PRENSA INDEPENDIENTE
Febrero 20, 2007

SOCIEDAD
Radamés

Luis Cino

LA HABANA, Cuba - Febrero (www.cubanet.org) - Acabo de leer El Mañana, de la escritora y periodista cubana radicada en Estados Unidos, Mirta Ojito -en mi opinión, el libro definitivo sobre el éxodo del Mariel- y he vuelto a recordar a Radamés.

Lo he recordado sudando a mares, ambos paleando hormigón, cobrizos y agotados bajo un sol de penitencia, en una acera de Lawton o Santos Suárez. Contándome su versión privada del sueño americano mientras oíamos los discos de Omar La Cebra. Brindando con ron peleón en su casa de la calle Tejar, al fondo del paradero de Lawton, por el nacimiento de mi primer hijo.

Radamés Gómez fue el primero que me contó la verdadera historia de lo que ocurrió en 1980 en la embajada de Perú. Por él supe que al guardia que murió lo mató el fuego cruzado de los soldados apostados imprudentemente de uno en fondo y no de los que penetraron en el recinto diplomático. Ellos iban desarmados. Su única arma era la desesperación por huir del paraíso revolucionario.

Radamés conocía la historia de primera mano. ¡No la iba a saber si él y su socio Héctor fueron los que idearon la fuga! Fue una de esas tardes de La Habana en las que te pesa la cabeza y la vida parece maldecida y condenada a acabarse sin remedio tan pronto se ponga el sol.

Cuando el ómnibus de la 79 que cubría la ruta Lawton-Playa se estrelló contra la verja de la embajada, Radamés iba con los ojos bien abiertos, como en una película americana, detrás del asiento del chofer, "El títere". No quiso tirarse en el piso como los demás. Más que las balas, le preocupaba ver cómo penetraba, a 65 kilómetros por hora, en la libertad y la abundancia.

Fue el primero que resultó herido. Una bala le rozó la cabeza. Cuando saltó al piso, otra le entró por la espalda. Por unos centímetros no le destrozó el espinazo. A Héctor también lo hirieron, pero ya estaban en territorio peruano y según las leyes internacionales, no los podían prender

El gobierno cubano se negó a dejarlos salir del país. Sólo Héctor logró irse por el Mariel. Radamés se negó a negociar nada con las autoridades. No confiaba. Sabía que no le perdonarían la crisis que provocó. No se arrepentía de nada. Si el plan no funcionó, al menos sirvió para vengarse de los que le jodieron su vida. A él había que "darle candela como al macao" para sacarlo del recinto diplomático.

A un muchacho de 17 años que trató de salir de la embajada lo arrestaron. Radamés, Francisco "El títere", una mujer y un niño permanecieron allí, incomunicados, bajo protección de las autoridades peruanas, durante cuatro años y siete meses. Entonces los dejaron salir pero les reiteraron que no se irían nunca del país.

Nos conocimos trabajando en la construcción a mediados de los 80. Como náufragos de la sociedad socialista habíamos ido a dar a una brigada que reparaba edificios y ciudadelas. Nuestros compañeros de trabajo eran un loco, dos tipos en libertad condicional, un abakúá con una Santa Bárbara tatuada en la espalda y un bayonetazo en el vientre y un fisiculturista y galán de barrio que ejerció como veterinario hasta que presentó para irse del país.

El ambiente era propicio para confidencias, todos teníamos poco que perder, pero Radamés era desconfiado. Sólo quería irse del país y no tener más problemas.

A Radamés, que tenía 29 años, ya comenzaba a escasearle el pelo. Decía que era por los nervios. Tenía un enorme bigote negro y siempre vestía jeans desteñidos y americanos. Era de baja estatura pero con un cuerpo robusto como de boxeador, presto a resistir cualquier pegada.

Nos confió su historia, al veterinario y a mí, una tarde al terminar la jornada mientras nos lavábamos el cemento y el sudor con el agua entre verde y gris de un barril. Fue el inicio de una buena amistad.

Un día, Radamés desapareció. Supe de él por Irmita, su novia. Ahora era otra muchacha de mirada triste. Me dijo que Radi estaba preso. Lo habían condenado a tres años por intentar irse en una balsa.

Tenía noticias de Radamés cuando me encontraba por Lawton a Irmita, a Elías, su sobrino, o a algún amigo común. Por alguno de ellos supe que se fue a Estados Unidos en septiembre de 1991 con visa de refugiado político.

Tiene dos hijos, no sé si con Rimita. Nacieron en Miami. También son parte de su sueño americano. A Radamés siempre le gustaron mucho los niños, sólo que no quería tenerlos en Cuba para que no tuvieran que pasar jamás por todo lo que tuvo que pasar él.

He vuelto a recordar a Radamés gracias al magnífico libro de Mirta Ojito. Radamés Gómez, entrevistado en Miami, es uno de sus protagonistas.

luicino@yahoo.com


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