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Tres mujeres que no pudieron ser detenidas

Las tres desafiaron las normas machistas de su época: aquí te contamos quién fue la primera que montó bicicleta en Cuba, la que condujo un automóvil por primera vez y la que quiso cambiar la capital de la Isla a Cienfuegos.

MIAMI, Estados Unidos. – La gallega Antonia Martínez, conocida como Titina, marcó un hito en la historia de Cuba: según los registros fue, probablemente, la primera mujer en montar una bicicleta en la Isla. Este evento, ocurrido el 12 de noviembre de 1894 en La Habana, no solo sorprendió a los ciudadanos, sino que también generó, como era de esperarse en aquella época, un notable malestar social, especialmente entre los hombres. 

María Collado, una destacada líder sufragista, escribió al respecto: “Todos quedaron sorprendidos al ver una mujer usando una bicicleta en La Habana en la temprana fecha del 12 de noviembre de 1894, esta acción me convertía en la precursora de algo que causó un gran malestar sobre todo en los hombres, pero no pudo ser detenido”.

La aparición de Titina en el espacio público sobre dos ruedas provocó burlas y agresiones, e incluso inspiró una canción que ha perdurado por más de un siglo. La letra de esta canción, que ha variado con el tiempo y la región, refleja un claro mensaje de limitación social hacia las mujeres: “Titina, Titina montando bicicleta, al doblar la esquina se le ponchó una teta”. 

La incursión de las mujeres en el espacio público coincidió con una serie de cambios sociales que empezaban a cuestionar los roles tradicionalmente asignados por una sociedad androcéntrica. El periódico La Carta del Sábado del 29 de diciembre de 1894, reflejaba la preocupación conservadora de la época: “Empecemos por afirmar que para nosotros desaparece la mujer si la encontramos comentando las instituciones de Justiniano o haciendo la disección de un cadáver. Esa no es su verdadera misión en la tierra, su misión está dentro del hogar doméstico, y para el hogar, en el cual ha de ser el ángel custodio de todas las felicidades, debe ser educada…”.

Este texto es un claro ejemplo de la resistencia que enfrentaron las mujeres que desafiaron las normativas sociales de la época. Sin embargo, no todas ellas se dejaron intimidar por estas críticas. En La Habana, algunas continuaron practicando sus actividades al aire libre, causando tanto molestias como accidentes, lo que llevó a la aprobación de un decreto el 26 de enero de 1900 por la Alcaldía Municipal que autorizaba a “señoras y señoritas” a transitar en bicicletas por la Avenida de Paula.

La matancera Julia García Bosch, primera cubana fotografiada mientras montaba su bicicleta (Foto: Palacio del Segundo Cabo)

A pesar de las críticas, también había quienes veían el ciclismo femenino como un signo de modernidad y progreso. Un artículo señalaba que La Habana, con “los automóviles y las bicicletas que la cruzan, no parece que perteneciera por espacio de 400 años a la caduca España”. Sin embargo, la mayor parte de la prensa y la sociedad seguían oponiéndose a la idea de las mujeres en bicicleta.

Otro artículo del periódico El Fígaro del 1 de julio de 1900 expresaba la preferencia por que las mujeres habaneras caminaran, argumentando que esto facilitaba el flirteo social.

Edelmira Guerra, la mujer que quiso cambiar la capital de Cuba a Cienfuegos

Edelmira Guerra Valladares, nacida en Colón, Matanzas, fue una figura sobresaliente en la lucha por la independencia de Cuba a finales del siglo XIX. A pesar de las restricciones sociales de su tiempo, esta hija y hermana de mambises destacó por su compromiso inquebrantable con la causa revolucionaria.

Aunque se le ha conocido por su papel en la gesta independentista pocas veces se ha dicho que tuvo la idea de cambiar la capital de la Isla para la ciudad de Cienfuegos, donde se radicó desde los 14 años. De acuerdo con el historiador cubano Julio César González Pagés, el club fundado por Edelmira, “Esperanza del Valle”, lanzó una serie de reivindicaciones que incluían tanto el cambio de la capital de la Isla, como el derecho al divorcio y al sufragio femenino. 

