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Introducción

Sobre el autor


Capítulo XXXI


La pompa de lo perfecto demoró en explotar. Buscaba la manera perfecta de deshacerse. Y al fin, se desbarató tan simplemente como las demás. Sus habitantes no se pusieron nunca de acuerdo en cuanto al modo perfecto de reventar. Todos tenían una opinión distinta sobre la perfección. Vivieron buscándola y se perdieron en la noche de la ilusión bajo la música de un niño que tocaba el pífano sin siquiera acercarse a ella.

La Gorílipa, una pundonorosa señora que andaba por la vida con un pie de rey midiendo los resultados de todos los que la rodeaban, encuadró a su hija en unos bordes que apenas si la muchacha tenía posibilidades de ser ella misma. Se la imaginó tan perfecta que le exigía a la altura de lo inaccesible. Pedía para ella un marido tan perfecto que éste debía ser bello, inteligente, fuerte, poderoso y con suficientes riquezas espirituales y materiales y, sobre todo, que la amara hasta la ceguera. Olvidaba la Gorílipa que todos en su pompa andaban buscando lo prefecto y que era muy posible que su hija no fuera para otros la perfección que ella suponía.

La pundonorosa señora inoculó su ideal en la sangre de la muchacha, quien al primero que desdeñó fue a su padre, porque cuando creció comprobó que su madre aspiraba para ella lo que no había conseguido para sí misma. Y como todas las mujeres de la pompa, después de pasado el tiempo junto a su hombre se creían merecedoras de algo mejor que lo que habían alcanzado, la muchacha empezó a desoír a la Gorílipa y comenzó una batalla en la que nunca se pondrían madre e hija de acuerdo.

"Pero" fue la palabra que más escuchó la muchacha de los labios de su madre. Sí, pero... Sí, pero... Sí, pero... Pero ella nunca hizo mucho caso de las opiniones de su madre. Comprendió tempranamente que todos estaban inconformes y que de tener otra ocasión enmendarían sus vidas de tal manera que al final volverían a estar inconformes, y que su inconformidad nacía precisamente del deseo de perfeccionarlo todo.

Cuando se escuchó la música del pífano y se tuvo certeza de que la pompa desaparecería, todos armaron un guirigay en el que nadie entendió nada. Unos querían consumirse como un fuego de artificios, otros disolverse como el hongo de una bomba y el resto como una colisión de astros chocando con otra pompa. Y en medio de la confusión nadie se percató de que explotarían perfectamente con todas sus imperfecciones a cuestas.


Capítulo Treinta

Capítulo Treinta y Dos




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