La bicicleta
y el socialismo (II)
LA HABANA, junio (www.cubanet.org) - Las gotas de agua bendita del
capitalismo que cayeron sobre el cuerpo agonizante del castrismo le devolvieron
un poco de vida.
Surgieron los primeros gerentes, las primeras corporaciones y las primeras
tiendas "dolarizadas". Al aliento de un imperceptible capitalismo se
hizo más frecuente la circulación de guaguas y automóviles
en las calles de las ciudades y una disminución lenta pero sostenida del
número de bicicletas.
Cuando el gobierno se sintió amenazado por el contagio capitalista,
recogió la pita e inició una estrategia de tira y encoge que dura
hasta nuestros días.
Fue así como se dio al traste con la promesa de dotar a cada cubano
de una bici, y se dejaron de vender a precios subsidiados. Estas empezaron a
ofertarse en tiendas dolarizadas a precios no inferiores a los 140 dólares.
Hoy, la nota distintiva, la onda del momento, es exhibir una bicicleta
extranjera de 200 dólares o más, privilegio del cual sólo
pueden gozar los familiares de lo pejes gordos o los que reciben buenas remesas
de sus parientes que viven fuera del país.
Atrás quedaron los compromisos de convertir a Cuba en un paraíso
ciclístico. De ello no se resiente el cubano, pues nunca fue de su total
agrado el andar sobre dos ruedas, dejando en cada pedaleada lo poco que lograba
a través de la libreta de racionamiento. Hay que recordar que nuestro país
era en 1959 el tercero en el continente por el número de automóviles
per cápita, contando entonces con 25 por cada mil habitantes. La República
despertó el sueño ciudadano de poseer un automóvil, pero
nunca fue aspiración de nadie andar pedaleando y mucho menos con el estómago
vacío.
Lejos de las posibilidades económicas del trabajador, el número
de bicicletas va en descenso, luego que dejaron de venderse a precio subsidiado
y porque, además, el cubano, que de bobo no tiene un pelo, comprobó
que semejante esfuerzo físico no estaba respaldado por la caldosa y el
fricasé de pollo.
De aquella época ciclística surgieron ocupaciones laborales
reconocidas por el Estado a través de las oficinas nacionales de
administración tributaria, ONAT, tales como: "parqueador de
bicicletas", "reparador" y "ponchero", además
del "inflador" de cámaras. Este último, producto del "invento"
criollo, no reconocido por la ONAT, pero muy útil, pues se encargaba de
suministrar aire. Dueño de un pequeño compresor, inflaba las cámaras
al precio de 20 ó 30 centavos, a lo que alguno le añadió un
vaso de agua fría, que elevó el precio del servicio a medio peso o
un peso.
De todos ellos el que sacó mejor provecho fue el parqueador. Un
negocio libre de inversión y con clientela asegurada. Sobre todo si la
casa poseía un portal grande o un jardín y estaba situada cerca de
un agromercado o de una entidad estatal dedicada al servicio público,
como una oficina de correos.
Pero, como "la felicidad en casa del pobre dura poco", pronto el
gobierno habilitó estacionamientos, y fiel a su naturaleza centralizadora
empezó a ahogar a los particulares con exigencias, impuestos e
inspecciones, así como con el retiro de las licencias. Hoy el parqueador
y el ponchero no existen, y los reparadores sobrevivientes andan con la soga al
cuello, luchando por no ser totalmente aniquilados.
La bicicleta trajo otros problemas insospechados en su momento. Los robos de
bicicletas a veces vienen acompañados de crímenes y asesinatos.
Los ladrones pueden actuar en pandilla. En ocasiones arrebatan la bicicleta con
increíble destreza, a pleno día y a la vista de todos.
Los accidentes en los cuales pierde la vida el ciclista son muy frecuentes.
Casi todos los cubanos lamentan la muerte de un amigo, un familiar o un
conocido, víctima de estos percances.
Así pues, este vehículo rodante, gústenos o no, a veces
nos libera de la cola de la guagua o del asfixiante camello. Sigue siendo un
elemento que nos ayuda a sobrellevar este fardo de angustias y carencias en el
que hemos tenido que vivir por casi medio siglo, con días malos y peores,
pero siempre "pasando el Niágara en bicicleta". cnet/03
La
bicicleta y el socialismo (I)
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