SOCIEDAD
Pionero de la oposición pacífica
Oscar Mario González, Grupo Decoro
LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - Corría
el año 1960 cuando el día 20 de
enero el entonces embajador de España en
Cuba, Juan Pablo de Lojendio e Irure, increpaba
al recién estrenado líder político
cubano Fidel Castro durante el desarrollo de un
programa de televisión.
El diplomático peninsular sorprendía
al líder guerrillero por mentirle, según
él, a la opinión pública
cubana, al acusar a la embajada española
de conspirar contra la revolución.
De esta manera, y sin proponérselo, el
diplomático europeo se convertía
en un precursor de lo que más tarde sería
el movimiento opositor cubano, de carácter
cívico y pacífico, enraizado en
la década de 1970 y teniendo a los derechos
humanos como estandarte de lucha.
Era necesario un gran valor personal para desafiar,
con un enérgico desmentido, al líder
que por aquellos días acaparaba el apoyo
popular de manera unánime. Por otro lado,
la irrupción en el estudio de televisión,
y el hecho de interrumpir al Primer Ministro y
Comandante en Jefe del ejército en pleno
desarrollo del programa, constituía un
verdadero suicidio diplomático. Nada de
ello era desconocido por el señor Lojendio,
quien a la sazón se acreditaba una vasta
experiencia diplomática.
La reacción no se hizo esperar. El bisoño
gobierno revolucionario imponía un plazo
de 24 horas para que el embajador español
abandonara el territorio nacional. Paralelamente,
emprendía una labor ofensiva destinada
a enlodar su figura.
Fue, quizás, la primera ocasión
en que se ponía de relieve la estrategia
castrista, tan reiterada durante casi medio siglo,
destinada a humillar y desprestigiar al adversario
con el empleo de la guasa, el choteo y la vulgaridad,
utilizando para ello a las multitudes.
Los cerebros grises del aún incipiente
castrismo, devenido posteriormente en guías
del enorme complejo propagandístico y manipulador,
le inventaron un burro como símbolo de
identidad al diplomático español.
La chusma, fanatizada entonces y sedienta de protagonismo,
enarbolaba pancartas y cartelones con la figura
de un equino, exagerando el tamaño de las
orejas de forma bien desproporcionada. Cuidando
que la bestia no se confundiera con un caballo,
pues tal esfuerzo comparativo y tal símbolo
estaban reservados al número "uno
de la charada revolucionaria": Fidel Castro.
No es difícil suponer que cuando el expulsado
embajador abandonaba definitivamente la Isla,
su recuerdo retrocedía a aquel 5 de enero
de 1959 en que acudió a la televisión
cubana para expresar sus mejores deseos a la revolución
recién nacida, cuando aún el máximo
líder no había entrado en la capital.
¡Quién hubiera dicho entonces que
un año y 15 días después
haría el mismo recorrido por razones tan
diferentes!
En realidad, la España de Franco había
sido bastante proclive con los exiliados antibatistianos.
A la caída de Batista, en el país
ibérico estaban refugiados más de
doscientos cubanos; entre ellos la hermana de
Fidel, Juanita, y el destacado intelectual Jorge
Mañach. Ambos reiniciarían un nuevo
exilio en Estados Unidos poco tiempo después.
Los sucesos del 20 de enero de 1960 mantuvieron
las relaciones entre Cuba y España a nivel
de encargados de negocios hasta 1973, en que fueron
totalmente restablecidas. Esta fórmula
de relacionarse era muy apropiada y encajaba perfectamente
con una especie de "amores disimulados"
que siempre caracterizó la convivencia
entre el franquismo y el castrismo. Esta especie
de "concubinato diplomático"
desafió el embargo norteamericano y propició
un intercambio económico mutuamente ventajoso.
Su carácter extraoficial y semioculto le
hacía quedar bien con Dios y con el diablo.
Con los falangistas peninsulares enemigos de la
hoz y el martillo, y con los comunistas republicanos
de ambos lados del océano, adversarios
acérrimos del fascismo.
Pero por encima de los avatares y cálculos
políticos, y con independencia de la filiación
político-ideológica, Juan Pablo
de Lojendio ocupa ya un lugar de nuestra historia
que, aunque reducido en extensión, tiene
el hondo significado de una voz acusadora y un
clamor de justicia frente a un gobierno que no
admite disensiones y que sólo favorece
y acoge el aplauso rastrero e incondicional.
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