Edelmira fundó el club “Esperanza del Valle”, que se convertiría en un núcleo crucial para el apoyo logístico y financiero de la lucha independentista, con un propósito firme: “ayudar con recursos materiales a la Revolución Cubana”. 

Las habilidades organizativas de Edelmira y su capacidad para mantener la discreción fueron vitales. Bajo su liderazgo, se organizaron convoyes de suministros que se enviaban clandestinamente a la manigua, se recaudaron fondos que se destinaban a la Delegación cubana en Nueva York, y se aseguró el mantenimiento de los hospitales mambises de la región. La valentía de Edelmira llegó a tal punto que, en una ocasión, solicitó una donación al capitán general español, sin revelar que los fondos serían utilizados para los hospitales insurrectos.

El Archivo Histórico de la Oficina del Historiador de la ciudad de La Habana guarda valiosos documentos que testimonian la contribución de Edelmira a la guerra de independencia. Entre estos, destaca la correspondencia que mantuvo con líderes revolucionarios como Máximo Gómez, Higinio Esquerra y José de J. Monteagudo, quienes combatían en la región villareña.

Durante los difíciles meses finales de 1898, cuando el Ejército Libertador enfrentaba severas privaciones en las periferias de las poblaciones, a la espera de la evacuación de las tropas españolas, Edelmira recibió una carta del general en jefe. En esta, él reconocía y elogiaba su esfuerzo y el de su club: “Saludo en Ud. a todas las buenas patriotas que forman ese respetable Club, a la vez que las felicito por su noble ejemplaridad al congregarse para aliviar la situación de nuestro sufrido Ejército”.

Macorina, la primera que condujo un automóvil

En la primera mitad del siglo XX una mujer paseaba por Prado y Malecón en un llamativo descapotable rojo, escandalizando a todos a su alrededor. Y no era para menos: nació en una época donde los prejuicios mantenían a las mujeres alejadas del volante. Sin embargo, según reportes históricos, María Constancia Caraza Valdés (también conocida como María Calvo Nodarse o simplemente como Macorina) fue la primera mujer que condujo un auto en Cuba.

Sobre ella poco se sabe a ciencia cierta, más que nació en Guanajay en 1892 y que a los 15 años, raptada o por voluntad propia (se manejan ambas versiones), llegó a La Habana con un hombre. Sin embargo, esta relación no duró mucho.

Su fama por rebelde y romper con los cánones de la época fue tal que en 1958 diría a Guillermo Villarronda, de la revista Bohemia: “Más de una docena de hombres permanecían rendidos a mis pies, anegados de dinero y suplicantes de amor”. Si eran realmente tantos o no, no puede confirmarse; pero sí que uno de esos hombres era nada más y nada menos que el mayor general José Miguel Gómez, quien fue presidente de la República.

Macorina en uno de sus automóviles (Foto tomada de Radio Habana Cuba)

El periodista especializado en temas históricos Ciro Bianchi confirma que con la ayuda de José Miguel y otros amigos, Macorina subió como la espuma. “Llegó a ser propietaria de cuatro residencias suntuosas en La Habana, dos de ellas en El Vedado, y de nueve automóviles, casi todos de fabricación europea, que eran sus preferidos. Fue dueña de varios caballos de carrera y solía lucir en sus salidas joyas que valían un dineral”.

Así, paseando por La Habana y dando de qué hablar en una sociedad demasiado conservadora, transcurrió la vida de esta enigmática mujer hasta que en 1934 cayó en desgracia. Ya sin la juventud de años atrás y con la economía afectada por la crisis mundial, la cubana tuvo que empezar a vender sus propiedades para subsistir.

El 15 de junio de 1977 murió Macorina en La Habana. Aquella mujer de la que toda la ciudad hablaba, ya no era relevante para la sociedad habanera y falleció en la mayor miseria. Pero sí queda el camino que abrió, sin contar el pegajoso estribillo que interpretaba Abelardo Barroso con la orquesta Sensación: “Ponme la mano aquí, Macorina”.

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