PRENSA INDEPENDIENTE
Enero 6 , 2005
 

SOCIEDAD
Pionero de la oposición pacífica

Oscar Mario González, Grupo Decoro

LA HABANA, enero (www.cubanet.org) - Corría el año 1960 cuando el día 20 de enero el entonces embajador de España en Cuba, Juan Pablo de Lojendio e Irure, increpaba al recién estrenado líder político cubano Fidel Castro durante el desarrollo de un programa de televisión.

El diplomático peninsular sorprendía al líder guerrillero por mentirle, según él, a la opinión pública cubana, al acusar a la embajada española de conspirar contra la revolución.

De esta manera, y sin proponérselo, el diplomático europeo se convertía en un precursor de lo que más tarde sería el movimiento opositor cubano, de carácter cívico y pacífico, enraizado en la década de 1970 y teniendo a los derechos humanos como estandarte de lucha.

Era necesario un gran valor personal para desafiar, con un enérgico desmentido, al líder que por aquellos días acaparaba el apoyo popular de manera unánime. Por otro lado, la irrupción en el estudio de televisión, y el hecho de interrumpir al Primer Ministro y Comandante en Jefe del ejército en pleno desarrollo del programa, constituía un verdadero suicidio diplomático. Nada de ello era desconocido por el señor Lojendio, quien a la sazón se acreditaba una vasta experiencia diplomática.

La reacción no se hizo esperar. El bisoño gobierno revolucionario imponía un plazo de 24 horas para que el embajador español abandonara el territorio nacional. Paralelamente, emprendía una labor ofensiva destinada a enlodar su figura.

Fue, quizás, la primera ocasión en que se ponía de relieve la estrategia castrista, tan reiterada durante casi medio siglo, destinada a humillar y desprestigiar al adversario con el empleo de la guasa, el choteo y la vulgaridad, utilizando para ello a las multitudes.

Los cerebros grises del aún incipiente castrismo, devenido posteriormente en guías del enorme complejo propagandístico y manipulador, le inventaron un burro como símbolo de identidad al diplomático español. La chusma, fanatizada entonces y sedienta de protagonismo, enarbolaba pancartas y cartelones con la figura de un equino, exagerando el tamaño de las orejas de forma bien desproporcionada. Cuidando que la bestia no se confundiera con un caballo, pues tal esfuerzo comparativo y tal símbolo estaban reservados al número "uno de la charada revolucionaria": Fidel Castro.

No es difícil suponer que cuando el expulsado embajador abandonaba definitivamente la Isla, su recuerdo retrocedía a aquel 5 de enero de 1959 en que acudió a la televisión cubana para expresar sus mejores deseos a la revolución recién nacida, cuando aún el máximo líder no había entrado en la capital. ¡Quién hubiera dicho entonces que un año y 15 días después haría el mismo recorrido por razones tan diferentes!

En realidad, la España de Franco había sido bastante proclive con los exiliados antibatistianos. A la caída de Batista, en el país ibérico estaban refugiados más de doscientos cubanos; entre ellos la hermana de Fidel, Juanita, y el destacado intelectual Jorge Mañach. Ambos reiniciarían un nuevo exilio en Estados Unidos poco tiempo después.

Los sucesos del 20 de enero de 1960 mantuvieron las relaciones entre Cuba y España a nivel de encargados de negocios hasta 1973, en que fueron totalmente restablecidas. Esta fórmula de relacionarse era muy apropiada y encajaba perfectamente con una especie de "amores disimulados" que siempre caracterizó la convivencia entre el franquismo y el castrismo. Esta especie de "concubinato diplomático" desafió el embargo norteamericano y propició un intercambio económico mutuamente ventajoso. Su carácter extraoficial y semioculto le hacía quedar bien con Dios y con el diablo. Con los falangistas peninsulares enemigos de la hoz y el martillo, y con los comunistas republicanos de ambos lados del océano, adversarios acérrimos del fascismo.

Pero por encima de los avatares y cálculos políticos, y con independencia de la filiación político-ideológica, Juan Pablo de Lojendio ocupa ya un lugar de nuestra historia que, aunque reducido en extensión, tiene el hondo significado de una voz acusadora y un clamor de justicia frente a un gobierno que no admite disensiones y que sólo favorece y acoge el aplauso rastrero e incondicional.

 


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