que les sirvió de cuna, 17 millones. En Europa, 12 millones, y en España, donde su cultura tuvo un fuerte desarrollo, unos 550 mil.

No se sabe cuándo ni cómo los gitanos radicados en Cuba a partir de la década de los años veinte emigraron para no volver, y sólo quedaron la joven y linda Parizza, enamorada de un galán español, y sus padres Burtia y Terca, de la tribu Cuik, para "no dejar sola a la niña".

A los descendientes de este matrimonio de gitanos, ocho en total, los entrevistó un colega del diario Juventud Rebelde en septiembre pasado. Los gitanos declararon que son los únicos que quedan en el país.

Pero, ¿se ha preguntado usted alguna vez por qué no hay gitanos en Cuba? ¿Será que como pequeños comerciantes y artistas independientes se dieron cuenta de que aquí iba a haber un solo dueño?

Los gitanos son incansables buscadores de fortuna. Gustan de guardar joyas y monedas de oro "para los tiempos malos". Por encima de todo aman la libertad, respetan y son fieles hasta morir al jefe de su tribu. Son extremadamente supersticiosos.

Los recuerdo armando sus campamentos en las afueras de Camajuaní, mi pueblo natal, en la provincia Villa Clara; participando como artistas en el circo; como vendedores en ferias y parrandas, o improvisando chinchales y timbiriches para la venta de mercancías elaboradas por ellos mismos.

En fin, la idiosincrasia de estas interesantes colectividades es tan diferente a aquéllos que se adaptan a vivir bajo regímenes totalitarios que no tuvieron otra opción que escapar de la Isla del doctor Castro, la única persona en Cuba que ha leído el futuro del pueblo cubano con su inmortal socialismo.

Los gitanos, estoy segura, jamás hubieran permitido que sus hijos juraran que serían como Che Guevara, como se hace en círculos infantiles y escuelas diariamente. Jamás hubieran pertenecido a los Comités de Defensa de la Revolución ni serían chivatos, denunciando a amigos y familiares. Jamás hubieran aceptado un documento que les controlara lo que comen cada día, como ocurre con la población cubana.

En 1964 los gitanos hubieran caído de cabeza en los campos de concentración llamados UMAP, creados para disidentes, homosexuales, testigos de Jehová y otros, acusados estos gitanos de nomadismo, antisociales, excéntricos y demasiado independientes y libres.

Tan libres son que posiblemente decidieron irse cuando escucharon aquella canción que decía: "Se acabó la diversión, llegó el comandante y mandó a parar".

Así los recuerdo siempre: gente alegre, divertida; gente enamorada de la vida, tan libre como los pájaros. Por eso me gustaban. Por eso los recuerdo con cierta nostalgia.

Se marcharon, como se marcharon los chinos, los "polacos" de la calle Muralla, en la capital; los japoneses agricultores, los soviéticos tras el desplome del campo socialista; como los millones de cubanos que, como gitanos de alma y corazón libres, viven en muchas partes del mundo.

Se marcharon todos en busca de algo que aquí les faltaba: libertad.

 


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