SOCIEDAD
Radamés
Luis Cino
LA HABANA, Cuba - Febrero (www.cubanet.org)
- Acabo de leer El Mañana, de la escritora
y periodista cubana radicada en Estados Unidos,
Mirta Ojito -en mi opinión, el libro definitivo
sobre el éxodo del Mariel- y he vuelto
a recordar a Radamés.
Lo he recordado sudando a mares, ambos paleando
hormigón, cobrizos y agotados bajo un sol
de penitencia, en una acera de Lawton o Santos
Suárez. Contándome su versión
privada del sueño americano mientras oíamos
los discos de Omar La Cebra. Brindando con ron
peleón en su casa de la calle Tejar, al
fondo del paradero de Lawton, por el nacimiento
de mi primer hijo.
Radamés Gómez fue el primero que
me contó la verdadera historia de lo que
ocurrió en 1980 en la embajada de Perú.
Por él supe que al guardia que murió
lo mató el fuego cruzado de los soldados
apostados imprudentemente de uno en fondo y no
de los que penetraron en el recinto diplomático.
Ellos iban desarmados. Su única arma era
la desesperación por huir del paraíso
revolucionario.
Radamés conocía la historia de primera
mano. ¡No la iba a saber si él y
su socio Héctor fueron los que idearon
la fuga! Fue una de esas tardes de La Habana en
las que te pesa la cabeza y la vida parece maldecida
y condenada a acabarse sin remedio tan pronto
se ponga el sol.
Cuando el ómnibus de la 79 que cubría
la ruta Lawton-Playa se estrelló contra
la verja de la embajada, Radamés iba con
los ojos bien abiertos, como en una película
americana, detrás del asiento del chofer,
"El títere". No quiso tirarse
en el piso como los demás. Más que
las balas, le preocupaba ver cómo penetraba,
a 65 kilómetros por hora, en la libertad
y la abundancia.
Fue el primero que resultó herido. Una
bala le rozó la cabeza. Cuando saltó
al piso, otra le entró por la espalda.
Por unos centímetros no le destrozó
el espinazo. A Héctor también lo
hirieron, pero ya estaban en territorio peruano
y según las leyes internacionales, no los
podían prender
El gobierno cubano se negó a dejarlos salir
del país. Sólo Héctor logró
irse por el Mariel. Radamés se negó
a negociar nada con las autoridades. No confiaba.
Sabía que no le perdonarían la crisis
que provocó. No se arrepentía de
nada. Si el plan no funcionó, al menos
sirvió para vengarse de los que le jodieron
su vida. A él había que "darle
candela como al macao" para sacarlo del recinto
diplomático.
A un muchacho de 17 años que trató
de salir de la embajada lo arrestaron. Radamés,
Francisco "El títere", una mujer
y un niño permanecieron allí, incomunicados,
bajo protección de las autoridades peruanas,
durante cuatro años y siete meses. Entonces
los dejaron salir pero les reiteraron que no se
irían nunca del país.
Nos conocimos trabajando en la construcción
a mediados de los 80. Como náufragos de
la sociedad socialista habíamos ido a dar
a una brigada que reparaba edificios y ciudadelas.
Nuestros compañeros de trabajo eran un
loco, dos tipos en libertad condicional, un abakúá
con una Santa Bárbara tatuada en la espalda
y un bayonetazo en el vientre y un fisiculturista
y galán de barrio que ejerció como
veterinario hasta que presentó para irse
del país.
El ambiente era propicio para confidencias, todos
teníamos poco que perder, pero Radamés
era desconfiado. Sólo quería irse
del país y no tener más problemas.
A Radamés, que tenía 29 años,
ya comenzaba a escasearle el pelo. Decía
que era por los nervios. Tenía un enorme
bigote negro y siempre vestía jeans desteñidos
y americanos. Era de baja estatura pero con un
cuerpo robusto como de boxeador, presto a resistir
cualquier pegada.
Nos confió su historia, al veterinario
y a mí, una tarde al terminar la jornada
mientras nos lavábamos el cemento y el
sudor con el agua entre verde y gris de un barril.
Fue el inicio de una buena amistad.
Un día, Radamés desapareció.
Supe de él por Irmita, su novia. Ahora
era otra muchacha de mirada triste. Me dijo que
Radi estaba preso. Lo habían condenado
a tres años por intentar irse en una balsa.
Tenía noticias de Radamés cuando
me encontraba por Lawton a Irmita, a Elías,
su sobrino, o a algún amigo común.
Por alguno de ellos supe que se fue a Estados
Unidos en septiembre de 1991 con visa de refugiado
político.
Tiene dos hijos, no sé si con Rimita. Nacieron
en Miami. También son parte de su sueño
americano. A Radamés siempre le gustaron
mucho los niños, sólo que no quería
tenerlos en Cuba para que no tuvieran que pasar
jamás por todo lo que tuvo que pasar él.
He vuelto a recordar a Radamés gracias
al magnífico libro de Mirta Ojito. Radamés
Gómez, entrevistado en Miami, es uno de
sus protagonistas.
luicino@yahoo.com
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